La edición es un pasaje importante en la historia de todo proyecto editorial. En la historia de México, cada estado ha tenido personas que destacan por su compromiso con la formación y difusión del arte y la literatura. En el caso de Querétaro, Juan Antonio Isla Estrada (1950) es uno de esos incansables escritores y editores comprometidos con la cultura editorial y con el sentido clásico de las humanidades.
Juan Antonio estudió Derecho en la Universidad Autónoma de Querétaro y Letras Modernas en la Universidad Iberoamericana. Ha desempeñado numerosos cargos en la gestión universitaria y gubernamental. Fue director de la Biblioteca Central y responsable del Departamento de Extensión Universitaria de la UAQ. Además, fue secretario de Cultura y Bienestar Social del Gobierno del Estado. Es autor de los libros Tributos y admiraciones (Fondo Editorial de Querétaro / Calygramma, 2014), Ejercicios ante la hoja en blanco (UAQ / Calygramma, 2016), Estampas de amor y muerte (Siglo XXI, 2017), Las notas prohibidas de Tito Livio (Edición de Autor, 2019), El viaje o los caprichos de la memoria (Edición de Autor, 2020), Accesos clandestinos (Inteliprix, 2020), La renuncia interminable (Inteliprix, 2020) y Las pasiones de Zulema (Inteliprix, 2022), y coautor del libro La escritura como laberinto (UAQ, 1987). Como editor y periodista creó el semanario Nuevo Milenio en los años noventa y ha sido fundador de múltiples revistas, suplementos culturales y páginas literarias.
A finales de la primavera de 2023 Juan Antonio me recibió amablemente en su casa de la colonia Álamos, en Querétaro. Durante la entrevista, platicamos sobre su trayectoria en proyectos editoriales que han trascendido las fronteras de Querétaro, así como sus recuerdos y admiraciones por grandes personalidades de la ‘república de las letras’ del México contemporáneo.
Gracias por aceptar esta entrevista. Para comenzar, ¿cuál es su definición personal de editor y de cultura editorial?
¿Cómo defino el ser editor? Pues el tener un material que uno considera como digno de promoverse y difundirse. En cuanto a cultura editorial, es un concepto muy amplio. Creo que es todo lo que tenga que ver con los libros, las revistas, los periódicos. En mi vida, ha sido muy significativo el tema de las hemerotecas, el crear espacios culturales o literarios en los periódicos, en las revistas, en las oportunidades que he tenido en el servicio público o en el servicio universitario. No deja de ser una especie de inquietud personal y una pasión. Porque mi experiencia está desde haber publicado un poema bastante cursi en un periódico de la UAQ con Cruz Rivera, en Luminaria. Y antes tuve la satisfacción de haber publicado en el Diario de Querétaro. Fui ganador de un concurso infantil.
Recuerdo que en la Universidad existía una imprenta universitaria, a cargo de un viejo impresor que se llamaba José Durán. Estaba entrando a mano izquierda del patio principal de la UAQ en el edificio de 16 de septiembre, o sea, donde están las famosas escaleras. Me metía a platicar con Don Pepe. Claro, era un señor muy celoso de su trabajo. Pero, en algún momento, aceptaba que le ayudara a poner las letras metálicas para organizar sus ediciones, que eran muy pocas (recuerdo que había una especie de boletín universitario que dirigía Pancho Perusquía). Era algo muy modesto. Empezaba la gestión de Hugo Gutiérrez. En fin, aunque Hugo tuviera la visión, la universidad no tenía recursos para algo más que una máquina para imprimir tarjetas de presentación.
Algo similar ocurrió cuando se hacía la primera edición de Puerto de abrigo. El encargado de la imprenta de Gobierno del estado me dejaba acomodar las letras de plomo. Era una sensación muy especial. Era, por así decirlo, parte esencial de la creación del libro.
En resumen, la cultura editorial es todo lo que tiene que ver con los libros, es el gusto editorial, la pasión por la imprenta, las ediciones, el olor de la tinta, los procesos creativos, la posibilidad de que eso luego se convierta en un material legible y disfrutable.
¿Desde cuándo se empezó a involucrar en proyectos editoriales?
Tenía un amigo que se llamaba Jaime Silva, ya murió, con él hice un periodiquito estudiantil que se llamaba La palabra. Con nuestros propios recursos, íbamos a Celaya a una imprenta en donde hacían tirajes muy modestos, y ahí editamos un tabloide de cuatro páginas. Luego, como miembro de la Federación Estudiantil le presenté un proyecto al presidente de la Federación, que era Braulio Guerra Malo, para hacer un periódico que se llamó Hombre y universo. Era algo ambicioso por el formato y por el contenido. Creo que la primera edición saldría por ahí de 1967. Se imprimía en el Diario de Querétaro en tamaño del propio periódico. De ese hicimos varios números. Luego vinieron distintos esfuerzos, otros proyectos, pero necesito ir haciendo memoria.
