“Todas las buenas doctrinas son inútiles. Tiene usted que cambiar su vida”
Wittgenstein
El cinismo es “lo más elevado que puede alcanzarse en la tierra; para conquistarlo hacen falta los puños más audaces y los dedos más delicados”.
Nietzsche, Ecce Homo
La escuela cínica podría considerarse en el marco de la historia de la filosofía como una de las escuelas de la antigüedad poco exploradas, sin embargo; como nos lo hace notar Foucault en su último curso en el Collége de France (1983-1984), las enseñanzas cínicas atraviesan una gran paradoja; por una parte, han estado siempre ahí, escondidas y entremezcladas en los modos de vida de los filósofos, presentes en el corazón mismo de la filosofía y, sin embargo; ha sido también negada y discriminada, intentando suprimir cierta forma de práctica cínica dentro de la filosofía.
Esta peculiaridad del cinismo es la que nos motiva a cuestionarnos sobre el significado mismo del modo de pensar y vivir del cínico: ¿pueden definirse las prácticas cínicas como una filosofía propiamente? ¿Qué tiene de peculiar el cinismo que nos hace cuestionarnos sobre su propio aparecer en el modo de vida de la antigüedad? En este pequeño artículo más que ofrecer una historia de la escuela cínica, quiero principalmente rescatar algunas de sus ideas centrales que nos permitan establecer un diálogo con nuestra actualidad. Las formas muy características del ser del cínico nos permiten reflexionar sobre una forma de vida anclada a la naturaleza y contrastarla con nuestra actual forma de vida totalmente desarraigada de ésta. ¿Qué podrían ofrecernos las enseñanzas cínicas en la comprensión de una ética contemporánea?
La “antifilosofía” del Cínico
A lo largo del tiempo se ha considerado al cinismo como una “escuela filosófica” de raigambres muy antiguas. Lo cierto es que quizá lo más adecuado para referirnos a las ideas y al modo de vida cínico no sea como una “escuela filosófica” propiamente, sino, como una antifilosofía. Haciendo uso del término que el filósofo francés Alan Badiou formuló en su texto: La antifilosofía de Wittgenstein. Esta idea cobra aún más sentido cuando cotejamos que, a lo largo de la historia del cinismo encontramos una constante crítica a la filosofía, esto es, al modo habitual de hacer filosofía y al comportamiento mismo de los filósofos. ¿No será acaso que los que le hemos impuesto la categoría de “filosofía” al cinismo somos nosotros, intérpretes de la antigüedad e historiadores contemporáneos en nuestro intento de comprender y esquematizar la historia del pensamiento?
Como el mismo Badiou nos dice, el desarrollo de la postura antifilosófica atraviesa una gran línea de tradición que podemos encontrar ya desde el mismo Heráclito, pasando por Diógenes, San Pablo, Pascal, Kierkegaard, Wittgenstein, Lacan y Nietzsche. ¿Qué caracteriza la postura antifilosófica que se relaciona con los modos de ser del cinismo?
En primer lugar, Badiou nos propone una primera característica del antifilósofo:
Los antifilósofos […] Entienden ser contemporáneos, no sólo de las verdades que proceden en su tiempo, sino además haciendo de su vida el teatro de sus ideas, y de sus cuerpos, el lugar de lo Absoluto.
Alain Badiou, La antifilosofía de Wittgenstein, p.8.
Estos elementos son realmente importantes para identificar al cinismo como una postura antifilosófica. Si algo caracterizaba al cínico era precisamente este “hacer de su vida el teatro de sus ideas”. El cinismo, más que una doctrina filosófica, era, ante todo, una forma de vida. En el cinismo las doctrinas y teorías cobran vida en el cuerpo mismo, en las prácticas y en las acciones del día a día. Es el cuerpo y la vida misma la que habla y representa en su totalidad las ideas del cínico. Aquí aparece otro elemento importante del cinismo: la conformación de “los modos de vida” con la “verdad”, lo que en su momento Foucault identificó como la parrhesía del cínico.
Otras dos posturas del antifilósofo descritas por Badiou concuerdan perfectamente con la vida del cínico, lo que nos acerca aún más a su comprensión. Estas dos posturas estarían caracterizadas por:
- Una crítica al lenguaje, a la lógica y los enunciados de la filosofía. Una destitución de la categoría de verdad. Un desmontaje de las pretensiones de la filosofía de constituirse en teoría.
- Reconocimiento de que la filosofía no es, en última instancia reductible a su apariencia discursiva, a sus proposiciones, a su falaz afuera teórico. La filosofía es un acto, cuyas fabulaciones en torno a la “verdad” son el atavío, la propaganda, la mentira.
