Sasha Espinosa, invierno 2024

Hace veinte años inicié mis estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, todavía recuerdo esa sensación extraña al ingresar a sus pasillos y sentir que daba un paso del bullicio del mundo exterior hacia una especie de quiasma que, como lo indica Merleau-Ponty, es una “circularidad hablar-escuchar, ver-ser visto, percibir-ser percibido.” Recuerdo que tanto entonces, como ahora, nombrarme “filósofo” me parecía en sí mismo un acto revolucionario. Sin embargo, no dejo de preguntarme ¿qué es filosofía?, ¿qué es lo que hago cuando digo que hago filosofía?, ¿para qué hago filosofía? y quizá, la pregunta que más ronda en mi cabeza ahora que soy padre y vivo en una sociedad del cansancio y la producción capital infinita: ¿se puede vivir de la filosofía?
Me parece que el término filosofía es en sí mismo problemático. Si nos ceñimos a la definición etimológica de la filosofía como amor a la sabiduría, me parece claro que es un amor del cual no se puede vivir actualmente. Digo, no es que pueda ir con el SAT y pagar mis impuestos desde el puro amor al saber. También, recuerdo claramente que una pregunta que siempre me hicieron cuando decidí estudiar filosofía era ¿y de qué vas a vivir? Si respondo desde un lugar muy práctico diría que como filósofo hay dos posibilidades de empleabilidad muy claras: el mundo académico y el mundo no-académico.

En el mundo académico, el camino está bastante bien definido. Hay que ingresar a la licenciatura en filosofía, luego hacer una maestría y un doctorado, si es posible un postdoctorado y en el camino entre toda esa formación buscar un espacio como docente, preferentemente en una universidad pública y buscar acceder a los apoyos gubernamentales como investigador. Este es, a mi parecer, un camino que requiere un gran esfuerzo pero sobre todo perseverancia, pues se trata de emprender un camino que no termina nunca. En el mundo académico de la filosofía es posible avanzar esquemáticamente. Primero se elige entre la línea analítica, la continental o las “experimentales”, luego se elige un autor predominante en el propio pensamiento y de ahí se especializa el saber. Eventualmente pueden incorporarse nuevos autores con los cuáles se establezca un diálogo textual. Finalmente, se puede buscar realizar propuestas innovadoras en una proposición canónica de algún autor, o si se es muy aventurado e innovador, es posible hacer alguna propuesta nueva como la hermenéutica analógica de Beuchot.
Por otro lado, en el mundo no-académico, el camino de la filosofía parece bastante árido. Es como andar el desierto y encontrar habitualmente uno que otro oasis que pueden servir de refugio ante la desolación, pero que, sin embargo, no provee una fuente estable e inagotable de sustento. Aquí el camino no está tan bien definido. Puede haber filósofos, como lo decía Kant, arriba de la montaña y que incluso no hayan tenido una formación académica. Hay filosofía más allá de las aulas y muchas veces no requiere un metalenguaje para ser comprendida. Y, sin embargo, pienso que no toda sabiduría es en sí misma una filosofía. En este sentido, es pertinente preguntarse ¿qué es lo que hace que una sabiduría, más allá de las aulas, sea una filosofía? A mi parecer, la respuesta es sencilla: un sistema y una metodología. La metodología implica la intención de ir de un lado al otro, es decir, llegar del punto A al punto B. Así, una sabiduría filosófica ha de buscar llevar al recipiendario a algún punto. Por otro lado, el sistema implica que hay un conjunto de principios entrelazados entre sí. La interrelación de los principios de la filosofía no-académica no necesariamente tiene una conexión rígida, sino que puede incluso, entenderse como un tránsito de un lado al otro en el cual se entrecruzan múltiples senderos.

