Para Ivanna, la bebé desconocida de Dafne que ya queremos, y que queremos conocer.
Me atormentan los sentimientos de desprecio, de indignación, contra los que no prestan atención; contra los distraídos.
Susan Sontag
I
Observo otra vez esa fotografía: Fuma, sin mirar a la cámara. La hoja, el rodillo y el teclado de la máquina de escribir, listos para la señal de ataque. Atrás, libros; pero también cuadernos, cassettes, una bocina desconectada, pequeños cuadros y artesanías; regalos, tal vez. Sobre la mesa, se desdoblan varios objetos que, horas o minutos antes (no sé) jugaban entre sus dedos: las llaves, la caja entrecerrada de los Marlboro, la taza con decorado de margaritas blancas, un teléfono de cable. Hay algo en esta imagen que siempre me ha intrigado: su sonrisa. Un despliegue de seguridad. Es una persona que sabe lo que hace; una artista de su medio. Y pienso: ¿Ya tienes contemplado sobre qué vas a escribir hoy, Susan? ¿Te dispones, acaso, a seguir los pasos de Walter Benjamin, desde Fráncfort e Ibiza, hasta París y Portbou, trazando una constelación entre sus trayectorias? ¿O será, acaso, una crítica de Nathalie Sarraute; o de Joseph Brodsky? ¿Algo más clásico? ¿Dostoievsky? ¿Pavese? ¿Juan Rulfo? ¿Una discusión sobre estética? ¿Un análisis de la catástrofe en el cine de ciencia-ficción? ¿O sobre la adaptación de Fassbinder del Berlin Alexanderplatz al cine? Lo haces parecer tan fácil: Llegas, dejas caer el llavero, desplazas un poco el cenicero para hacerte espacio, enciendes un cigarro, le das un sorbo al café, y ya: estás lista para ofrecer recorridos guiados por lecturas innumerables, anécdotas ágiles y reflexiones de gran calibre. Siempre, con las frases precisas: cierres contundentes; tesis certeras entre los párrafos; descripciones sórdidas o espléndidas; detalles que hacen de los ensayos, piezas de alta costura. Y todo para demostrar, entre líneas, que es posible ser una intelectual emotiva. Pensar, sentir y hacer sentir: No hay contradicción.
II
Como esa foto, hay varias otras de Susan que me gustan mucho. Sabía cómo comunicarse con las cámaras: con miradas en tres cuartos, la vista fija en los ojos de la o el espectador, o volteando hacia el techo mientras se recostaba bocarriba, pensativa. En algunas imágenes, estiraba los brazos sobre la cabeza, entre seria y relajada, o se rodeaba de periódicos, pósters y sombras. Sin embargo, los mejores retratos de Sontag fueron los que hizo para otros, y no con una lente, sino con las palabras. En su texto sobre Paul Goodman, por ejemplo, hay un balance perfecto entre el temperamento del psicoterapeuta y sus intereses, al contar cómo él y la propia Susan militaron y soñaron juntos durante los años más prolíficos de la contracultura. O qué decir de su retrato de Artaud: una lectura esotérica del poeta y amante del teatro, más allá del surrealismo, y enfocada en que, para Artaud, los humanos somos una subjetividad extraña; un miasma de carne y energía donde sensación, inconsciente, memoria, pulsión y afecto son lo mismo: corps-sans-organes. O el que, me parece, es la cumbre: su semblanza de Roland Barthes. Ahí, leo: “esas maneras de experimentar, evaluar, leer el mundo, y sobrevivir en él, obteniendo energía, encontrando consuelo (pero no en última instancia), experimentando placer, expresando amor”. Pienso: ¿No es eso, querida Susan, aplicable a ti también? Fuiste una coleccionista de personajes con una galería de héroes y heroínas tan amplia: Cioran, Mallarmé, Zagajewski, Canetti, Mann, Sebald; Mapplethorpe; Robert Bresson, Ingmar Bergman, Godard; artistas estadounidenses y franceses, sobre todo. Pero, también, polacos, alemanes, rusos y bielorrusos. Los pintaste con el mismo compromiso y delicadeza con que Velázquez inmortalizó las cortes o Caravaggio a sus santos-vagabundos. Comprometida con: a) el análisis minucioso: los lenguajes y operaciones estéticas de cada autor; b) las mitologías: conceptos, ideas, personas o lugares recurrentes en las trayectorias; y c) la hagiografía: el relato de la vida, obra y milagros de los reseñados, como si fueran místicos o personajes de aventuras. Hay un poco de eso en cada retrato: equiparar la vida a una aventura que se empalma con otra más: la aventura del aprendizaje. Un viaje heroico que va de la intuición al conocimiento; de ahí, a la gloria o al fracaso; pero, donde siempre se gana: porque se aprendió, después de todo.