Ahora yéndonos al panorama nacional, ¿qué recuerdos tiene del contexto literario de la década de 1970? Pongo de referencia esta década porque observo que es la época donde afloran más actividades culturales y literarias de Querétaro.
Mira, no puedo negar la gran influencia de Hugo Gutiérrez Vega en la vida cultural y universitaria de Querétaro. Yo creo que es un referente indiscutible. Pues todo el movimiento que trajo consigo la presencia de Hugo, sus relaciones con ciertas embajadas, su propio espíritu de maestro, su cultura universal, influyó en los estudiantes universitarios.

¿De qué manera le influyó en lo personal?
Yo creo que, en el gusto por la cultura, en su sentido más amplio, no solamente lo artístico, sino en el conocimiento, el debate, la discusión filosófica, histórica, no sólo literaria. Por supuesto que el gusto por la literatura era mi gusto, pero entrar a la apreciación artística como el cine y la música, fue muy enriquecedor. Una época muy dichosa, un periodo de aprendizaje extraordinario.
En los setenta, el otro referente importante que de alguna manera ha dejado una impronta en mi juventud y trayectoria fue Paula de Allende. Tenía un taller de creación literaria al que me asomé en alguna ocasión. Aunque nunca fui miembro del taller, me permitió hacer amistades con gentes como la misma Paula, con quien tuve una relación muy estrecha desde que la conocí hasta la fecha de su lamentable y temprana muerte; con Manuel Herrera, que era un hombre de una sensibilidad y de una creatividad excepcional; con Carlos Tirado, que estuvo en la diplomacia mexicana. Esos amigos fueron muy importantes. Y del otro lado estaba José Luis Sierra, siempre muy retraído, haciendo su trabajo poético en silencio. Por cierto, fue mi compañero en la Escuela de Derecho. No le interesaba, por supuesto, estudiar Derecho, pero tampoco lo veía yo como creador, como poeta. No le prestaba atención, ¿me entiendes? Pero luego voy viendo que es un poeta interesante y hasta con alguna traducción al flamenco.
Además, no puedo olvidar que otro referente fue Florentino Chávez, él era bibliotecario en la Biblioteca central. Por él conocí a muchos autores y libros, como Cien años de soledad o a Jaime Sabines. Pero también a través de Florentino conocí a Salvador Alcocer en su casa. Luego me hice amigo de Chava y lo visitaba ya por mi cuenta. Y había una creadora también muy interesante, delicada, que ya murió, que se llamaba Gloria del Carmen Cepeda. Ella escribía poesía y lo hacía muy bien. Su poesía era como ella, elegante y armoniosa.
En fin, en ese ambiente disfrutaba de las lecturas, la vida de la biblioteca, prestar libros, aconsejar lecturas y compartir los gustos literarios con gente como Florentino. Toda su vida ha sido un gran lector. Cuando fui secretario de Cultura y Bienestar Social en el período de Mariano Palacios Alcocer y tuvimos el programa de editorial, busqué que uno de los primeros libros fuera de Florentino. ¿Por qué? Porque era un poeta desconocido. Rústica Crónica de Reyes (1986) para mí es una joya que yo creo que representa la poesía importante que se ha escrito en Querétaro.
¿Qué otras personas lo han influido?
Además de Florentino, el exrector Agapito Pozo. Le estoy muy agradecido ya que me ofreció dirigir la Biblioteca Central por una recomendación —no lo puedo negar—, de José Ortiz Arana, que era mi amigo. Cuando entré, los que antes habían sido mis compañeros en la biblioteca, fueron mis colaboradores. Ahí estaba Jaime Silva, entre otros.
Luego ya en 1974 conocí a Paula y a su grupo de amigos, que luego fueron mis amigos y que colaboraban en el periódico Noticias que acababa de fundarse (de hecho, se fundó en 1973, este año están cumpliendo 50 años).
Esa es otra experiencia muy importante porque Paula, que trabajaba en el periódico, de hecho, creó una sección que se llamaba El ruido de las letras. Yo le ayudaba con esta edición y a escribir notas. Era mi, como te diré… mi hobby. Nos divertíamos mucho. Porque ya había salido de la carrera de Derecho, no tenía un trabajo fijo y escribía en Noticias, de todo menos plana roja. Yo le ayudaba con las editoriales, le ayudaba hasta con las notas de sociales. Fue una etapa aquella de 74-79 para mí muy enriquecedora. En diciembre de 1979 Paula desgraciadamente pierde la vida. También le estoy muy agradecido. Además de propiciar estar cercano a su sensibilidad y talento, su amistad me permitió conocer a muchos escritores.