Entonces, sistemáticamente, volvamos a la pregunta que llevó a esta digresión ¿se puede vivir de la filosofía? De nuevo, en un sentido pragmático, diría ¡claro que sí! Hay múltiples ejemplos de que eso pasa, sólo hace falta voltear a ver a cualquier profesor de filosofía y observar como se puede vivir una vida moderada y plena. Sin embargo, a mi parecer, esta respuesta no aborda lo verdaderamente esencial en esta pregunta, pues sólo responde desde una lógica capitalista. Sí, se puede vivir de la filosofía en tanto que posibilita la creación de múltiples mundos posibles para comprender nuestra humanidad. No sólo se vive de la filosofía, sino que se vive para la filosofía y desde la filosofía, pues, como mencioné arriba, ser filósofo es un acto revolucionario que nos sitúa en un devenir siempre distintos.
¿Para qué hago filosofía? quizá esta pregunta parezca redundante pues ya arriba hablábamos de un cierto quehacer filosófico. Platón dice en el Eutidemo que la filosofía es el uso del saber para ventaja del hombre, en este sentido, quizá hago filosofía para obtener una cierta ventaja, pero ¿ventaja de qué? ciertamente, no se trata simplemente de obtener una ventaja capitalista para mejorar mis ganancias económicas, disminuir mis pérdidas y así aumentar mi poder sobre los medios de producción, para eso hay otras ocupaciones. Esta ventaja se refiere a preguntar y saber de las cosas del mundo. Pues en el mundo cambiante y volátil en que nos encontramos actualmente, abrazar, aceptar y sostener la incertidumbre de este apeiron que habitamos nos da, al menos, la ventaja de mirar al abismo y sabernos mirados por éste sin sentir la necesidad de salir huyendo.
¿Qué es lo que hago cuando digo que hago filosofía? Mi primera respuesta sería mencionar una serie de actividades cotidianas del filósofo. Por ejemplo, “dictar” una conferencia es un quehacer filosófico, también cuando escribo artículos o doy clases de filosofía. Pero, ¿es eso en verdad hacer filosofía? Algunas veces me parece más un ejercicio pedagógico, o didáctico para transmitir un conocimiento a la posteridad, y ahí, no hay diferencia entre lo que enseña un filósofo, a lo que enseña un economista o un contador. Entonces, para mí, hacer filosofía es permitirse entrar en una conversación poderosa que abre paso al élan vital del mundo. Lo que hago cuando digo que hago filosofía es, permitirme atravesar y ser atravesado por la existencia de un otro que me trastoca a cada instante llevándome, poéticamente, como diría Hegel, a ser centro y periferia simultáneamente.
Hasta aquí, he proporcionado una visión general sobre la filosofía, pero aún quedan por responder muchas preguntas sobre las posibilidades de la filosofía. En este punto me atrevo a decir, que si existe una finalidad para la filosofía, ésta es la de aprender a hacer preguntas. Pero no se trata sólo de hacer la pregunta incesante y estéril del “por qué”, sino de preguntar desde la mirada atenta. Preguntar implica un saber previo, mismo que se pone en paréntesis para poder abrirse a nuevas interpretaciones del mundo. Así, cuando pregunto por un modo distinto de ver el mundo, lo que hago es abrir la posibilidad a un nuevo mundo que se configure desde ese abismo que abre la pregunta y antecede a la respuesta.

Preguntar es una forma de actualizar la potencia negativa del ser. En la dialéctica hegeliana el poder de lo negativo es fundamental para el desarrollo y despliegue del Espíritu Absoluto, es posible afirmar que sin la negatividad no es posible generar la movilidad de lo Real. En este sentido, me parece que cuando pregunto, lo que reflejo es la posibilidad de negar el mundo y reconfigurarlo, o más bien, deconstruirlo y reconstruirlo. De este modo es posible afirmar que cuando la filosofía se dedica a preguntar, lo que hace es negar el mundo y actualizar la potencia que tiene el mismo mundo para devenir distinto.
Finalmente, quisiera terminar mi intervención notando que la posibilidad de la filosofía contemporánea es la de realizar una labor constante de re-configuración del mundo que habitamos. Hacer filosofía hoy en día es cómo tejer el manto de Penélope que se construye de día y se deconstruye por la noche. En el marco del festejo de los 100 años de la facultad de Filosofía y Letras me parece, que si acaso hemos logrado algo como filósofos, es estar abiertos a la posibilidad de no llegar a certezas absolutas mediante el ejercicio de la epojé (pausa del juicio). Quizá hemos alcanzado la posibilidad de sostenernos en la tensión de las diferencias y navegar la negatividad de lo indeterminado. Concluyo haciendo una paráfrasis de Becket y diciendo que la posibilidad de la filosofía se trata de:

Siempre negar
Siempre preguntar
No importa
Preguntar de nuevo
Negar de nuevo
Preguntar mejor.
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