Toma un poco de café - MilMesetas

I

—¡No puedes despedirme!— Grita Lizbeth.

—¿Por qué no?— Responde Humberto, con cierto dejo de burla—. Se te dijo muchas veces que no te durmieras durante tu turno, se te dieron amonestaciones orales, luego escritas y de allí un seguimiento y no quisiste entender.

—Pero mis métricas son las mejores: mi CSAT es de 4.5, mi abandono es de 0.3, soy puntual y nunca falto.

—Sí, querida, pero te quedas dormida en tu lugar y se te había pedido un sin fin de veces que no lo hicieras, es una política de la empresa y lo sabes.

—Mi vida de día me impide dormir bien, debo cuidar a mi hijo y a mi madre que ha estado enferma, no puedo perder este empleo, es el…

—Lo hubieras pensado antes de dormirte en tus horas de trabajo— la interrumpe para ya dejar de oír sus penas—. Yo también tengo problemas y para no dormirme tomo café. 

—No puedo tomar eso, soy alérgica, te lo dije muchas veces…

—Bueno, ya estuvo suave, te puedes retirar y nosotros te hablamos para cuando puedas venir por tu finiquito.

Lizbeth sabe que no tiene sentido seguir discutiendo, se marcha.

II

—Se que hace unas semanas no me comporte de la forma adecuada, Humberto, para que quede todo por las buenas, te traje este café, es muy especial.

—¿Si sabes que nada de esto hará que te devuelva tu trabajo?

—No, no, no busco eso, solo vengo por mi cheque, mi hoja de recomendación para un nuevo empleo, que ya encontré, gracias a mi San Juditas, y a cerrar por la paz, sin rencores.

—Bueno, toma tus papeles y gracias por el café—. Toma el frasco, lo destapa y su aroma lo encanta al instante—. Realmente huele muy bien. 

—Sé que te gustará mucho, será muy útil para mantenerte despierto.

III

Humberto había regresado de sus vacaciones, donde se puso la mega peda de su vida, lo que implica que no durmió nada y no iba a aguantar el turno. Como supervisor su deber era poner el ejemplo y mantenerse despierto. Abrió su escritorio, toma su café y al fin se da cuenta que ya se había acabado, el muy torpe olvidó comprar más. Antes de cerrar el cajón todo enojado, mira el pequeño frasco que su antigua subordinada…  ¿Elizabeth?, no, Lisa, sí, así se llamaba, le había llevado como símbolo de paz. Lo abre y en definitiva es el mejor café que ha olido en mucho tiempo, aunque es muy poquito; pero lo suficiente para hacerse tres tazas y soportar su turno. Sin más, lo prepara. El chiste es mantenerse despierto. 

IV

Después de un pesado turno, llega a su cama. No piensa destenderla ni quitarse la ropa, se arroja a ella. Pasan diez minutos y no puede conciliar el sueño. Gira en la cama. Se levanta, va al baño y se lava el rostro, claro, refrescarse es lo que le hacía falta. Vuelve a la cama. Treinta minutos después, sigue girando en la cama. El sueño no le hace cerrar los ojos. 

V

—Doctor, llevo cinco días sin poder dormir. 

—Vaya, eso no es muy normal. 

—Lo sé, ya probé todos los remedios caseros que me recomendaron por mis redes sociales y nada ha funcionado, ¿tendrá algo que me haga dormir? 

—Bueno, por el momento solamente le puedo recomendar unas pastillas, pero necesito que se haga unos estudios y conocer el motivo de su afección. 

—Sí, lo que sea, pero ya deme algo. 

VI

“¿Si sabes que ya llevas diez días sin dormir?”

—Sí, no me lo tienes que recordar, ir con el doctor no sirvió para ni madres. 

“No hables así, no está bien que alguien en tu posición hable así”. 

—Me vale si me escuchan, yo aquí soy el mero, mero. 

“Calla, alguien toca la puerta”. 

—No me mientas como las otras veces, nadie está tocando. 

“Es en serio, esta vez si están tocando la puerta, cállate que se van a dar cuenta que estoy aquí de infiltrado”. 

—¿¡Quién es!?— Grita con toda la rabia que puede, porque los toquidos le resonaron como si estuviera bajo la inmensa campana de una catedral. 

—Soy Brenda, tu jefa. 

En ese momento su cara se puso tan pálida que en conjunto con sus ojeras, hizo que pareciera que se había maquillado como una calavera. 

—S… sí… Sí, dame un minuto. Ya lárgate antes de que te vea. 

“Me pondré detrás de tu maceta, no me verá, ya abrele”

Humberto abrió la puerta. Brenda disimula bien su impresión al ver a un desecho de hombre, la sombra de lo que fue uno de sus mejores subordinados. 

—¿Con quién hablabas, Humberto? 

Él mira hacia la maceta, recibe un guiño y un dedo en los labios le indica que no diga nada. 

—Con nadie. 

VII

Humberto ya había cumplido doce días sin que sus párpados se pegaran. Estaba en su casa sin saber qué hacer, ya que su jefa le había dado unos días extras de vacaciones, para que se relajara, sobre todo por su pésimo desempeño de la última semana. Suspiró. Su mano empezó a buscar con mayor desesperación su antifaz, sus dedos chocaban con todas las cajas de medicamentos, tanto legales como ilegales, regados sobre su desatendida cama. Al fin encontró lo que buscaba. Se lo colocó rápidamente en el ojos.

“No, aquí sigo, no me he ido y las arañas tampoco se irán, por mucho que te tapes”. De nuevo comenzó a llorar. 

VIII

—Humberto, abre esta pinche puerta.

—Quincedíasjajaja…dadudadu.

—¿De qué hablas?— preguntó Brenda, mientras esperaba que los policías de seguridad trajeran las llaves de esa oficina.

—QuincedíassinrecibirlosbesosdeMorfeo…dadudadu.

—Ya abre.

—NopuedoestotrabajandoybuscoaLisaellafueellafueellafueyavienenpormíyaentraronsalgandejenmenoooooooo…

IX

—Un buen sin verte, amix, ¿cómo has estado?

—Carmen, qué gusto, todo bien, muy bien, de hecho— Lizbeth, abraza a su amiga—. Hasta tengo un trabajo hermoso y ¿cómo va todo en la chamba?

—Ay, amiga, estuvo horrible, hace una semana se petateó Humberto en el trabajo.

—¿Quién?

—El wey que era tu super, ay, bueno, qué en paz descanse.

—Ah, sí, ya lo recuerdo. Pues, ¿qué pasó?

—Quesque un ataque al corazón por falta de sueño.

—Qué horror, pobre hombre.

—La poli Juana me dijo que cuando entraron a la oficina, el tipo tenía los ojos abiertos, mirando hacia el techo y con una cara de horror. Ay, no, la pobre ya hasta pidió días de descanso.

—Qué feo caso.

—Eso no es todo, Ricardo, el guapito de documentos, me chismeó que durante el velorio el ataúd estuvo cerrado, porque la familia no soportaba que Humberto tuviera los ojos abiertos, en la funeraria por mucho que lo intentaron, no pudieron cerrarlos. ¿Cómo ves?

—Espero que encuentre el descanso—Lizbeth disimula la sonrisa que quería formarse en sus labios—. Era tan bueno, sabes, yo siempre le decía que no tomara tanto café, que eso le haría daño algún día.

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