Mira, ahora sí entro con el tema de los setenta y los escritores. Paula de Allende era amiga de los miembros de La Espiga Amotinada. Y me presentó a todos ellos: a Eraclio Zepeda, a Jaime Labastida, a Óscar Oliva, a Jaime Shelley y a un personaje inolvidable que fue Juan Bañuelos. Hice una amistad muy interesante con Eraclio, con el que teníamos largas conversaciones. Era un hombre de una sabiduría popular inmensa, un charlista incansable. Nunca decía tonterías. Si acaso, anécdotas de su pueblo, él era chiapaneco, creo que de Tuxtla.
Con Juan hice una amistad muy rica, muy divertida. Nos reíamos muchísimo y alguna vez compartiendo con Bañuelos coincidí con un paisano y medio pariente suyo, que era Omar Chanona (quien ha sido investigador y cineasta). Las anécdotas del calor de Tuxtla y sus suicidas eran para doblarse de risa. En esa época también coincidí con un poeta que luego hizo una recopilación de poetas mexicanos, Eduardo Langagne.
Luego, en algún momento con Juan de la Cabada, un viejo fantástico, hice una amistad entrañable. Era un hombre de otra época, es un escritor ya olvidado. Pero nos asomamos a su vida a través de las pláticas que dio en algún momento en la Casa de la Cultura. Dio una serie de charlas y a mí me fascinó, al grado de que hice amistad con él. Te puedo contar una anécdota hermosa.
Le dije: Juan, ¿cuándo te vas a México? ¿Cuándo regresas? En tal fecha, un sábado. Me gustaría mucho llevarte. Sí, claro. Era un hombre amoroso, muy sabio, impresionante. Es una figura que no está valorada. Le dije: A ver, Juanito, ¿por dónde vives? Pues por tal calle. Y nos íbamos platicando todo el viaje, bueno, él, porque no dejaba de hablar y de decir cosas hermosas. Él hizo guiones para cine. Ojalá puedas asomarte a su obra. Entonces llegamos a donde vivía, estaba en la puerta una señora morena ya de edad avanzada que se llamaba Julia Marichal. Ella fue madre de un beisbolista muy destacado, pero también de una cantante. Luego tuvo un final terrible, creo que la asaltaron y murió. Pero la anécdota es que cuando baja Juanito de la Cabada y ve a la señora morena, ella corre y le dice: Juanito, ¡cómo te extrañé! No sabes con qué amor, qué escena más tierna, como de cine, muy enternecedora. Yo quedé fascinado.
Gracias a las amistades de Paula, conocí a Gustavo Sainz, también a Alejandro Aura, porque, además, era su socio. Alejandro Aura era otra personalidad. Otro gran charlista, del tipo de Juan José Arreola. Gracias a Paula conocí en reuniones a Tomás Mojarro, con el que hice también un acercamiento. De hecho, Tomás me invitó a un programa de Radio UNAM que se llamaba Palabras sin reposo. Me dedicó un programa. Cosa rara porque no era común. Me entrevistó sobre mi trabajo de escritor, yo apenas pergeñaba por ahí algunas letras. Pero tenía un cuento que le gustó mucho y que publicó el periódico Noticias. Era de un viaje en el tren, pero era toda una metáfora, en ese tren alguien sube y descubre el amor y algo así. Ya no recuerdo bien.
A propósito de Langagne, usted se ha de referir a la antología Con sus propias palabras. Poetas mexicanos nacidos entre 1950-1955, que le publicó la UAQ.
¡Exacto! Ramsés, yo he tenido un poco la fortuna de convivir con gente muy interesante. Eduardo Langagne, Omar Chanona y Juan Bañuelos tuvimos dos o tres sesiones espléndidas de recuerdos de risa, pero también de conocimiento y de cultura. Volviendo a Juan de la Cabada, lo invitaron en una ocasión a un congreso en León y ahí conocí a los hermanos Betancourt, uno que se llama Ignacio, que tiene una obra interesante, y su hermano, que no era escritor, pero era promotor cultural. En fin, conocí infinidad de escritores de aquella época. Los Betancourt eran amigos de Leonardo Kosta, a quien conocí en un Congreso de Extensión Universitaria en Tepic. Lo invité a trabajar a la UAQ. Tú sabes que Leonardo es el creador de la revista de teatro Repertorio que tuvo una segunda época con Rodolfo Obregón. En aquellos momentos era una de las dos publicaciones sobre teatro a nivel nacional.
Si lo redireccionamos ahora al tema de editores, ¿quiénes serían para usted los editores, hombres o mujeres, que han sido representativos de México en las últimas décadas?