III
Para muchas y muchos de nosotros, escribir es chamba. Llenamos decenas de páginas a destajo, quejándonos de los deadlines, citando lo que podemos y cuanto podemos en una guerra por rescatar dos o tres argumentos coherentes. Difícilmente volveremos a nuestros textos después de entregarlos. A cambio, caerá la beca o canjearemos recibos por cheques. Y, a lo mejor, Sontag andaba igual: preparando clases a mansalva, sacando cuentas mentales para juntar libros y acumulando papeles. Sin embargo, si algo cuidaba, era dignificar la labor del escritor y el valor de la escritura. Para ella, la lectura era una conversación. La reflexión, un acto de valentía. Y al final del camino heroico que supone dedicarse a leer y a escribir, con aquello que dichas labores tienen de ascético y monacal, y con todo y sus objetos mágicos, mentores, amigos y enemigos, se halla la sabiduría como consagración. Eso, y el estilo, que, para Sontag, es uno de los mayores tesoros que se pueden adquirir: el derecho a una voz propia. Pero, no es fácil, porque, como señala en sus diarios: “Una verdad impuesta, es que no escribes en realidad los libros que quieres escribir”. En ese sentido, la obra puramente literaria de Susan Sontag —cuentos; El Amante del Volcán; En América, sobre el asesino de Lincoln— es la menos elogiada. Y no porque no sea brillante, sino porque “se parece a lo que ya se ha visto”: nouveau roman, monólogo interior, intertextualidad, falsa ficción histórica, metaliteratura. Me pregunto: ¿Qué libros, de esos que quisiste escribir y no escribiste, Susan, hubiéramos disfrutado? Y te escucho responder, algo frustrada: “Temo apartarme de la gente, temo apartarme de mis intereses. Por eso tengo que poseer todos los libros, los álbumes de discos…” Mientras tanto, recoges del escritorio y del piso del apartamento, un tiradero de papeles que es, también, de emociones y vivencias: “Cada pasión”, dices, “es la experiencia futura de la pérdida; de la desaparición”.
