Las plataformas digitales y el poder - MilMesetas

Lo que nos mostró el baneo a Donald Trump

La plataforma digital Twitter anunció la suspensión permanente de la cuenta personal del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. A través de un comunicado especial emitido el 8 de enero del 2021, el sitio argumentó que la medida respondía a algunos mensajes publicados que podrían ser interpretados como “incitación a la violencia”.  De manera análoga, Facebook, a través de su CEO, Mark Zuckerberg, dio a conocer que la cuenta de Trump estaría inhabilitada, al menos, hasta el 20 de enero del 2021.

Ante estas acciones, diferentes medios han iniciado una serie de debates y opiniones sobre la comunicación, la libertad de expresión, la censura, la responsabilidad, el poder, etc. Sin embargo, ¿realmente Facebook y Twitter pueden clamarse defensores de la democracia cuando entre sus usuarios desfilan toda clase de grupos políticos y militares? ¿Acaso no hemos atestiguado a cientos de personas incitar mensajes de odio y violencia en las redes sociales? ¿Por qué aplicar la censura sólo en unos casos? ¿Quién determina qué se puede poner en redes y qué no? ¿Por qué ellos lo determinan? ¿Qué nos dicen estas acciones e inacciones de las plataformas digitales sobre ellas mismas? ¿Pueden estas compañías tomar decisiones que intervengan en la política? ¿Tienen legitimidad para ello?

Si bien todas estas preguntas son pertinentes, los temas a discutir son demasiado amplios como para poder abarcarlos en una sola entrada de una revista electrónica. Por ello, dividiré mi análisis en varias publicaciones. En esta ocasión, quisiera enfocarme en un elemento que nos ha revelado la sanción a Trump y el cual se suele dejar de lado en los análisis y debates sobre el internet: la política del ciberespacio.

Con “política” me refiero a politics y no a policies. Esta diferencia, clara en inglés, no lo es en español, pues usamos la palabra “política” para ambos conceptos. Así, cuando aquí hablo de política no me refiero a las leyes que regulan a las plataformas de Facebook o Twitter (policies), es decir, a sus lineamientos y códigos de conducta, sino al ejercicio de poder que se juega en ellas (politics).  

Asimismo, aclaro que aquí hablaré de política del ciberespacio y no de política en el ciberespacio. Es decir, no me estoy refiriendo al trasplante de nuestra política nacional a las redes electrónicas (las discusiones sobre PRI, PAN, Morena, chairos, fifís, etc.), tampoco me refiero a la existencia de las cuentas de políticos en el ciberespacio; sino a la parte política que se juega dentro del internet y sus plataformas, es decir, los ejercicios y despliegues de poder, cómo estos se perturban y afectan nuestra vida.

Ahora bien, el primer punto que creo importantísimo aclarar es que el internet y sus plataformas digitales han dejado de ser ese mundo exógeno a nuestra vida “cotidiana” y “real”. Es decir, es sumamente importante tener en cuenta que lo que decimos y hacemos en línea tiene repercusiones en nuestro mundo off-line (como ya lo han mostrado movimientos como MeToo, el 15M, BLM o la primavera árabe)

Es momento de dejar de pensar que las plataformas digitales son únicamente un espacio de entretenimiento y esparcimiento sin consecuencias, pues, desde hace mucho, las grandes plataformas digitales como Facebook y Twitter, desde hace mucho, dejaron de ser “sólo mame” desde hace mucho: se han transformado en lugares de acción política. Dentro las redes se juegan cuestiones económicas, políticas, culturales, informativas, relaciones amorosas, etc. Estos espacios electrónicos no son un mundo aparte, son un mundo que corre de manera paralela e interrelacionada a nuestra vida y la de quienes nos rodean.

El ciberespacio es un lugar en disputa política en el que hay grupos e individuos con intereses, objetivos, deseos, etc. Es un espacio en dónde hay pesos y contrapesos, hegemonías y ejercicios diversos del poder.  En ese sentido, ya va siendo hora de que se analice y filosofe en y sobre el ciberespacio y lo que ocurre en su interior.

Así, en este pequeño primer acercamiento quisiera hablar de la parte más superficial del internet, aquello que denominamos vagamente como “redes sociales” y en donde se incluyen Twitter, Facebook, Instagram, TikTok, Snapchat, YouTube, etc.

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Una de las cosas que debemos aclarar es que Facebook et al. no son redes sociales en sí mismas, son redes sociales porque en ellas (y a través de ellas) se producen vínculos sociales, pero, en realidad, son sólo plataformas digitales que facilitan la conexión y la comunicación. Sin embargo, las plataformas son creadas por organizaciones con sentido, propósitos, intereses, competencias y disputas; los cuales sobrepasan nuestras necesidades individuales de conversar y compartir memes.  

En ese sentido, cometemos un error cuando nos referimos a ellas como entidades abstractas sin agencia. Es decir, hablamos de Facebook et al. como si fuesen un ente abstracto o una especie de identidad nacional, creando así una imagen falsa y encubridora de su ser: decimos que “Twitter censuró a Trump” como si la plataforma lo hubiese hecho de manera automática, dejando de lado a los actores que intervinieron en esa decisión (en Facebook, no siempre pasa esto, pues el dueño de la red es un personaje más visible).