Bueno, está uno que es excepcional, que es Alberto Ruy Sánchez, editor de la revista de Artes de México. Él es el editor por excelencia que yo podría citarte como un ejemplo de continuidad, de difusión de la cultura nacional; como editor de un trabajo sistemático, no como un editor espontáneo, sino de un trabajo que tiene recursos y estructura. Porque el problema de la edición de revistas es la continuidad y yo creo que Artes de México ha sido un gran ejemplo. Además, hay un editor muy interesante en el Estado de México, de apellido Anaya, con el que hicimos la colección Alimón UAQ/ UAEM. Por otro lado, están los grandes editores Arnaldo Orfila y Jaime Labastida.
En Alimón salió publicada Paula de Allende.
Sí, cada vez que he podido la hemos reeditado, pero ahí a su poemario le pusimos otro nombre: Acuático lecho espejo del sol (1982). También publicamos a Manuel Herrera en esa colección. Ya me acordé, José Vicente Anaya es el editor de quien te hablo. Falleció hace pocos años. Pero fue muy buen editor.

En el ámbito local, ¿usted en quién pensaría de los últimos años?
Como editores, tengo mis reservas con una publicación anual que ha sido también otro ejemplo de continuidad, El Heraldo de Navidad. No sé si los hermanos Frías estuvieron en ese proyecto, que no creo, porque me parece un ejemplo de edición muy provinciana. De hecho, yo me he negado a publicar, porque —también es justo decirlo— tampoco no me han insistido en la invitación. Claro que rescata leyendas, testimonios, hace retratos de personajes, pero todo se pierde con la frivolidad de las princesas, de las bellezas del momento. Tiene ese sabor. Es un ejemplo de constancia, pero me parece un ejemplo de mal gusto. Quién más… Pues está mal que hable de mí, pero yo he estado en eso mucho tiempo. Yo creo que la revista que me ha dado más satisfacción ha sido la de Nuevos Tiempos, no sé si la conozcas.
Sí. ¿Qué le parece si vamos tocando el tema de las revistas? Porque al revisar la trayectoria tan amplia que tiene, uno se da cuenta que ha sido un activo promotor de revistas, suplementos, páginas literarias, como lo son Hombre y universo, Taller del cuento y la poesía, Universidad y Nuevos Tiempos. ¿Podría contarnos una breve semblanza de cada proyecto y hacernos saber qué rol desempeñaste en la gestión de cada proyecto? Y si me falta alguna revista, pues, usted me dice.
Y si alguna me faltaba, vaya echando la cuenta, decía Atahualpa (Risas). Mira, la revista Universidad yo creo que es un buen ejemplo de esfuerzo editorial. El número uno lo hizo Carlos Tirado. Era mi amigo y él tenía oportunidad de relacionarse con la universidad y le dije: Oye, Carlos, hay que hacer una revista universitaria. Pero pues nada más le alcanzó el tiempo de hacer el primer número. Luego, pues como todo en la universidad es mucho el tema político y tal, se suspendió. Entré como director de Extensión universitaria, después de una propuesta que llevó el entonces rector Mariano Palacios al Consejo Universitario. Y no contó con la unanimidad porque había sectores que se oponían pensando que iba a ser una estructura onerosa. Y el entonces rector les dijo: Absolutamente, al contrario. Era más bien optimizar los recursos de dependencias existentes como la biblioteca, radio universidad o difusión cultural. Y ahí se creó el programa editorial. Es todo un fenómeno la idea de crear un programa editorial cuando no teníamos qué publicar, no íbamos a publicar —como lo hizo Vasconcelos— a los clásicos. Se trataba de publicar la creación y divulgación científica, literaria, histórica de los queretanos y de preferencia de los universitarios. El libro Breve historia de Querétaro con Gabriel Rincón, Rodolfo Anaya e Isabel Labardini. Con esa publicación, hoy icónica, iniciamos el programa.
Este fue el primer libro de un proyecto que no tenía un sustento muy claro, porque no había investigación y no había creación literaria. Publicamos a José Luis Sierra un librito muy modesto, a Nelly Sánchez, a Gerardo Ribeiro (quien, por cierto, tuvo la idea de un proyecto modesto pero original, Las hojas de las Campanas, poesía de jóvenes escritores).
Publicábamos, Ramsés, lo que pensábamos que era digno de publicarse. Para esto, invité a una persona que se llama Benjamín Araujo, que venía de la Universidad del Estado de México (recomendado por mi hermano Augusto) y él se hizo cargo del programa editorial. Pero publicábamos casi lo que fuera. En serio, había un economista que tenía unos apuntes, le dijimos: A ver, vamos a publicarlos. Luego había un sociólogo que estaba encargado del Departamento de Investigaciones Sociales, igual: Échanos tus apuntes. Si te das cuenta, no teníamos la materia prima: la investigación.