IV
Llego a la oficina. Una compañera agradable —muy buena amiga— repara en la antología voluminosa, editada por Random House: Órale, ¿estás leyendo a Susan Sontag? Y es que todos, las y los universitarios, o al menos, periodistas, comunicólogos, antropólogos, sociólogos, politólogos, historiadores y curiosos, la hemos leído. Yo, según recuerdo, la leí por primera vez gracias a la generosidad de una profesora del Tec de Monterrey, hace 19 años. Podría decirse que, cuando se habla de Sontag, hay textos canónicos: Sobre la fotografía, Fascinante fascismo (en Bajo el signo de Saturno) y Ante el dolor de los demás. Claro, no falta quien la desprecia, como suelen desecharse todos los estudios culturales. Personas que dicen: Es como semióloga, ¿no? Como Umberto Eco y Jean Baudrillard, pero más “digerible”; menos “teórica”. Son personas que no la han leído con cuidado, ni lo suficiente. Cada ensayo de Sontag es un ejercicio de empatía. A diferencia de los expertos en semiótica, Susan, como Shakespeare, se adentra en lo humano, con todos sus recovecos, riquezas y horrores. No es lo que hace el señoro-semiólogo, que se cree capaz de diseccionar la vida como un texto, reduciendo las potencias desbordantes del amor, la Historia o la muerte, a meras tablas y “mecanismos”. En cambio, Sontag es la curadora de un museo de angustias, torturas, atrocidades y manipulaciones; pero, también, de un gabinete de celebraciones, risas, encuentros inolvidables, películas que nos cambian la vida e imágenes que revolucionan sociedades. Por eso, cuando me adentro en sus páginas, cuestiono: ¿Será posible leerte, Susan, sin que hagas desfilar un footage por mi cabeza? Como si se tratara de un video-documental, mis lecturas de Sontag están llenas de imágenes indelebles: el Hitler de los filmes de Riefenstahl, saludando a las juventudes nazis; un prisionero de Abu Ghraib estirando los brazos; Mao Tse Dong riendo; el último beso de Casablanca; el Black Power: Tommie Smith y John Carlos, atletas afro-estadounidenses de las Olimpiadas del `68, con el puño en alto; Muhammad Ali lanzando un golpe feroz ante la pantalla; un helicóptero en Vietnam; un montaje teatral en medio de la ocupación serbia de Sarajevo. Susan decía: “La fotografía no es una opinión”. ¿Qué es, entonces? “Una suerte de ideal o de esencia”. También: “un acceso instantáneo a lo real”; “una forma de poseer el pasado”; “una respuesta sentimental” y “un diálogo”. Un retrato provoca pavor, belleza o alegría, según quién se coloque enfrente de la lente, quién esté tras la cámara, y quién observe la foto. Incluso, quién, sin mirar una imagen, la recuerde. O quién busque no recordarla, o que jamás se difunda, como esos gobiernos infames que pretenden borrar las fotografías de torturas y crímenes de guerra. No hay colección fotográfica que no sea un modo de interpretar el mundo. Por eso, Susan Sontag es ensayista, pero también flâneuse y cronista.
V
En uno de sus textos más personales, Susan Sontag integra apuntes previos a un viaje a China. Habla de que quería escalar el Matterhorn, aprender a tocar el clavicordio, visitar la tumba de su padre (comerciante estadounidense de pieles en Extremo Oriente), y estudiar chino. No sé si lo logró. Murió de leucemia mieloide en 2004. Pero, su guerra personal con los cánceres venía de la juventud. Tras haber sido diagnosticada con cáncer de mama, en 1975, produjo uno de los mejores tratados sobre alguna enfermedad jamás escrito. Dos, de hecho, si se consideran sus pasajes sobre personas con V.I.H. que, tan siquiera por existir, ya persisten y resisten. Aun así, Susan relaciona la enfermedad, en general, con la culpa, la autorrepresión, el desgaste y la conmiseración. Todo, para acabar por comprender que no es así: Te enfermaste, Susan, y, ¿por qué?… No sé. Por la misma razón por la que yo traigo una afeccioncita cardiaca: porque sí. Sontag entiende, tras un tour de force consigo misma, que enfermedad es acontecimiento; sin más. Como los milagros, sismos o truenos: solamente sucede. Pero, es algo más estúpido y desgarrador, porque no se explica. No se asimila. Está ahí por razones genéticas o probabilidades diminutas. Por eso dijiste, Susan: “Yo, lectora de toda la vida: mil ideas, hipótesis e interpretaciones. ¿Cómo ser víctima de una enfermedad que no te quiere decir nada? ¿Cómo darle un sentido?”.
