WandaVision o la postelevisión - MilMesetas

Previously on WandaVision…

* Esta es la segunda parte de un ensayo escrito a cuatro manos por Eloy Caloca Lafont y Rafael Tiburcio García*. Pueden leer la primera parte “WandaVision o el duelo y la identidad” en la columna Indisciplina de la revista Melómano.

La única forma de avanzar es retroceder.

—Agatha Harkness 

En la década de 1980, Brian O’Blivion, psiquiatra ficticio del filme Videodrome de David Cronenberg, pronosticaba: “En el futuro, la batalla por las mentes de Norteamérica se jugará en la arena de video”. En efecto, hoy vivimos en la videocultura, aunque nuestro concepto del audiovisual o de sus medios de producción, difusión y consumo se hayan modificado a través de las décadas. Por casi sesenta años, la televisión fue el principal soporte de la información y el entretenimiento. No obstante, las relaciones que las sociedades establecieron con el televisor y los contenidos de su preferencia también fueron cambiando, pues, como analiza John Fiske en Television culture, existe un intercambio continuo entre las prioridades de los mercados capitalistas, las prácticas cotidianas de diversas comunidades y los códigos y tópicos televisivos.

WandaVision, episodio 1. Filmed Before a Live Studio Audience.

Hace poco escribimos sobre cómo WandaVision, la miniserie de Disney+ escrita por Jac Schaeffer, era todo un tratado sobre la identidad, los límites de lo humano y el duelo. A raíz de esto, pensamos también cómo este spin-off de Avengers tiene un subtexto importante sobre la televisión; pero, no nos referimos a lo que ya han dicho casi todos los articulistas y youtubers sobre el tema —que WandaVision homenajea varias series y películas populares, que hay muchos easter eggs de cómics como House of M, Xtreme X-Men o el reciente Vision, o que la trama hace una pausa en el universo de superhéroes de Marvel para apostar por el género del melodrama fantástico—. Más bien, nos concentraremos en una provocación: decir que la historia de Bruja Escarlata y Visión en la localidad de Westview es, en realidad, una gran reflexión acerca de la muerte de la televisión. O, por lo menos, que la miniserie trata sobre cómo la televisión mutó para convertirse en otra cosa: una postelevisión en la que ya no se sostiene el diseño de argumentos, personajes y problemáticas que presentaban las sitcoms del pasado. De esta forma, WandaVision se convierte en un ejemplo paradigmático que nos permite ver el cierre de una era y el inicio de otra.

Hay una larga lista de expertos en comunicación y teóricos culturales que han debatido si la televisión ha muerto. Eliseo Verón, por ejemplo, decía que los realities y concursos interactivos de los noventa ya suponían una postelevisión; mientras que George Gilder, Raymond Williams y Nicolás Negroponte comentaban, en consonancia con ideas ya planteadas por filósofos como Emile Ciorán o escritores como Daniel Sada, que las audiencias del medio se irían desmasificando o sectorizando, haciendo de la televisión (y de los libros, las redes y otras formas de entretenimiento), un soporte tecnológico personalizado o a la carta. A causa de esto, David Morley analizó que el devenir del aparato televisivo sería la desterritorialización, de la sala hogareña y el sillón a la pantalla del móvil. Finalmente, Carlos Scolari, influido por las ideas de Henry Jenkins sobre las fanfictions y la reapropiación de las franquicias corporativas como nuevas mitologías populares, anunció la llegada de la hipertelevisión, donde son populares las narraciones transmedia: universos ficcionales extendidos y sagas que multiplican cada vez más sus historias, personajes y giros de trama, como actualmente ocurre, no sólo en el cine, sino en los cómics, la animación o la literatura.

WandaVision, episodio 3. Now in Color.

WandaVision (y todo Marvel) no busca(n) precisamente una audiencia de culto ni la desmasificación de la televisión. Por el contrario, el fenómeno cultural de los superhéroes que dejan atrás sus mitologías —porque sufren, mueren, trabajan, se casan o hacen vida doméstica— apuesta por volver al acontecimiento televisivo de masas, pero procurando que diferentes públicos queden complacidos: las y los niños, los seguidores de series policíacas como CSI 24, los nostálgicos y los fans de los cómics. Sin embargo, en Wandavision atrapar al segmento de los (mal) llamados millenials, nacidos en los ochenta y noventa, y hoy convertidos en geeks, kiddles o niño-grandes, será clave, porque, como Wanda, pertenecemos a una generación que creció viendo mucho la televisión, y con ella, una galería acumulativa de repeticiones de shows de los sesenta a los dos miles.

Somos una generación de collagesremixes y revivals. Al pensar en el matrimonio, tenemos en mente Los Picapiedra Hechizada, pero también Mad about you Modern family. Wandavision se vale de esto para presentar un museo de nueve capítulos donde circulan muchos estereotipos, discursos y subjetividades, desde la pareja perfecta de los suburbios del American way of life y los oficinistas cómicos de clase media, hasta el ama de casa rebasada por los trajines diarios. La estrategia de la serie consiste en presentar distintas etapas del amor occidental (matrimonio, embarazo, familia), planteando que, tanto en la televisión como en la Historia reciente, las identidades laborales, parentales y de género han cambiado. Además, el hecho de que Wanda y Visión sean una especie de semidioses jugando a ser sujetos de clase media, añade algunas lecturas críticas de la vida postmoderna, como el imperativo de que todas las parejas deben tener un lugar o canción favorita, un aprendizaje episódico o un final feliz, y comportarse como vecinos agradables mientras, lejos de eso (literalmente: en otra realidad), haya que lidiar con la enfermedad, la depresión o la muerte.