Gracias a un buen contacto de la mamá de Gerardo Ribeiro (hoy un especialista reconocido en el tema de la argumentación jurídica), que era una señora muy brillante, Raquel Toral, conocí a un ensayista y poeta que luego se hizo mi gran amigo, Javier García Méndez. Gerardo conocía a un uruguayo que estaba también un poco como en el exilio que resultó ser Eduardo Milán. Y me llegué a reunir con Eduardo, como director de Extensión universitaria y director de la revista y le digo: Oye, Eduardo, sé tú mi corresponsal en la Ciudad de México y recomiéndame obra. Eduardo sí desempeñó un rol porque me acercó con algunos artistas y algunos poetas. Por supuesto, la idea de la revista Universidad era darle difusión a la investigación y a la creación local (pero no nos negábamos a difundir trabajos externos). Fue una época interesante.
De las otras revistas que mencioné, ¿qué nos podría comentar? Por ejemplo, la de Taller del cuento y la poesía.
Ese fue un proyecto curioso más que nada por su concepción de cómo financiarlo. Te cuento la historia brevemente. Conocí e hice amistad con un hombre muy interesante que se llamaba Carlos Marín. Él tenía un taller de cerámica. En ese taller, nada más ni menos surge el gran ceramista mexicano del siglo XX que es Gustavo Pérez. Ese taller tenía una producción de piezas que estaba muy comercializada, es decir, tenía una gran aceptación en el mercado. El hombre tenía recursos, pero también era una gente inquieta por el tema de las revistas. Y me dijo: Oye, Juan Antonio, vi un anuncio en el Excélsior en donde Orsa convoca bajo un mecanismo de financiamiento que no es muy conocido. ¿Por qué no lo intentamos? Pues vamos haciéndolo. Estaba en mi mero mole.
El anuncio en el Excélsior era costoso, aunque fuera un anuncio pequeño, lo teníamos que pagar de nuestro bolsillo. Y el anuncio era: Se invita a todos los escritores que quieran publicar en la revista tal llamar a los teléfonos tal y tal. Así de sencillo era el anuncio. Entonces, pues llamaban, 10, 15 gentes y se les decía: ¿Quieres publicar? Hay un pequeño Consejo por el que pasaría tu trabajo, pero te cuesta publicarlo. Los autores pagaban una cantidad equis. No conozco otro proyecto como ese, pero funcionó. Realmente, nos cansamos, era mucho trabajo y no ganábamos si no que perdíamos dinero y tiempo.
Sin embargo, el otro proyecto en donde me he sentido con mayor acogida y solvencia fue el proyecto de Nuevos Tiempos, con la rectoría de Raúl Iturralde. Pero eso es más contemporáneo. Surgió con la idea de difundir la inteligencia y creación universitaria, es decir, la investigación histórica, filosófica, de ciencias naturales. Publicamos cosas así, medias disímbolas, pero la revista tenía una estructura, tenía su sección de arte plástica, su sección de poesía, etcétera, que no es fácil de mantener.
¿Y cuál es el origen de la página literaria llamada Clavileño y del suplemento Lugar común, que tuvo destacadas plumas en su corta existencia? Obviamente son dos etapas en su trayectoria, una por allá 1960 y otra más cercana a la década de 1990, pero ambas manifiestan un claro interés por difundir la creación literaria y el periodismo cultural en Querétaro.
Sí, en Lugar común, se inició con Manuel Cruz y luego con un editor uruguayo de apellido Castillo que era muy fino, muy cuidadoso en su diseño. Esa fue una experiencia muy bonita. Lugar común fue el suplemento cultural de Nuevo Milenio un semanario de análisis político y difusión cultural. Fue un esfuerzo personal de ofrecer una opción como medio impreso ante la hegemonía de los diarios locales. Por supuesto que era un periódico independiente y solo resistimos siete años. Desapareció porque aposté por la llegada del AM del que fui Presidente del Consejo Editorial habiéndose frustrado mi participación en la sociedad. En fin, me quedé con el trago amargo un tiempo y a darle vuelta a la página.
Volviendo a Clavileño, Jaime Silva era pues muy mi cuate, compartíamos letras e intereses. Un día le dije: Oye, Jaime, vamos a buscar difusión de nuestros trabajos y de los trabajos poéticos que se hacen en la universidad en un periódico local. Fuimos a hablar con Rogelio Garfias. Y nos dijo: Sí, cuenten con una página en los domingos. El problema era reunir el material. Fue generoso Rogelio, era director del Diario.
