Cayendo por el agujero del conejo…
Quienes van con el “loquero” (psiquiatras y psicólogos) es porque están “locos”. Los locos, dicen, terminan en el manicomio. Muchas veces lo hemos oído; es más, ¿quién de nosotros no lo ha dicho? En este siglo la salud mental no es una prioridad, sino un lujo, tanto por cuestiones económicas como por excentricidad y modas (como quien cree que el coaching le salvará de su depresión crónica); pero, sobre todo, por los estigmas que aún cargan los trastornos mentales y todo lo relacionado a ellos. Coincidimos con Alicia: “A mí no me gusta tratar a gente loca”.
“Alicia —Pero es que a mí no me gusta tratar a gente loca.
Gato de Cheshire —Oh, eso no lo puedes evitar. Aquí todos estamos locos. Yo estoy loco. Tú estás loca.
Alicia —¿Cómo sabes que yo estoy loca?
Gato de Cheshire —Tienes que estarlo, o no habrías venido aquí”.
Lewis Carroll, Alicia en el país de las Maravillas, 2006.
Y, sin embargo, todos, o casi todos, nos hemos sentido perdidos, sin rumbo en nuestras vidas; como si hubiéramos caído en un lugar distinto y desconocido. Por eso el Gato de Cheshire responde: “Aquí todos estamos locos”. Y, para escapar de esa “locura”, nos asimos a la “solución” más inmediata y fácil que encontramos: ¿quién no ha buscado beber, dormir, comer o usar cualquier droga para no pensar en aquello que le acosa desde dentro? Porque, al fin y al cabo, cualquier cosa es mejor que ser etiquetado como loco. A los locos se les droga, se les zombifica, se les ata con camisa de fuerza y se les aísla.
Si las drogas no funcionan, existen otros métodos para mantenerlos “cuerdos y normales” y a una debida distancia social: todos los etiquetados y marcados como enfermos mentales son (o deben ser) encerrados, apartados y casi hasta sepultados; o mejor aún, “¡Qué les corten la cabeza!”, como grita la Reina Roja siempre que alguien contradice su visión de la realidad, a ella o a sus caprichos y deseos, es decir, a la frágil normalidad de la vida cotidiana. Así gritamos a todos los locos, y así nos gritan una vez que hemos caído por el agujero del conejo. ¡Qué gran pánico vernos etiquetados como locos! Nadie quiere estar loco, ser un enfermo y ser visto como un anormal, un freak.
Aunque podamos decir que los tiempos han cambiado, y que ahora ya no es necesario hacer una lobotomía a cualquiera que se acerque a un asilo psiquiátrico, todavía permanece la estigmatización y la desnormalización de la atención y del cuidado de la salud mental. Lo que provoca que muchas personas eviten tratarse o siquiera hablar sobre el tema.
“¡No, no!” dijo la Reina Roja. “La sentencia primero —el veredicto después”.
Lewis Carroll, Alicia en el país de las Maravillas, 2006.
¿Por qué sentenciamos tan tajantemente si los límites entre lo que llamamos normalidad y locura no siempre están bien definidos? Si el Gato de Cheshire tiene razón (valga la ironía), en este mundo de locos, no podemos apresurar nuestra sentencia o quedaremos todos sin cabeza. En especial cuando condiciones (que no es lo mismo que llamarlas enfermedades) como la depresión, la ansiedad, los trastornos emocionales, trastornos compulsivos, etc., se dan entre nosotros en el día a día y en cualquier persona, incluso en quienes menos lo sospechamos. Tenemos suficiente con nuestra propia indecisión para confrontarnos, con nuestra necia resistencia a cambiar y lidiar con nuestros malos y, a veces, autodestructivos hábitos. Tan sólo hablar de enfermedades nos hace sentir mal, impedidos, padecientes, frustrados. Pero nada más absurdo que esperar un cambio milagroso, que nos saque, sin movernos siquiera, del lugar donde estamos atascados. El mayor problema y reto no es exorcizar a los demonios personales, sino aprender a vivir con ellos y llegar incluso a domesticarlos.
Desde el fondo del agujero del conejo, sean bienvenidos a esta columna esporádica, lugar para la reflexión sobre la bipolaridad, la ansiedad, la depresión, entre otros trastornos mentales. La cual, bajo distintas miradas, busca invitar a una posible reconciliación de cada uno consigo mismo, así como una mayor consciencia de lo que somos sin perder la cabeza en el intento.
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