Enseñar locamente la Nueva Educación - MilMesetas

Jamás pudo pensar en la enseñanza como una ocupación poco remuneradora y sin porvenir hasta encontrarse en una pequeña habitación frente a una cámara que la enfocaba.

Lloyd Biggle, Jr., “Y enseñar locamente”.

Desde que inició la pandemia, mucha gente ha expresado en alguna red social que estamos viviendo un episodio de Black Mirror, ya que hemos tenido que recurrir en mayor medida a la tecnología —los que contamos con dicho privilegio— para seguir interactuando de alguna forma con otros. También hay otras personas que han comentado que al fin estamos viviendo en una distopía ciberpunk y no el mañana que nos habían prometido películas como Volver al futuro II. En ambos casos noto que al aceptar sólo esas dos posibles narrativas clausuran otras deltas del porvenir; sin embargo, cada quien es libre de elegir su mañana.

Cuando anunciaron que las clases se impartirían por medio de plataformas digitales y de la televisión, inmediatamente recordé el futuro planteado en el relato Y enseñar locamente de Lloyd Biggle, Jr. (1923-2002). En dicho texto se presenta a la señorita Mildred Boltz, una profesora de mediana que edad que regresa de las colonias de Marte, porque su salud necesita mejorar al ser muy susceptible de padecer cáncer marciano; así que ella consigue trabajo para impartir clases de inglés al décimo grado. El problema es que las clases serán transmitidas por televisión para enseñar a 40 mil estudiantes.

Durante su entrevista el superintendente Roger A. Wilbings se rehúsa a contratarla porque según él: “La enseñanza es una profesión para gente joven”[1]. Además, con cierto todo despreció, agrega que por pertenecer a la colonia marciana, la periferia, no tiene una verdadera experiencia sobre los cambios que ha sufrido la enseñanza. Justo así he percibido que se sienten muchas personas mayores —y no tan mayores— dedicadas a la docencia: ese desplazamiento ante la “Nueva Normalidad” en la que vive la sociedad actualmente y quizá, como se relata en el cuento, una “Nueva Educación”.

Ante esta situación ella se cuestiona cómo sabrá si sus estudiantes están aprendiendo sin exámenes o ejercicios para comprobarlo, a lo que Wilbings responde que el único método de comprobación es el cómputo Trendex (básicamente el rating de audiencia). Después, al charlar con uno de sus colegas, la profesora descubre que su prioridad debe ser mantener la atención de su audiencia y en segundo lugar enseñar, porque la “Nueva Educación” parte del principio más básico de la economía capitalista: “Llamar y sostener la atención del público y hacer que la gente compre aun en contra de su deseo. En nuestro caso llamar y sostener la atención del alumno haciendo que aprenda, le guste o no” (63).

Caricatura de Nik, tomada de Facebook.

Actualmente, los docentes están compitiendo contra las redes sociales, los videojuegos, la comunidad de youtubers y las plataformas de streaming. En el caso de la señorita Boltz, comprueba que esa “Nueva Educación” es muy deficiente, ya que entre sus colegas algunas profesoras hacen striptease, un profesor realiza malabares y personifica una novela, otra dibuja ilustraciones magníficas y uno más juega con naipes y monedas. Ella no evita sentir un genuino repudio ante esto, incluso los llama “actores”, puesto que se preocupan más por divertir que por instruir.

Es importante mencionar que entre el alumnado hay personas con dificultad para aprender, otras sienten que sus hogares no son los espacios ideales para concentrarse y la más evidente: no todo el mundo tiene acceso a una televisión, ya ni se diga a una computadora e internet. Así que no podemos esperar que un relato de ciencia ficción escrito hace cincuenta años y pensado desde otra realidad sociocultural nos dé todas las respuestas o retrate nuestro presente de forma fidedigna.

Imagen tomada de Educación e inequidad virtual en tiempos de Pandemia.

Siempre se hallan otras formas de replantearse los porvenires, porque, al final de cuentas, la ciencia ficción trata sobre lo humano y sus posibles conflictos con alguno de ellos: lo otro, lo tecnológico o el progreso. En un punto del relato, la protagonista decide solicitar cartas a sus estudiantes para conocerlos, después se anima a visitar a los pocos que sí le escribieron, para finalmente impartirles clases presenciales; pero no evita tener un problema con uno: “Caminó a su lado tímidamente cuando ella le acompañó hasta el salón de clase, donde se sentó en un pupitre; seguidamente se sumió en una pasmosa inmovilidad pareciendo que estuviera al borde de la hipnosis. Los otros alumnos intentaron que participara en sus discusiones, pero el muchacho hizo caso omiso. Siempre que la señorita Boltz levantaba la cabeza, veía los ojos del muchacho fijos en ella con gran intensidad. Inmediatamente lo comprendió: el muchacho estaba en la clase, pero todavía seguía contemplando instintivamente la televisión” (79).

La respuesta que ofrece el relato es que la educación necesita del contacto humano, si bien se puede aprender por medio de libros y pantallas, el conocimiento verdadero no puede crecer, si no tiene retroalimentación, si no tenemos con quien consultar nuestras dudas de forma inmediata e intercambiar puntos de vista. No se trata de satanizar la educación a distancia, tampoco de idealizar la docencia al victimizarlos; se trata de señalar que la educación es un tema de continuo aprendizaje, al especular sobre el porvenir y sus posibles contratiempos. Incluso sería bueno mirar al pasado y ver qué otros futuros ya han sido imaginados y qué podríamos aprender y aprehender de ellos.


[1] Lloyd Biggle, Jr., “Y enseñar locamente”, en Historias selectas de ciencia ficción, trad. Fernando Corripto, Jaime Piñeiro, Editorial Brugera, Barcelona, 1972, 49-92 pp. (En adelante, citaré en el texto sólo con el número de la página correspondiente).

Fuente: Ilustración de Arthur Radebaugh tomada de Cartoon strips from the middle of the last century give a vivid

Déjanos un comentario