No sé cuántos números hicimos de Clavileño. Y luego vino El Caballo de papel con Humberto Carrión que, a mi modo de ver, es un excelente poeta que no se le ha dado la debida difusión, es un personaje, porque era un abogado que litigaba y era un buen poeta. Habría que estudiarlo. Pero hizo El Caballo de papel. Luego, en El ruido de las letras, pues yo apoyaba a Paula y luego a Carlos Tirado, pues cuando salió Paula de Noticias se quedó Carlos Tirado con el espacio. Y pues también yo lo apoyé junto con Manuel Herrera, con el que hice una gran amistad. Y luego invité a Manuel Herrera a participar en el proyecto de la Secretaría de Cultura, fue mi director de Difusión cultural, un funcionario impecable, sensible, amante de Querétaro. Querétaro le debe mucho a Manuel y desgraciadamente se pierde por alguna extraña razón la gran novela sobre Querétaro que estaba escribiendo. Él murió por ahí de 1990, era un buen autor de teatro, de hecho, reconocido. Algunas de sus obras, por la amistad con Emilio Carballido, se llevaron a escena. Mientras tanto, Florentino Chávez que era maestro de literatura en la escuela de bachilleres en San Juan del Río, dirigía la revista Alquimista. Publicó tres o cuatro números.
En fin, para mí un proyecto editorial, que fue muy satisfactorio, ha sido el de la Secretaría de Cultura, primero con Manuel Herrera y José Luis Sierra, y luego con un joven llamado Jesús Aragón. En esa época creamos una colección bellísima que se llamó Cómo acercarse a con Plaza y Valdés.
Sobre esa coedición, ¿me podría contar cómo es que se maquinó la fabulosa colección Cómo acercarse a? Uno de esos libros, por ejemplo, fue el de Cómo acercarse a la poesía de Ethel Krauze.
En ese proyecto del Gobierno del Estado invité a colaborar a un editor que se llamaba Francisco Figueroa, porque él tenía alguna relación con Plaza y Valdés. Así invitamos a participar como coeditores a un tipo muy astuto, increíblemente audaz, que no le importaba tanto perder dinero, pero finalmente no perdía porque eran trabajos bien hechos. Él había comprado la editorial Plaza Janés y la tropicalizó, por decirlo de alguna manera. Cómo acercarse al ajedrez, Cómo acercarse a las matemáticas, Cómo acercarse a la arquitectura, Cómo acercarse a la danza, etcétera fueron algunos de los títulos de aquel proyecto de coedición. Pero además los autores eran gentes muy autorizadas en las materias. Fue un proyecto memorable.
Con Francisco Figueroa luego hicimos otros trabajos editoriales. Estuvo asesorando en la Secretaría de Cultura cuando salió José Luis Sierra. Y luego cuando salió José Luis Sierra entra otro amigo que ya mencioné, Jesús Aragón, era un cuate muy comprometido, muy estudioso, sensible, sabía su quehacer y, siempre cargando aquí su portafolio y siempre con ideas. Un tipo callado de un carácter muy especial. Con Jesús Aragón le dimos continuidad al programa que había dejado inconcluso José Luis Sierra, quien cumplió un ciclo y entró Aragón. Fue otro proyecto muy interesante, hicimos varias colecciones: la Biblioteca Frías, Autores de Querétaro, Documentos de Querétaro (ahí salió Viajes de orden suprema de Guillermo Prieto). En fin, fue un proyecto que, si acaso el de Roberto Loyola con Miguel Ferro, podría estar a ese nivel, pero yo creo que el nuestro fue más auténtico, con una estructura, con una concepción clara.
Yo diría también pionero.
Además, de auténtico y pionero ahí está lo publicable de Francisco Cervantes (Risas). Libros que ahora son icónicos, despachados bajo el mismo techo de la Secretaría de Cultura.
Me quiero ir a la siguiente pregunta, porque de esa colección de Autores de Querétaro, gestada durante la gubernatura de Mariano Palacios Alcocer (1985-1991), hasta la de Literatura Portátil, que se desarrolló durante el gobierno de José Calzada Rovirosa (2009-2015), pasan alrededor de cuarenta años y, a mi juicio, se percibe en su trabajo editorial una renovación del antiguo proyecto. Bajo este antecedente, ¿podría platicarnos el origen, desarrollo y conclusión del proyecto de Literatura Portátil?
Federico de la Vega tuvo un acercamiento conmigo, él trabajaba con el poeta Miguel Aguilar Carrillo, de Calygramma. Me presentó un proyecto, lo evaluamos y le dije: Adelante. Y así nació, pero con sus situaciones un poquito espinosas. Yo en el tema de la difusión editorial y cultural no he tenido prejuicios. Pero, por ejemplo, chocamos un poquito con Federico, porque él no quería publicar a un cuate que no era su amigo (de apellido Arellano). Finalmente lo publicamos y también publicamos a Hugo Gutiérrez, a Ladrón de Guevara, y a todos los que luego se fueron sumando.
