Margen de error: la peor persona del mundo - MilMesetas

Actualmente se exhibe La peor persona del mundo (Joachim Trier, 2021) en la Cineteca Nacional. No sabía, pero la peli ha conseguido varios premios, altas notas de la crítica y es el cierre de la trilogía Oslo. Es una comedia romántica europea con generosas dosis de sexo, tragedia, drogas, crisis emocionales y escenas de risa: a veces honestas, a veces histéricas y otras donde nadie se ríe. Los 12 capítulos que la integran tienen escenas organizadas que no resultan pesadas (a excepción de una de las secuencias finales); su música es sugerente, con potentes combinaciones de jazz, rock y electrónica; el cast es a medida; la fotografía de los paisajes, vibrante e idealizada.

La peli cumple y está bien hecha. La historia da para platicar afuera de la sala. Aunque no la recomendaría a personas con inestabilidad de pareja, dolorosas separaciones o inseguridades pues está hecha para influir en esos ámbitos, inclinándose sin miramientos por la individualidad y la ruptura. A mi entender, el éxito del film es un reflejo de lo que se espera de las narrativas actuales: tocar temas que estén en boca de todos pero de manera ligera, entretenida y sin posicionamientos complejos, al tiempo que se ofrece contenido tanto en términos de guión, como en la propuesta visual (en particular, la escena del abandono donde la vida se congela mientras lo amantes se encuentran, libres de obligaciones y tiempo fue remarcable).

¿Y qué es lo que está en boca de todos?, ¿qué toca esta película que resulta tan atractiva para el público occidental y la crítica mediática? Pues llegar a los 30 y no ser feliz. O sea, la crisis de los treinta desde los ojos de una mujer dubitativa que vive en la capital de uno de los países más prósperos y seguros del mundo.

La virtud del largometraje, está en que lejos de indagar en la confusión emocional y existencial que Julie tiene, opta por agudizar la ambigüedad que ella siente, para hacer más palpable su frustración y soledad; así se radicaliza el conflicto que ella habita. El film no nos pide comprender, analizar o interpretar a Julie, sino empatizar con ella; no nos explica nada sino que se limita a mostrarnos cómo actúa y siente ella. Pero al identificarnos con Julie (y todos en algún punto lo hacemos aunque ninguno de nosotros sea ella), también tomamos el modelo de pensamiento-comportamiento que ella representa y que en ciertas sociedades es el deseable. Por ello resulta fácil incorporarlo como si fuera propio, e incluso aprobarlo e imitarlo.

La clave de la empatía por el personaje es la discreción: conocer su historia y no hacer demasiadas preguntas. Para ello hay que plantear sutilmente sus reacciones y diálogos ante la frustración que siente; luego hacer coincidir esos elementos con la problemática cotidiana de una generación atrapada en las glorias e insatisfacciones de la autorrealización: la pareja. La pareja es el espacio social y personal de la intimidad compartida, el lugar donde florece el ser que no podemos ser a solas, el ser que solo somos y descubrimos en la conexión con otro. De ahí que en situaciones de conflicto y frustración personal y de pareja ese espacio sea tan problemático.

En palabras del propio Trier, el título Verdens verste menneske (la peor persona del mundo): “Viene de algo muy escandinavo: tienes tantas oportunidades, tantos privilegios y a la vez tanta presión por hacer las cosas bien que cuando no estás a la altura te dices: ‘Soy la peor persona del mundo’. También pensé que daba juego, porque cuando uno se enamora espera hacerlo de la mejor persona. Lo opuesto añadía un punto de interés”.

Copiright Joachim Trier and production

En español esa frase corresponde con la queja: “soy de lo peor”. Por ejemplo cuando quedas con tu novia o un amigo y lo dejas plantado te dices: “soy de lo peor” o a la inversa, cuando un amigo te ignora después de que tú has estado realmente para él, éste se disculpa diciendo: “Qué mal amigo he sido, soy de lo peor”.

Obviamente ninguno es de lo peor, aunque eso no cambie que lo dejaras plantado o que solo te busque cuando quiere algo de ti. Lo irónico de la frase está en lo exagerado del juicio: todo queda disculpado de antemano porque ¿quién es realmente lo peor del mundo? Aunque con una justificación así se refuerza el egoísmo y se idealiza negativamente a quien actúa solo pensando en sí mismo. Siendo el peor del mundo, se es lo máximo en algo.

Quizá por ello, La peor persona del mundo plantee la crisis de los 30 desde la perspectiva de la autorrealización, con las frustraciones, confusiones y conflictos que se derivan de ella y que suelen estallar en el ámbito profesional (realización o frustración socieconómica) o de pareja (realización personal o reproche de irrealización), donde el egoísmo no es un crimen y sus consecuencias no son el fin del mundo, sino parte “natural” de las sociedades capitalistas prósperas y libres: tal es su realidad, su deber ser que, por extensión, es también el deber de sus ciudadanos. Esto es precisamente lo que la película no cuestiona, pero que asume como dogma y justificación ética: ¿Qué importa el mundo, qué importa “ser de lo peor” si al final lo importante es mi bienestar, mi autorrealización?

