Laura Benítez Grobet (Ciudad de México, 1944) es una figura clave de la difusión, discusión y revaloración de la filosofía en México. La doctora Laura —que recién recibió el grado de investigadora emérita en la UNAM y cumplió alegremente los 80 años de vida— ha profundizado en un obra inteligente y soberana: la filosofía moderna y novohispana. En la presente entrevista, platicamos los momentos clave que marcaron su entrada a la filosofía. Desde su descubrimiento de Manuel García Morente hasta su compromiso con autores como Descartes y Sigüenza y Góngora, Benítez nos revela las anécdotas personales y académicas que moldearon su pensamiento. En este diálogo que hicimos a través de una videollamada, Benítez nos invita a repensar las “vías de reflexión filosófica” que nos conectan con los clásicos y envía un mensaje a las nuevas generaciones de estudiantes para mantener el amor por la filosofía.
Su trayectoria académica es muy extensa y la evolución de su pensamiento ha generado ya varios homenajes en su honor.[1] Como toda persona tiene una historia de vida, sería un gusto conocer parte de su itinerario intelectual. ¿Cómo fue su primera aproximación a la filosofía? ¿Recuerda algún momento o experiencia que despertara ese interés por la filosofía?
En aquel entonces cursaba el segundo año de Preparatoria, que duraba dos años y curiosamente se dividía en Ciencias y Letras (o algo así). Según yo, iba a estudiar Ciencias porque me interesaban mucho las ciencias biológicas (tenía además dos amigas, muy interesadas en eso, que sí entraron a esa área). Pero tuve una situación curiosa: resultó que no llevaba clase de historia de la filosofía —porque esos eran para el otro grupo, para las de Letras—, y un día, por una curiosa razón, una amiga que estaba en Letras y llevaba filosofía me prestó su libro de Manuel García Morente, Lecciones preliminares de filosofía. Comencé a leerlo y la verdad fue impresionante, me sedujo, dije qué barbaridad. Yo ni siquiera sabía los antecedentes de García Morente, nada de nada, pero gustó muchísimo lo que leí. Después, fui a comprar mi propio libro, lo seguí leyendo. Dije en mi casa que siempre no quería ir a Ciencias, sino que quería ir a Filosofía. Todas se extrañaron mucho, porque además mis dos hermanas una era enfermera y otra era bióloga: que por qué eso. Bueno, es que me gustó, les dije, quiero seguir ese camino. Total, me dejaron. Entré a Filosofía. Era complicado en aquel entonces la Facultad en la UNAM, porque no había cursos de filosofía en la mañana, todo era en la tarde-noche, salías noche y como no tenía coche había que tomar el camioncito para ir a tu casa de noche todos los días. Sí fue medio latoso y todos en casa me regañaban. Pero yo seguí adelante, me gustaba mucho. Además, los profesores que tuve fueron muy buenos, extraordinarios: Ramón Xirau, Luis Villoro, Adolfo Sánchez Vázquez. Francamente, de primera. Por esa razón, seguí adelante en mi camino.
A propósito, la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM está cumpliendo el día de hoy, 23 de agosto, sus 100 años. ¿Para usted qué representa o simboliza ese espacio académico?
¡Muchísimo! Yo nunca me alejé de la Facultad. Cuando estaba apenas terminando el tercer año, tuve la desgracia de que mi mamá se murió, pero tuve que seguir estudiando y buscar en qué podía trabajar. Por fortuna, en la escuela donde había estado estudiando la preparatoria fui a pedirles empleo. Aunque no tenía título, y ni siquiera había hecho ninguna tesis, me dijeron tú no te preocupes. Di clases al mismo tiempo que iba a la Facultad. Posteriormente me quedé sola entre mis hermanas, pues ellas ya se habían casado. Luego mi novio me propuso casarnos y, aunque en su casa no querían porque éramos muy chicos (yo tenía 20 y él tenía 19, era más chico que yo), nos casamos.