Después de que se acerca De la Vega, hicimos una primera lista. Vimos la necesidad de crear un Consejo editorial para que aprobara todas las publicaciones. Existe un Consejo editorial de las publicaciones del Poder ejecutivo. Hay un decreto en el Periódico Oficial de la Sombra de Arteaga. Quien me ayuda a redactarlo es Lauro Jiménez. Es un antecedente importante. Se creó un Consejo editorial por primera vez en el Gobierno del Estado. Ahí ya no nos costó tanto trabajo encontrar materiales, ya había mucha gente que escribía.
En ese momento, es bueno saberlo, ¿hubo facilidades o dificultades con el financiamiento de la colección de Literatura Portátil?
A ver, no había grandes facilidades, había dificultades, pero la voluntad del Gobernador Calzada se impuso sobre las resistencias burocráticas. La imprenta de Gobierno del Estado tiene un gran equipo, fantástico, pero no produjo nada por la reticencia de un burócrata que era Manuel Pozo. Él era Oficial mayor, un enemigo del trabajo editorial por celos y envidias. Y aquí lo puedo decir y lo puedo sostener. Envidias y celos, que han sido los grandes diques a los que me he enfrentado en mi trabajo como promotor cultural. Finalmente los sorteé, buscando siempre el resquicio de la relación con el Ejecutivo estatal para que esto se diera. Luego fui muy criticado porque aparece un librito mío ahí que se llama Tributos y admiraciones. No tenía por qué no publicarse si el Consejo lo aprobó.
Para crear esta figura del Consejo, totalmente nueva en la historia estatal, ¿en qué se inspiró? ¿Acaso en otros modelos de gestión editorial?
Sí, en un modelo del Gobierno del Estado de México, que ha sido muy de vanguardia en parte por la contribución que hizo Augusto Isla, mi hermano.
Desde su perspectiva, ¿cómo fue la recepción de Literatura Portátil con la ciudadanía? Recuerdo haber leído alguna nota de prensa donde se criticaba el tema de la transparencia y gestión editorial del proyecto.
El tema editorial tiene una gran dificultad, que es el de la difusión y el del mercado. Muchos de los libros que se publicaron en ese tiempo, y en otros momentos, se quedan en la bodega. Es algo que hay que decir. Hicimos un hermoso proyecto editorial que se llamó Breve historia de Querétaro. Ahorita nada más tengo un ejemplar, pero se hicieron 50,000 ejemplares para distribuirlos en las primarias del Estado. Cuando entra el Gobierno de Francisco Domínguez este material, tengo entendido, ya no va a ningún lado. Se queda en bodega y hay información de que se quema… Muchas de las ediciones que hicimos con José Calzada se queman por instrucciones de Domínguez y de un personaje siniestro, identificado con el Yunque.
El gran problema de las ediciones, en general, es el mercado y su distribución, que no corresponde a todo el esfuerzo, a todo el gasto y a toda la suma de empeños que hay atrás de un proyecto editorial. En todos los niveles no hay lectores, no hay receptores. Es muy angustioso el asunto que no haya lectura, es un drama que los proyectos editoriales no lleguen a su destino final, que no sean aprovechados. Yo creo que esa podría ser una reflexión importante de este ejercicio.
A propósito de su reflexión, resulta urgente retomar algo que en varias ocasiones ha hablado y usted ha escrito, me refiero al tema del patrimonio documental y bibliográfico del estado de Querétaro. Tomando en cuenta la legislación vigente, los centros de documentación que existen ahora (públicos o privados), y los proyectos editoriales gubernamentales existentes, ¿cuál es el panorama que observa actualmente?
Mira, yo veo una gran debilidad de los programas en materia de publicaciones. Sin embargo, me entusiasma que el Gobierno Municipal, de este momento, está retomando con el proyecto de Letra Capital una idea de lo que son las ediciones, pero yo creo que hay que inyectarle más recursos. Hay un fenómeno muy interesante, Ramsés, nunca como hoy ha habido tantos escritores locales. Yo veo a través de las redes sociales, por Facebook, por ejemplo, que cada semana o dos veces a la semana están presentando libros. Antes para presentar un libro pasaban meses y años. Ahora hay una gran producción. ¿A dónde van esos libros? ¿Quién los genera? ¿Quién los produce? No hay un esfuerzo institucional en esa producción, hay muchos esfuerzos personales. Yo mismo he tenido que utilizar recursos personales para poder difundir mis libros.
Yo veo que no hay en las instituciones proyectos en este momento. La Dirección Estatal de Archivos del Estado cesó sus publicaciones con la salida de mi hermano Augusto. Teniendo la imprenta de Gobierno grandes posibilidades de infraestructura y teniendo un área de diseño, podrían estar haciendo una gran cantidad de libros y revistas. Es dramático cómo está olvidado el tema de las publicaciones. Y en cambio hay una gran cantidad de autores. ¡Qué contraste! Antes, en la universidad cuando empezamos el programa editorial, andábamos buscando a quién y qué carajos publicar (ahora veo las cosas horribles que publicamos). ¿Pero hoy quién apoya a tantos autores que hacen hasta esfuerzos personales?