Es claro encontrar en el núcleo del modo de ser del cínico la inherente relación de la forma de conducir y llevar la vida con la manifestación de la verdad. El modus vivendi cínico es caracterizado por su sencillez conceptual y su ausente preocupación por construir grandes teorías filosóficas en torno a algún tema en específico. Alejado de las indagaciones metafísicas y las especulaciones abstractas el cínico intenta redirigir la atención hacía el presente mismo. En la puesta en práctica del cínico se desenvuelve la propia verdad de su ser. Por estas razones es que se ha considerado al cínico como el ejemplo perfecto de la filosofía como forma de vida. Carlos García Gual describe muy bien al cínico a través de su personaje más reconocido: Diógenes. Al referirse a él como:
Antiteorético, antidogmático y anti-escolástico, Diógenes se expresa a través de sus gestos, contestando y parodiando creencias e ideas cuya respetabilidad le parece chistosa. Descubre lo ridículo en el comportamiento de uno y de otros; y pincha con su comentario irónico la hinchazón de estos y aquellos.
Carlos García Gual, La secta del perro. Vida de los filósofos cínicos, p. 26.

La parrhesía cínica de la que nos habla Foucault en su texto El coraje de la verdad se constituye de estos dos elementos que acabamos de ver y que guardan estrecha relación con el antifilósofo: la constante crítica a la noción de “verdad” postulada por la filosofía y su identificación con los “modos de vida”. Así mismo el propio Foucault nos dirá:
El coraje cínico de la verdad consiste en lograr que los individuos condenen, rechacen, menosprecien, insulten la manifestación misma de lo que admiten o pretenden admitir en el plano de los principios. […] En el escándalo cínico se arriesga la vida, no simplemente al decir la verdad y para decirla, sino por la manera misma como se vive […] Expone su vida, no por sus discursos, sino por su vida misma.
Michel Foucault, El coraje de la verdad, p. 246.
La postura antifilosófica del cínico consiste pues, en considerar a la filosofía no como un cúmulo de doctrinas y enseñanzas vacías, sino como una preparación para la propia vida. De este modo, llevar una forma de vida “filosófica” consistirá para el cínico en un constante “cuidado de sí” como configuración de la propia existencia. Veremos además que esta centralidad en la práctica y la constante preocupación y vigilancia de los modos de vida serán los que configurarán formas muy características de ser del cínico. Al llevar una vida cínica es imprescindible saberse guiar conforme a la naturaleza. El anclaje a la physis es otro elemento fundamental en la forma de vida del cínico, pues la naturaleza será la maestra y guía perfecta de su comportamiento ético y de sus distintas formas de ser.
El anclaje a la physis
“Halago a los que me alimentan, ladro a los que me ignoran, y aprieto los dientes a quienes me rechazan.”
Diogenes
La riqueza teórica de los modos de vida cínica es muy amplia pues nos provee de elementos importantes para re-pensar nuestros paradigmas de conocimiento y nuestras propias formas de vida. Existen dos desplazamientos interesantes en la forma de ser del cínico. Por un lado, podemos percatarnos del movimiento crítico del cínico al cambiar el lugar de la verdad de la filosofía, es decir, del logos, de lo teórico y lo dogmático al bios, lo pragmático y lo exclusivamente vital. Este mismo desplazamiento nos conecta con otro de igual importancia: el movimiento que hace el cínico de la trascendencia a la inmanencia, el movimiento del bios philosophikos al bios kynikós. Michel Foucault rastrea estos desplazamientos dentro de la noción de “cuidado de sí” que además podemos considerar como las dos grandes vías de desarrollo de la filosofía occidental.
Por una parte, en el bios philosophikos característico del platonismo, epicureísmo y estoicismo, la búsqueda de la verdad conectada con el problema del cuidado de sí se conducirá hacia la trascendencia, es decir, el cuidado de sí estaba referido al alma, la verdad, se encontraba alejada del cuerpo y los sentidos, los cuales eran impedimentos y obstáculos para la verdad.
Por su parte, el bios kynikós propuesto por el modo de vida cínico, se centra en el “cuidado de sí” enfocado en la inmanencia. La verdad se encuentra en los modos de existencia y a través de las prácticas de sí. El cínico, como veíamos anteriormente no busca la verdad ni fundamenta su existencia en planos trascendentes, sino que, al contrario, su principal preocupación consigo mismo es la de construir una “vida verdadera”, un alethés bíos el cual tendrá entre otras características importantes una fuerte conexión y la necesidad de guiarse conforme a la naturaleza.
Como se podrá intuir, el cínico no obedecía ni tomaba en serio ninguna ley que no fuera la “ley natural”. Este anclaje a la physis proviene evidentemente de una crítica a las leyes y normas políticas proclamadas por la sociedad. El principio de la vida cínica debe ajustarse al orden de la naturaleza, lo cual supondría un abandono de las normas y estructuras de la cultura. El cínico se oponía evidentemente a aquella arbitraria separación marcada por los filósofos entre naturaleza y cultura, y su forma de rebelarse ante esta separación será llevar su vida al extremo de la naturaleza; retornar a la animalidad del sujeto, es decir, recuperar los instintos, el cuerpo y la sencillez de las necesidades humanas.