En el año siguiente, hice mi tesis con Ramón Xirau, mi director.[2] Mientras hacía la tesis, tenía a mi niño sentado en una sillita y tecleaba en la máquina (de aquellas máquinas viejitas) a los autores que me gustaban: Locke y Leibniz. Para celebrar el día que me recibí, mi marido Ernesto y yo invitamos a Villoro a nuestra casa, y él dijo que cómo es que tenía un bebecito (porque ese niño había nacido en agosto y yo me recibí en octubre). Pues con la ayuda divina, dije (risas). Ahí me dijo: Laura, quiero hablar con usted mañana, ¿puede venir usted a la Facultad? En ese momento, Villoro era coordinador de filosofía en la Facultad y el Instituto nunca le gustaba mucho. Creo que no le gustó mi tesis y me va a regañar y a decir de cosas, pensé.
Entonces llegué a su oficina —te estoy hablando del 67— y allí me dijo: ¿ve usted todos estos folders? Sí, le dije. Son gentes que quieren entrar a esta Facultad como profesores, pero yo no les veo capacidad para eso. Yo quiero que usted entre a la Facultad. Ay, doctor, pero si yo no sé ni cómo me llamo (risas). Para que aprenda cómo se llama la voy a mandar como ayudante del profesor Trejo, dijo. Yo me quedé con los ojos viscos. Pero no entré porque en ese momento se vino la huelga del 68, todo cerró. Entonces seguí dando mis clases en escuelas particulares y en el Instituto Politécnico di clases de Lógica. Entre las clases de un lado y de otro iba completando. Mi marido también tuvo la suerte de que sus profesores le estimaban y logró entrar como ayudante a la Facultad. Íbamos más o menos haciendo la vida.
Mi vida ha sido así: muy peculiar, con cosas que son inexplicables, pero así sucedieron.
Doctora Benítez, ¿cuáles serían los sacrificios personales que le han permitido estar y persistir en la docencia durante tanto tiempo?
El asunto ha sido siempre cómo equilibrar las cuestiones que hay que hacer en el hogar con las cuestiones que hay que hacer en la calle, en las escuelas, en los institutos, en la facultad, en fin, en todos los lados. Pero una de mis hermanas me ayudaba por lo menos 2 días a la semana para cuidarme al bebé, mientras yo andaba por aquí dando clases. Nunca se me quitó el deseo de escribir, de estudiar y de preparar mis cursos. Mi esposo ayudaba, siempre estuvo presente, porque él también tenía que preparar esto y lo otro. Nos íbamos dando la mano como se podía. Me ayudó a buscar casa porque ya no podía seguir viviendo en la casa de mi mamá en Polanco porque era una renta inaccesible. Su familia nos ayudó mucho, la verdad, en ese aspecto económico.
Pero sí hay sacrificios como casi no dormir, estar teniendo bastantes cosas que hacer, combinar el baño del bebé para estar leyendo o haciendo notas. No fue sencillo. Cuando se terminó la huelga del 68, dejé el IPN y las escuelas particulares. Luego sí entré como ayudante de profesor a la Facultad. Fue muy interesante porque al maestro Trejo como que no le gustaba mucho el curso de Principios y técnicas de investigación filosófica. Yo, en cambio, me inventaba muchas cosas y les ponía a los chicos que hicieran esto y lo otro; y al terminar el año, me dijo: Mire, Laura, yo quiero que usted se quede con el curso porque a mí no me gusta. A usted le encanta, lo hace muy bien. Así, me hicieron un examen en la Facultad para que diera ese curso.
Poco a poco fui escalando en la UNAM y en otras escuelas. Luego logramos conseguir un terreno y más o menos construir allí una casita. Creo que se conjuntaron muchas cosas positivas. Logré estar en las materias de lo que me gustaba (Principios y técnicas de investigación e Historia de la filosofía) y en las que me gustaban un poquito menos (Ética y Lógica).