WandaVision, episodio 5. On a Very Special Episode…

Hay algo muy millenial en Wanda: hacer de sus aspiraciones, pastiches; buscar sonreír en realidades coloridas al estilo de La tribu Brady, Lazos familiares Ay, cómo duele crecer sin enfrentarse a que, ante la precariedad y la violencia, no existen finales llenos de aplausos ni intros con alegres álbumes familiares. Como una joven-adulta en sus treinta, la protagonista se resiste a dejar ir los formatos televisivos con los que creció, pues representan la seguridad de la niñez. Por eso, las risas enlatadas, la comedia de las equivocaciones, el humor corporal y los Deux ex machina llenan los episodios de WandaVision y nos complacen como espectadores que esperan este tipo de desarrollos.

Aun así, en nuestra opinión, esto implica un problema, ya que no se presentan como mecanismos naturales e incuestionables de la trama, sino como fan service. Es así, que esos usos frívolos del rompimiento de la cuarta pared pueden representar un obstáculo para la continuidad, incluso para la coherencia del propio mensaje narrativo; aunque, no para la propuesta estética de la miniserie. La construcción del universo interno de WandaVision, por ejemplo, puede volverse frágil ante el triple nivel metanarrativo de episodios como en los que se emula a Malcolm in the Middle, en los que los testimonios de los niños, Wanda o Visión, de frente a la pantalla, obligan al espectador a cuestionar la identidad de ese mediador-camarógrafo (si es Agatha quien sostiene la cámara, entonces, ¿cómo es posible que ninguno de los protagonistas lo supiera al instante?). Esta inconsistencia debilita la construcción del misterio en la serie, con lo que la forma despoja al fondo de su sentido.

Son herramientas para que, aquellos que crecimos viendo series los sábados sin posibilidad de poner pausa o reproducir en el horario que quisiéramos, recordemos la vida antes de Netflix. Y, aunque la serie de Marvel se arriesgue a emular narraciones que rompieron con las sitcoms tradicionales, como la ya mencionada Malcolm The Office, también nos recuerda que la televisión, tan planeada y estilizada como siempre luce, es televisión, al fin y al cabo.

WandaVision, episodio 5. On a Very Special Episode…

Si bien nos formó el collage televisivo, igual somos una generación bricolaje. Las situaciones que hoy pueden parecernos las más disparatadas, los villanos más ingenuos y los amores más ñoños no fueron algo que elegimos; los recibimos en dosis televisivas que fueron tapiando y resanando nuestra educación sentimental; y son vehículos, además, de agendas ideológicas muy específicas. A lo mucho, tuvimos el zapping con el control remoto, que Beatriz Sarlo ya describía en Escenas de la vida postmoderna como un “sueño insomne”, hecho de imágenes sucesivas que dejaban historias a medio empezar o mal-terminar; pero, nada parecido a la saturación de contenidos de los servicios de streaming. WandaVision lo sabe, porque mientras los segmentos “nostálgicos” y meta-referenciales de Wanda y Visión dialogan con las narrativas clásicas de la televisión, la subtrama de Darcy Lewis, S.H.I.E.L.D. y la agente Mónica Rambeau, que primero aparecen como espectadores y, posteriormente, como personajes, es, más bien, acelerada, fragmentaria, metanarrativa y postelevisiva.

WandaVision, episodio 7. Breaking the Fourth Wall.

Tanto para Walter Benjamin como para la crítica actual, la recuperación de un evento histórico implica siempre la mirada desde el presente. Es una narración arbitraria que no describe lo que pasó, sino que recorta y ordena aquellos sentidos pasados que, por su contraste o continuidad con los acontecimientos actuales, se consideran relevantes. WandaVision no tiene únicamente el objetivo de simular o elogiar las series del pasado, porque también construye una definición propia de las series del presente. Funciona más como una parodia postmoderna, según lo que entiende Linda Hutcheon:

tiene la ventaja de la re-creación o la creación nueva; no es una crítica de algo usando o imitando sus formas, sino una exploración activa de ciertas formas para decir algo más. La parodia es más sintética que analítica, porque es la “trans-contextualización” o “re-contextualización” del sentido. (…) Es un marcador de diferencia, superponiendo situaciones o textos en diferentes contextos.

(A theory of parody, 2000: p. 13).

Por lo anterior, es difícil saber en sí de qué trata WandaVision. Como si, más que unidad, buscara una multiplicidad de efecto. Como un cubo de Rubik, es a la vez un romance renacentista (La balada triste de Wanda y Visión), un cúmulo de teleseries, un sci-fi, una aventura de misterio, un duelo de magia y, sí, como diría mi mamá, “un programa de superhéroes que lanzan rayos y pelean contra monos feos”. En todo caso, Marx decía que “la historia siempre sucede dos veces, como tragedia y como farsa” y WandaVision es un paseo histórico por la televisión anunciando sus transiciones inevitables. Si esto nos hace revivir nuestro pasado como televidentes a manera de tragedia o farsa, está aún por verse.

Imagen de portada: WandaVision, episodio 8. Previously On…

*Rafael Tiburcio García, co-autor invitado de este texto, es escritor, melómano, locutor, teórico de la industria del ocio, editor de @espejohumeanter, columnista de @melomano.media y autor de Cuentos de bajo presupuesto y Rabia | ikari.

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