Esta recuperación de la constitución animal del sujeto será desde luego una de las características condenadas y repudiadas del cinismo por la filosofía tradicional. Si nos percatamos bien, la separación animal-hombre donde se funda la dualidad que ya mencionamos anteriormente entre naturaleza-cultura, ha sido uno de los grandes puntos de partida del pensamiento y la gran arbitrariedad de la filosofía occidental, ha sido también la gran violencia de la ética.
El mismo Foucault hace notar esta separación arbitraria de la cultura occidental:
El principio de una vida recta que debe ajustarse a la naturaleza y sólo a ella conduce a la valoración positiva de la animalidad. Y esto también es algo singular y escandaloso en el pensamiento antiguo. Podemos decir, de manera general y si resumimos mucho, que la animalidad tenía en el pensamiento antiguo el papel de punto de diferenciación absoluta para el ser humano. Al distinguirse de la animalidad, éste afirmaba y manifestaba su humanidad. En mayor o menor medida, la animalidad siempre era un punto de repulsión para esa constitución del hombre como ser racional y humano.
Michel Foucault, El coraje de la verdad, p. 278.
Podemos ver en este punto la fundación de esa cruel violencia del pensamiento occidental en torno a la animalidad y que ha construido una larga visión antropocéntrica del mundo. La huida de la animalidad que emprendió el hombre desde la antigüedad no ha hecho sino limitar nuestra concepción ética, la cual ha dejado fuera a todo aquello que no forma y privilegia a la vida humana. En la actualidad podemos percatarnos de las consecuencias terribles que ha traído este olvido y rechazo de lo animal y la naturaleza.
Aquí encontramos un punto de conexión entre la crítica cínica y una posible vía para pensar nuevas formas éticas de nuestra vida contemporánea. Si consideramos que nuestra forma de vida actual se encuentra sumamente alejada de la naturaleza, podemos percatarnos que la forma de vida cínica cobra mayor relevancia en nuestra actualidad; no como una invitación a cambiar nuestras formas de vida por una forma de vivir cínica, sino como una sugerencia a ampliar nuestros marcos interpretativos y nuestros valores en torno al mundo natural.
Si algo caracteriza nuestro actual habitar en la tierra es el desarraigo total con la naturaleza, nuestra crueldad y violencia en contra del resto de los animales no humanos. ¿Qué nos sugiere la forma de vida del cínico que podríamos llevar a nuestras actuales formas de vida? Me parece que una de las principales propuestas éticas del cínico es precisamente su arraigo con la naturaleza, lo cual significa también un reconocimiento con lo animal, es decir, reconocernos como un animal más en la naturaleza nos llevaría a debilitar de cierta manera la fuerte interpretación antropocéntrica que tenemos sobre el mundo.
El cínico nos propone también una especie de debilidad de “lo humano”, es decir, de esa estructura conceptual tan firme que ha construido la tradición filosófica y ha ensalzado tanto el humanismo. En este sentido, la crítica cínica no se limita solamente a proyectarse ante los filósofos y la filosofía, sino que esta crítica se amplía a la humanidad por completo, tomando la forma de un “anti-humanismo” entendido como la crítica que intenta desequilibrar los fundamentos sólidos de “lo humano”. Esta forma de crítica podemos verla muy claramente en la predilección de Diógenes por las cualidades y formas de vida de los animales como ejemplos de comportamiento para el ser humano, así como en la necesidad y deber del cínico de asemejarse a lo animal.
La virtud para el cínico se encuentra en las características y cualidades de los animales y no, en las cualidades del ser humano. De ahí que la denominación de “perros” sea para el cínico un verdadero elogio y representación perfecta de su búsqueda a la “vida verdadera”. La siguiente cita expresada por Foucault podría parecer uno de los lemas perfectos del cinismo:
Para no ser inferior al animal, hay que ser capaz de asumir esa animalidad como forma reducida pero prescriptiva de la vida. La animalidad no es un dato, es un deber.” La animalidad como modelo de comportamiento y moralidad es también para el cínico modelo de su propia vida.
Michel Foucault, El coraje de la verdad, p.279.
De este modo, es posible concebir estas características cínicas como una invitación a trascender nuestras normas éticas y nuestros valores marcados por la sociedad. El ser del cínico es una incitación a transgredir el valor de la norma y de la ley, así como el valor de nuestra propia vida preestablecida.
Bibliografía
Badiou, Alain, La antifilosofía de Wittgenstein, Trad. María del Carmen Rodriguez: Capital Intelectual, Buenos Aires, 2013.
Foucault, Michel, El coraje de la verdad: El gobierno de sí y de los otros II. Curso en el Collége de France (1983-1984). Trad. Horacio Pons, Buenos Aires: FCE, 2010.
García Gual, Carlos, La secta del perro. Vida de los filósofos cínicos, Alianza Editorial, España, 2014.
Onfray, Michel, Cinismos. Retrato de los filósofos llamados perros, Trad. Alcira Bixio, Paidós, Barcelona 2002.
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