VI
Una lectura rencorosa y simplista de Susan Sontag diría que su enciclopedismo fue resultado de sus privilegios. Tenía en su contra, ser una mujer blanca y judía que pertenecía a la élite económica e intelectual neoyorquina, como si esto ya garantizara sus destrezas o mirada única. Pero, no es motivo de estas líneas debatir si el talento o la inteligencia existen, o si sólo son plusvalores que se acumulan con los capitales. Tampoco pretendo reivindicar a Sontag, señalando que abrió brecha con un amplio repertorio de temas, y en muchos lados, ni diré que, antes de ella, lo cotidiano se abordaba poco desde la alta filosofía. No se leía a Bataille para entender la pornografía ni se reparaba en los western o el camp como imaginarios relevantes para la vida o el consumo. Pienso: Para reivindicar a Susan Sontag, la mejor eres tú: Susan. Bastaría, por ejemplo, repasar tu activismo por las sexodiversidades, la incomodidad ante los nacionalismos y autoritarismos, el antibelicismo, la confrontación directa al al proyecto expansionista de Estados Unidos, el socialismo humanista, la abierta bisexualidad, el repudio al sionismo (aun recibiendo el premio israelí a Mejor Escritora Judía) o esos relatos impresionantes sobre el conflicto de Bosnia o la intervención yanqui en Iraq. Basta su solidaridad con Acteal y el EZLN, o leer los análisis y posiciones en torno al 11-S–2001. Ahí, además de erudición hay valentía.
VII
Si a algo se opuso Susan fue a la interpretación, entendida como un ejercicio de bluff académico que desgastaba el brillo de cualquier ensayo. “La literatura es el pasaporte de entrada a una vida más amplia”, dijo; “a un territorio libre. Sirve para escapar de la prisión de la vanidad, del filisteísmo, de los destinos imperfectos; de la mala suerte. La literatura es la libertad”. Por ello, renuncio a entretejer sus textos groseramente con el psicoanálisis, los estudios de género o la crítica de arte. No vale la pena. Se pierde el efecto Sontag: eso que no puedo describir, más allá de los gestos de seriedad o asombro cada vez que repaso sus fragmentos; la forma en que asiento ante sus exposiciones impecables; el ansia que me provoca por tomar notas. Lo óptimo es leer a Susan Sontag y nada más; disfrutarla. Aprender de ella como cuando se visita a la amiga cercana; quedarse con sus problemas, tal y como hacemos con las quejas de las amistades. Atender a sus opiniones para sobrellevar juntos, de alguna manera, nuestro asco ante los abusos. Hacer de sus líneas, un bálsamo para los tiempos que corren.
Epílogo
Si escribieras sobre el mundo de hoy, ¿qué contarías, Susan? El hijo de Sontag, David Rieff, dice que no tiene sentido pensarlo. No lo sabremos. No escribirá sobre el Donald Trump presidente o candidato, TikTok, Onlyfans, los alt-rights ni los incels; tampoco la veremos escribir sobre el papel de las mujeres, minorías y resistencias de estos tiempos, ni sobre esa peripecia en blanco que será el nacimiento de un bebé en el siglo veintiuno. Escribir esos ensayos nos tocará a nosotras y nosotros, tal vez. Pero, es triste: ya no serán ensayos de Susan Sontag.
Imagen de portada: La Virreina Centre de la Imatge, Barcelona (1993)
Para saber más: Susan Sontag (ed. 2022). Obra imprescindible. Edición de David Rieff. Random House.
Susan Sontag (ed. 2015a). Reborn: Journals and Notebooks, 1947-1963. Picador.
Susan Sontag (ed. 2015b). La conciencia uncida a la carne: Diarios de madurez, 1963-1980. Edición de David Rieff. DeBolsillo.
Susan Sontag (2005). Essays of the 1960s and 70s. Against Interpretation, Styles of radical will, On photography, Illness as metaphor, Uncollected essays. The Library of America.
Susan Sontag (ed. 1982). A Susan Sontag Reader. Introducción y edición de Elizabeth Hardwick. Farrar, Straus and Giroux.
Eloy Caloca Lafont (1987) es investigador del Programa Universitario de Estudios sobre Democracia, Justicia y Sociedad (PUEDJS) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), profesor y ensayista.
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