En ese sentido la película también es muy europea -o más bien eurocéntrica- pues solo en países con una riqueza social como la de Noruega, o en condiciones sociales privilegiadas que se limitan a menos del 10% de la población mundial, el núcleo de la existencia puede reducirse a la autorrealización y al sentimiento de culpa generado por la confusión e inestabilidad de una vida con oportunidades no valoradas ni aprovechadas.

A nivel económico y político esto corresponde con la indiferencia y frivolidad de los países prósperos, cuyas materias primas, drogas y comodidades provienen de la explotación, violencia, muerte y siglos de colonización de países pobres. Frivolidad que aplaude la evasión de una historia de despojos en nombre del bienestar. Con esto en mente y como hipótesis disparatada, cabría preguntarse si la empatía con la protagonista y la idealización del bienestar se mantendrían sustituyendo a la encantadora Julie cuya historia, por cierto, fue escrita por dos hombres mayores echando mano de ciertas fantasías y proyecciones sobre las mujeres.

En fin, si la historia contada fuera la de un hombre común y corriente que a sus treinta años huye del compromiso, engaña y violenta a sus parejas; que justifica sus fracasos en sus confusiones y frustraciones personales, que culpabiliza a sus parejas de lo insatisfecho que está con su vida pero no es responsable de ella, probablemente todo este asunto de la autorrealización pasaría a un segundo plano y el público no tendría empatía. Si además, ese hombre fuera mexicano y el telón de fondo tuviera lugar en Ecatepec o Neza, en lugar de Oslo, el desfase sería insostenible y la idealización estética del film se derrumbaría.

Pero ¿a qué responde todo esto?, ¿por qué al desplazar la misma trama, el mismo derecho a la autorealización pero en otro país, contexto y persona, la idea central de la película se desdibuja? Quizás porque atrapados en sus privilegios y comodidades, a través de una protagonista fuerte y socialmente aceptada, el eurocentrismo actual solo puede plantearse como paradigma ético desde una mirada parcial y estetizada, una moral desigual que tiene garantizada, solo para algunos privilegiados, la disculpa ante cualquier error y todas las oportunidades para el futuro.

Y entonces, ¿cuál es el margen de error al que cada país da derecho?, ¿vivir en una sociedad de avanzada podría traducirse en equivocarse sin consecuencias? Si en el lugar correcto, con las condiciones correctas no hay nada de malo en ser “la peor persona del mundo”; ¿por qué en México los errores cuestan la vida y la tranquilidad al punto de tener un margen de error mínimo o inexistente, mientras en Noruega y en las elites del mundo lo más imparte, aquello en lo que se va la vida es realizarse, es ser feliz aquí y ahora sin importar a costa de qué o quiénes; sin tomar en cuenta el ayer, el mañana o la responsabilidad?

Copyright Sharon Maguire and production

Mientras escribía esta crítica pensaba que La peor persona del mundo bien podría ser, como dicen algunos críticos, una anti-comedia (romántica); no por el final agridulce, abierto e idealizado tan opuesto a los criterios de la poética clásica, sino porque está en el extremo contrario de películas como Si tuviera 30 (Winik, 2004) o El diario de Bridget Jones (Maguire, 2001-2016, secuelas incluidas), que marcaron a otras generaciones más soñadoras e ilusionadas, dispuestas a comprender al otro, a vincular con él, a cambiar de parecer y reconocer la propia precariedad, vulnerabilidad y contexto, aun cuando también hayan sido generaciones igualmente disfuncionales y sumidas en el consumo de los países ricos.

Las comedias románticas treintañeras son curiosas porque plantean el lugar que ciertas sociedades otorgan a las crisis emocionales más recurrentes de la población productiva que es renuente a la reproducción biológica, así como el lugar que, en éstas, ocupan los vínculos afectivos y familiares. Pero haciendo a un lado la aspiracionalidad europea y ubicados desde un país como México donde la muerte, precariedad y violencia dan un ínfimo margen de error para vivir, es difícil creer que la soledad y el desamor sean libertad; que la autorrealización y el bienestar coincidan necesariamente con la indiferencia y frivolidad; o que las oportunidades, personas y experiencias vitales se den por sentadas y permanentes. Lo extraño es fascinarse por estas películas sin preguntarnos ¿desde dónde nos estamos viendo?

Quizás, como menciona Slavoj Žižek en su “Cartelera para perversos” (The pervert’s guide to cinema) la magia de La peor persona del mundo no consista en decirnos qué es el bienestar ni lo que hay que desear para obtenerlo, sino sugerirnos cómo desearlo y a quien parecernos… Quizás detrás del deslumbramiento estético que el “primer mundo” presume, nuestra mirada, aún colonizada, no alcanza a ver que el desesperado elogio a la soledad y la autorrealización es también un reflejo desde donde Europa se mira a sí misma, desde donde, encandilada como Narciso, se enamora de sí sin reconocer el mundo que la rodea.

Finalmente, quisiera mostrar mi agradecimiento a Vania G., Alejandro F. y Rogelio L. por sus conversaciones, ideas, espacios y retroalimentación en torno a esta película que aún puede verse en algunas salas del país.

Cuauhtémoc Camilo,

Mayo de 2022.

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