Después de 10 o 12 años, ya estaba en la coordinación del Colegio de Filosofía como ayudante. Aprendí muchísimo. Daba mis clases, estaba en la coordinación y estaba en mi casa. Así que siempre he estado en muchos lados al mismo tiempo, no sé cómo, pero lo he hecho.
Pensando en los temas que le apasionan, ¿cuál es la importancia de la filosofía de René Descartes y Carlos de Sigüenza y Góngora?
Fíjate que tuve muy buenos profesores en Descartes (como Villoro, el propio Xirau y otras gentes como Lenkersdorf, que luego se fue al sur de la República mexicana), honradamente tenía siempre muy buenas calificaciones y honradamente tenía el apoyo de mis profesores. Eso fue maravilloso para mí. Pero antes de eso, cuando mi mamá estaba muy enferma, me preguntó por qué había hecho la tesis de Locke y Leibniz, que si no había filósofos mexicanos. Curiosamente, ella era una criolla: hija de suizo y mexicana. Después de que ella murió, me quedé pensando que le debía eso: debía ver qué autor mexicano había hecho algo de filosofía interesante. Fue cuando decidí estudiar a Carlos de Sigüenza y Góngora, porque abordaba cuestiones de historia que me interesaban bastante, de la mano de un profesor cuyo nombre se me escapa, pero que me estimó mucho.
Aunque llegué a tener algunos problemas con los libros de Sigüenza porque en la Facultad prácticamente no los había y en donde sí había era en el Instituto de Investigaciones Filosóficas, finalmente, logré hacer la tesis sobre Sigüenza.[3] Me di cuenta de que la búsqueda del método —para llamarlo rápidamente— para alcanzar el conocimiento, fue una constante de los autores modernos tanto europeos como los nuestros. Para mí, esta es una parte esencial en autores como Sigüenza. Mucha gente desconoce que él hubiera estado acercándose a algún tipo de método para estudiar ciertas cuestiones.
Él explicaba a manera de pars destruens cómo la historia se desarrolla realmente como una forma de conocimiento libre de errores. Y no cualquiera dice esas cosas. Es el papel que le asignó a la crítica de fuentes. En el título del capítulo segundo de la Piedad Heroyca, dice Sigüenza: “Pruébase con instrumentos y razones más concluyentes esta antigüedad”[4], y se refiere a la antigüedad del hospital de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora y de Jesús Nazareno y los instrumentos que le permitieron establecer la fecha exacta de la fundación de ese hospital. Es buscar exactamente dónde estaba consignado lo que es el hospital, en qué fecha y de qué manera se había construido, etcétera. Sigüenza estaba tratando de decirlo efectivamente.
Creo que esa búsqueda del método y del conocimiento libre de errores no es cualquier cosa, implica un esfuerzo muy grande de conocer las cuestiones, buscar entre libros, sacar el montón de papeles que han tirado a la basura. Es algo muy valioso y mucha gente lo ignora. A mí me llamó mucho la atención que Sigüenza estuviera tan preocupado por los datos exactos, no trata nada más de dar lecciones de historia y de repetir lo que dijeron estos o aquellos, sino de buscar cosas en serio. Además, en ese hospital se habían propuesto la sanación de ciertas enfermedades con instrumentos (vamos a llamarles rápido, modernos) que no eran usuales y él estaba muy pendiente de eso.
Es muy interesante releer la cuestión del método en general y la metodología filosófica en particular. Al respecto, usted en una conferencia de hace unos años en la UNAM sobre lo que ha llamado las “vías de reflexión filosófica”.[5] ¿En qué consiste y por qué cree que es importante desarrollarlas y ponerlas a debate?
Es una de mis más importantes aportaciones, pero fue una ocurrencia que tuve hace muchísimos años. Es un asunto que de repente se me ocurrió raramente. Sin más que decir.
