
Son pocas las obras que pueden romper las fronteras del tiempo éstas, generalmente, tienen una característica común: sus reflexiones y narrativas son tan profundas y entretenidas que siguen siendo vigentes en diferentes contextos y realidades, un ejemplo claro es -la hoy considerada novela clásica de la literatura universal- “Los viajes de Guilliver”, autoría del mítico Jonathan Swift.
El referido libro vio la luz en el lejano año de 1726 con un título un tanto largo: “Los viajes a varias naciones remotas del mundo en cuatro partes, por Lemuel Gulliver, primero cirujano y luego capitán de varios barcos”, pero más tarde, en 1735 tomó el nombre por el que ahora lo conocemos el cual, sin lugar a discusión, es más amigable, aunque menos descriptivo. Merece la pena mencionar que el libro, en un primer momento, fue editado de manera anónima, pero años más adelante Swift reconoció su paternidad, aunque repudió algunos apartados que en un inicio estaban al margen de lo políticamente correcto en su época.
El libro está dividido en cuatro apartados, en los cuales, el médico y navegante Lemuel Gulliver naufraga en islas fantásticas con personajes que irradian en la locura, los cuales forman parte de una “escenografía literaria” que es terreno fértil para satirizar, criticar y poner bajo la lupa a “la naturaleza humana”. Este último tópico es lo que ha permitido que la obra se considere atemporal.
El primer viaje con el que Gulliver comienza la aventura es cuando accidentalmente llega a Lilliput, ahí es donde Swift hace una ácida descripción de los pequeños habitantes de la isla, en donde se corrobora que la maldad, la vanidad y la ignorancia son vicios que siempre van de la mano, en ese sentido, podemos intuir que la talla física de los habitantes es sólo una metáfora de su pequeñez mental; en el viaje a Brobdingnag, el protagonista se encuentra con gigantes pragmáticos y amables, pero con una inteligencia corta; mientras que en Laputa, una isla flotante, conoce a supuestos filósofos atrapados en una teorización absurda de la realidad, lo cual, es una notoria burla a la esterilidad de la academia que no coadyuva a la transformación de la realidad, sino que se centra en el absurdo de confundir lo secundario de lo principal; en la isla de Glubbdubdrib tiene la fortuna de encontrar a unos brujos que le permiten dialogar con grandes personajes de la historia universal: Alejandro Magno, Julio César y Aristóteles; finalmente, el viaje más profundo y al que prestaremos más atención, es el último, donde conoce a los Houyhnhnms, cuya principal peculiaridad es que son caballos racionales -y moralmente intachables- que conviven con los Yahoos, una especie de neandertales que exhiben los principales vicios del género humano, al tiempo que contrastan la perfección ética de los corceles.
Viaje a Liliput
Tal vez el viaje que no está escrito en el libro pero que -de manera tácita- hace la o el lector es aquel que se realiza entre líneas, al calor de la introspección, cuando llegamos al punto de cuestionar: ¿qué isla me gustaría conocer? ¿en cuál podría permanecer?, ¿podría vivir con los Houyhnhnms o me siento más identificado con los Yahoos?, ¿qué vicios comparto con los personajes con los que se encuentra Gulliver?, ¿a qué personajes invocaría en la isla de Glubbdubdrib?, entre otras interrogantes, como lo hizo el propio Gulliver al regresar de su último viaje “físico” para adentrarse en el más complejo: verse como un ser humano que aspira a convertirse en un Houyhnhnms.
Cómo no querer emular a los Houyhnhnms, quienes representan el ideal de ser humano que dictan las principales doctrinas éticas, religiosas o espirituales, en el marco de un mundo pacífico, ordenado y armonioso, como se constata del siguiente párrafo en el que Gulliver medita en torno a su experiencia con los jamelgos:
(…) Como viví tres años en aquel país, puedo hablar con bastante conocimiento sobre el estilo de vida y las costumbres de los Houyhnhnms. Tienen una disposición natural para todas las virtudes y carecen de una concepción de lo que es el mal en los seres racionales. Su principal máxima es cultivar la inteligencia y dejarse gobernar enteramente por ella. Pero ellos no emplean la razón, como nosotros, para debatir a favor o en contra de algo, sino que los gobierna una convicción inmediata que no se encuentra corrompida por la pasión o el interés. Recuerdo que me resultó muy difícil hacerle entender a mi amo la palabra “opinión”, o la posibilidad de discutir sobre un punto. Él sostenía que la razón nos enseña a afirmar o negar sólo lo que es cierto, y sobre lo que se encuentra más allá de nuestro conocimiento nada podemos hacer. De este modo, las controversias, las disputas y la terquedad sobre falsas o dudosas proposiciones son males desconocidos para los Houyhnhnms. Por eso, cuando le hablé de nuestros sistemas filosóficos, se burló de que una criatura que se atribuía uso de razón se apoyara en las conjeturas de otros (Swift, 2006, p. 120).
Swift, J. (2006), Los viajes de Gulliver, CINCO E.C.S.A.; Argentina.
La novela puede tener múltiples lecturas desde distintos enfoques y aristas: filosóficos, jurídicos, económicos, éticos y, por supuesto, sociológicos, pero curiosamente, también astrológicos, ya que en el tercer viaje -adelantado- a su época Swift asienta las coordenadas de los satélites de Marte con rotunda perfección.
El gran mérito de esta obra es tener una complejidad digna de largos debates intelectuales, al tiempo que puede ser comprensible para cualquier persona de a pie pero, también, una fuente de entretenimiento para niños, lo último se corrobora de la popularidad que cobró el viaje a Lilliput mismo que ha sido adaptado al séptimo arte y en múltiples ediciones de cuadernos infantiles de todos tipos, incluso, aquellos diseñados para colorear.
En pocas palabras, el mejor “viaje” de la obra es el que hacemos después de leerla y reflexionar al respecto, en algún momento de nuestra propia vida nos convertimos en Gulliver tratando de entender “el naufragio” de nuestra propia existencia.
Walter M. Arellano,
Déjanos un comentario