Así, las plataformas digitales han ocultado su agencia y se muestran como herramientas o instrumentos a nuestro servicio, pero esto no es así. Las plataformas digitales son actores organizacionales que intervienen todos los días en nuestra forma de ver y entender el mundo. A través de sus algoritmos y de las acciones realizadas por sus miembros, determinan qué podemos ver y qué no, qué información nos es útil y cuál no, con qué contactos interactuamos y con cuáles no, cuál es la información y publicidad que necesitamos, etc. Así, nuestra realidad virtual aparece ante nuestros ojos como carente de contenido, como un elemento inerte que únicamente responde a nuestras preferencias, sin embargo, la realidad es otra.

Martin Heidegger decía que el Ser se muestra ocultándose y, en efecto, el ser de las plataformas digitales se ha ocultado ante nuestros ojos: todos los días, en la pantalla de nuestros celulares o computadoras está ahí, pero nosotros no lo vemos, cuando usamos las plataformas digitales no vemos a Facebook et al, nosotros estamos en Facebook, en Twitter, etc. Así, siendo rodeados por el ente, dejamos de verlo como tal y lo interpretamos como parte de la realidad. Nunca pensamos en las más de 144 mil personas que trabajan en Facebook, ni en todo lo que implica que podamos ver un meme. Tampoco pensamos en toda la información que se recolecta mientras estamos conectados, ni en todo lo que se juega mientras nuestro dedo desliza la información que aparece en nuestras pantallas.

Pero las plataformas no sólo responden a nuestras demandas, interactúan con nosotros, nos reconocen y nos muestran cosas. Desde la teoría de redes, tendríamos que decir que Facebook no es una arista o enlace que sólo vincula nodos, sino que es un nodo central que concentra los enlaces y nos comunica a través de él: como tal, puede cortar o ampliar nuestras comunicaciones.

Hemos cometido el error de confundir las redes sociales con las plataformas digitales y así, nos hemos dejado manipular (ya lo mostró Cambridge Analítica). Mientras, las personas encargadas de dichas plataformas están contentas con mantener oculta su condición de actores, desde el anonimato controlan, censuran y venden nuestra información al mejor postor.

Nuestra imagen distorsionada de las redes es la razón por la que algunos reclaman censura y peleaban por libertad de expresión en Facebook y Twitter como si estuvieran negándonos el habla un espacio público, porque para muchos estos espacios les parecen consustanciales. Sin embargo, estas plataformas no son el espacio público del ciberespacio, son sólo una posible manifestación del mismo, una de tantas determinaciones, pero mediada por una compañía privada con sus respectivos intereses.

El problema, entonces, estriba en que hemos confundido su espacio específico con el ciberespacio, hemos puesto al ente en el lugar del ser, hemos creído que ellos son las redes sociales y les hemos dado un poder de influencia abismal. Pero, ¿quién les dio ese poder?, se preguntaban unos. ¿Quién les dio la legitimidad para decir quién puede hablar en su red y quién no?, preguntaban otros. La respuesta es simple: nosotros, todos y cada uno de los 2.41 mil millones de usuarios de Facebook y los 145 millones de usuarios de Twitter hemos cedido ese poder sobre nosotros.

Muchos se han espantado del potencial de censura mostrado en las últimas semanas, especialmente los políticos que usan estos lugares como tribuna discursiva. Personalmente, creo que estas plataformas sociales simplemente han mostrado parte de su verdadero rostro: son un actor más, no son un medio desinteresado de comunicación, no son sólo un instrumento esperando a ser utilizado, no son objetos inertes ni el espacio de conjunción social. Las plataformas digitales son un actor más con intereses, deseos y objetivos; se aprovechan de sus condiciones y características para evadir jurisdicciones y permanecer invisibles. Lo que pasó con Trump es un caso más de los miles que ocurren todos los días; diariamente se nos oculta información o se la jerarquiza, se privilegia una, mientras se muestra otra.   

Más allá de cualquier posición sobre Trump o de la discusión (también necesaria) sobre la libertad de expresión y sus límites, me parece que nos hace falta poner en el centro del debate al ejercicio ético y político del ciberespacio: hace falta desvelar a sus actores y sus intereses. Recordemos que hay más 4 mil millones de usuarios de internet (poco más de la mitad de la población mundial) y, no por nada, 9 de los 10 hombres más ricos del mundo deben su fortuna al ciberespacio y la producción de tecnología relacionada con él. Sería muy inocente de nuestra parte creer que en ese sitio tan importante no hay disputas por el poder.

Esas organizaciones y sus plataformas han fetichizado el sueño liberador del internet, aquella idea de que todos podríamos producir información y romper con la hegemonía comunicativa unidimensional de la televisión y la radio. Hoy vemos que, en realidad, sólo hemos tomado un parte de ese poder y que el desbalance en su ejercicio no se romperá mientras existan duopolios o monopolios comunicativos.

Samuel D. Zepeda López

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