Como primera respuesta, diría que para acercarse uno al pasado filosófico es un hecho de que ese pasado no ha muerto, en absoluto. Así que, desde mi perspectiva, una vez abierta una vía de reflexión ésta va, digamos, a continuar, podrá más o menos limitarse o angostarse, pero jamás prescribir. El pensamiento de los antiguos griegos y de los renacentistas no son piezas de museo que uno tenga que ir por allá a coleccionar, sino que son parte sustantiva de nuestro diálogo filosófico actual. Los clásicos, por ejemplo, siguen siendo una parte muy importante de nuestros mejores maestros. Nos enseñaron, desde luego, a fundamentar nuestras ideas, a desarrollar metódicamente nuestro discurso, nos enseñaron válidas e interesantes formas argumentativas. No es cualquier cosa lo que hemos aprendido a través de cada vía.
La densidad de nuestro conocimiento, en mi opinión, es lo único que nos permite realmente desarrollar, en profundidad, nuestras propias propuestas, porque sin esos caminos abiertos sería ciertamente casi imposible. Por ende, tienes que entrar a profundidad en la filosofía y conocer a todos esos autores y no hacer el desprecio por ninguno. Si nosotros podemos proponer nuevas categorías filosóficas a nuestros desarrollos, organizaciones, ideas, marcos teóricos e incluso fenómenos contemporáneos (sociales, culturales, científicos), realmente lo que necesitamos es un conocimiento más profundo de las vías reflexivas: por dónde ha circulado la filosofía, porque de lo contrario andamos perdidos. Realmente las vías de reflexión filosófica es lo que da cuenta de nuestro desarrollo histórico en el ámbito filosófico.
Para ir cerrando, me gustaría conocer si tiene algún consejo a las nuevas generaciones de estudiantes de filosofía, que a veces están —digámoslo así— como que muy perdidas, pero que a veces necesitan también recibir el consejo de gente con toda esa experiencia y trayectoria que usted tiene. ¿Qué consejo le gustaría dar a esas generaciones de estudiantes?
Por decirlo así rápido: que tengan el amor a la filosofía, que verdaderamente les guste, que verdaderamente estén cercanos, que no cualquier cosa los distraiga y los aleje, y que no se dejen aminorar por ninguna cosa. Lo digo con toda sinceridad, yo nunca tuve el problema de que otras personas me regañaran y ya no quisiera seguir. Realmente, mis profesores y amistades siempre me encausaron por el mismo rumbo. Nunca dejaron que desistiera, siempre me decían: Usted puede seguir, usted tiene la capacidad. Es eso, que uno se convenza a sí mismo que tiene el gusto y la necesidad de seguir adelante en ese rumbo.
[1] Me refiero a las reflexiones condensadas en los libros Cincuenta años de docencia e investigación. Homenaje a Laura Benítez (UNAM, 2023) coordinado por Rogelio Laguna, Rebeca Maldonado y Pedro Stepanenko, además de otro publicado una década antes: La filosofía moderna en la obra de Laura Benítez (UAA, 2012) coordinado por José de Lira Bautista.
[2] La tesis de licenciatura de Benítez Grobet se sustentó en octubre de 1967. Para más información, véase: https://repositorio.unam.mx/contenidos/las-ideas-en-locke-y-leibniz-378789
[3] La tesis de maestría de la doctora Laura se defendió en 1980. Para más información, véase: https://repositorio.unam.mx/contenidos/la-idea-de-historia-en-carlos-de-siguenza-y-gongora-194118
[4] Benítez se refiere al libro Piedad Heroyca de don Fernando Cortés (1689). Para más información, véase: https://archive.org/details/carlosdesiguenzaygongoralapiedadheroicadefernandocortes/page/n57/mode/2up
[5] La conferencia puede consultarse en línea: https://youtu.be/rgqIhH7F8_8?si=05LseHKK3LVYi_gC
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