En diciembre de 1932 a la revista pulp Weird Tales llegó Conan el cimmerio, comúnmente conocido como Conan el bárbaro. Su relato debut se titula «El fénix en la espada» (The Phoenix on the Sword) y fue tanto el éxito entre el público lector que Robert E. Howard no dejó de escribir relatos e ideas relacionadas con este personaje hasta el final de sus días, dejando incluso bosquejos de futuros relatos. Además el legado de este personaje ha perdurado tanto que ha sido una fuerte influencia para otras obras de espada y brujería. A pesar de eso, parece que el público tiene una imagen distorsionada de este personaje.

Cuando se menciona a Conan, —supongo— la mayoría de la gente piensa en cosas muy distintas: tal vez, algunas personas piensen en el actor Arnold Schwarzenegger, quien dio vida a este persona en la película Conan el bárbaro (1982) de John Milus —sí, cumplió 40 años, pero de ella se ha hablado muchísimo en algunos podcast salidos este año, por eso no le dedicaré muchas líneas—. Algunas otras personas, pensarán en los cómics de Marvel, donde por medio del trazo de grandes artistas, se enfatizaban más los elementos violentos de este personaje, cosa ya contenida en las letras de Howard, pero dejando de lado algunos otros aspectos del personaje. Por último, algunas personas pensarán en literatura de segunda clase, porque se trata de un personaje surgido el siglo pasado en revistas hechas para las masas; una idea muy alejada de la realidad.
«El fénix en la espada», contiene los rasgos base de cómo serán la mayoría de los relatos de este personaje: un mini prólogo donde se presentan los posibles antagonistas y la amenaza, seguido de un episodio donde se presenta a Conan, cómo avanzan los planes de los antagonistas, un pasaje más de Conan y el encuentro final y resolución del conflicto. En medio de este esquema básico se halla una prosa llena de una gran imaginación, mucha acción atrapante y de buena calidad literaria.

La habitación era amplia y vistosa, con ricos tapices sobre las paredes, mullidas alfombras sobre el suelo de marfil y un alto techo adornado con tallas de plata. Detrás de un escritorio de marfil incrustado en oro había un hombre de hombros anchos y piel bronceada, que no parecía estar en consonancia con aquel lujoso aposento. Pertenecía más bien al sol y a los vientos de la montaña. Hasta el menor movimiento revelaba unos músculos de acero y una mente aguda, así como la coordinación propia del hombre nacido para el combate. No había nada pausado ni moderado en sus acciones. O estaba completamente quieto —inmóvil como una estatua de bronce— o en continuo movimiento, pero no con las sacudidas espasmódicas de unos nervios en tensión, sino con la rapidez de un felino que nublaba la vista de quien intentara seguir sus movimientos
Conan el cimmerio, vol. 1, pp. 36-37
Esa es la primera vez que Howard nos presenta a Conan, no es combatiendo, no es matando al monstruo en turno, mucho menos rescatando a la damisela en peligro; nos lo presenta frente a un escritorio, realizando una actividad intelectual, específicamente, completando un mapa, ya que los mapas de la corte estaban errados e incompletos, que mejor que un viajero para llenar el conocimiento faltante.
En ese momento llega uno de sus consejeros, Próspero, a quien le expresa lo agotador que es atender los asuntos de estado y que preferiría volver a ser un viajero con espada en mano; puesto que ahora, eso le es inservible ante las conspiraciones de la corte, tema que George R. R. Martin explorará a mayor profundidad 60 años después. A esto Próspero le responde que es culpa de un poeta y sus canciones contra la actual corona y le recomienda mandarlo a la horca, llevando al extremo la postura de Platón de expulsar a cierto tipo de poetas de la República, sobre todo los que contaban más mentiras que no sirvieran para engrandecer a la gente; sin embargo Conan, en una postura totalmente antiplatónica, le responde lo siguiente:
—No, Próspero. No está en mis manos. Un gran poeta es más grande que cualquier rey. Sus canciones son más poderosas que mi cetro; casi se me salía el corazón del pecho cuando cantaba para mí. Yo moriré y seré olvidado, pero las canciones de Rinaldo vivirán por siempre.
Conan el cimmerio vol. 1 p. 38

Conan comprende que el arte, en especial la poesía, perdurará más allá de su reinado, una postura que recuerda a la obra del poeta latino Horacio, quien en su Oda 30 del libro III declara que erigió un monumento que se mantendrá siempre nuevo y presente. Esto se comprende porque él también gusta de cantar, como se menciona más adelante en el mismo relato, aunque sus cantos son más tristes, eso se debe, en mayor medida, a dos factores: en palabras del mismo cimmerio, a que su hogar es un lugar sombrío y la religión de su pueblo contempla que el más allá es igual, así que lo único que tienen es el aquí y ahora: lleno de combates y forjando su destino con la espada.
No entro en más detalles sobre el relato, con la esperanza que al menos se animen a leerlo y conozcan con mayor precisión al hombre que salió de su pueblo para convertirse en rey e inspirar miles de historias, pero eso lo contaré en una segunda entrega de esta columna. Por Crom, espero tegan un excelente año.
Robert E. Howard Conan el cimmerio vol. 1 Timun Mas 320 páginas
La iluminación que encabeza la entrada es de Tomás Giorello y es la portada del cómic de La hora del dragón, de la editorial Dark Horse.
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