¿Y cree que haya alguna maniobra de carácter legislativo que se pueda hacer en Querétaro para apoyar esta gran producción editorial en términos patrimoniales? Le pongo el caso de San Luis Potosí, donde hace unas décadas se implementó una ley estatal de depósito legal, única a nivel nacional, para que el centro de documentación Montejano y Aguiñaga, ubicado en el centro de la capital potosina, recuperase la producción editorial realizada en el estado para su resguardo patrimonial.
Yo creo que hace falta una disposición legal. ¡Qué bueno que la mencionas! Me gustaría que me la compartieras, para en un momento dado impulsarla desde aquí. Ahora que mencionas San Luis Potosí, recuerdo que hice algunas ediciones allá con motivo del 400 Aniversario de la Fundación de la ciudad, siempre con la idea de dar a conocer lo que en las localidades se produce. Publicamos las obras completas de Silva Herzog, no de Jesús, sino del padre. También publicamos la obra de Francisco de la Maza e hicimos una recopilación de un poeta local muy reconocido e hicimos fascículos de la historia de San Luis Potosí.
Qué interesante lo que menciona, porque el promotor del acervo documental potosino, el bibliófilo Rafael Montejano y Aguiñaga, fue todo un personaje en la historia reciente de San Luis Potosí.
Fíjate. Yo estaba un poco como atrás del proyecto, pero los impulsamos. A mí se me ocurrió hacer estos fascículos para que se vendieran en los puestos de periódicos y tuvo gran aceptación. Costaban 3 pesos, pero era la historia de San Luis Potosí en fascículos. Imagínate.
Ahora, si le parece, vamos a cambiar un poco la dirección de la conversación y pensar la “literatura local”. ¿Cómo podría resumir la producción literaria de Querétaro actual? ¿Le parece que hay ruptura o continuidad estética con respecto a los últimos 50 años? ¿Cómo ve el panorama en este momento?
Hay en este momento un florecimiento un poco caótico. Todo mundo quiere escribir, todo mundo quiere ser poeta, todo mundo quiere darse a conocer como escritor. Hay niñas que hacen su librito de poesía, antes querían hacer sus recetas de cocina, ahora es poesía. O señoras ya mayores que escriben y que les interesa que su creación se difunda. Nada más es cosa de ver en Facebook una cantidad enorme de escritores. Entonces, se está viviendo una etapa de florecimiento muy desorganizado, no hay una estructura, no hay una corriente, pero el entusiasmo es encomiable.
De las últimas décadas, ¿qué escritor en específico le ha llamado la atención?
Yo creo que hay personajes y hay escritores. Entre los que reúnen las dos características, están sin duda, Florentino Chávez, Francisco Cervantes, Humberto Carrión, Miguel Aguilar. Estas son figuras que poco o mucho han aportado. Por mucho tiempo me pregunté, Ramsés, ¿por qué no hay producción novelística en Querétaro? Cuando presenté mi novela Bajo los almendros (Siglo XXI, 2017) en el Museo de Arte, Inocencio Reyes hizo una participación muy interesante en ese sentido de por qué no había novelistas en Querétaro. Hay muchos narradores, pero novelistas realmente muy pocos. La novela no es un género para nada sencillo, el gran aliento que necesita la novela, requiere de una creación muy fértil y de condiciones propicias para crear.
También aquí hay muchos poetas, muchos cuates que se dicen poetas. Como decía Juan Bañuelos, en algún momento, es que en Tuxtla Gutiérrez hay poetas e hijos de poetas (Risas). No lo quiero trasladar al caso de Querétaro, pero es que hay una abundancia de poetas. ¿Con qué calidad? No sé, el tiempo lo dirá, los lectores y el mercado —que es muy malo—, lo dirá también.

¿Y qué podría decirme de los encuentros y premios que se promueven localmente?
Desgraciadamente, el premio de poesía Paula de Allende ya no lo promueven, el premio Hugo Gutiérrez Vega está en stand by. Existen otras convocatorias sin difusión nacional, el mismo premio Manuel Herrera Castañeda de dramaturgia está arrinconado. Hace falta que haya convocatorias, concursos, encuentros, ferias del libro. La Secretaría de Cultura de Querétaro ha apostado por una Feria del Libro. Hay que fomentar la creación, la edición, pero no lo están haciendo, no están cumpliendo con sus tareas. Sí dan el relumbrón de una gran feria del libro que ojalá les vaya bien. Pero para ello se necesitan recursos que no tienen, porque es algo que al Gobierno no le interesa. Hay que decirlo.
En cuanto a sus lecturas de escritores de aquí de Querétaro, ¿cuáles son los vicios y virtudes que observa en su propuesta literaria? En términos muy generales para no entrar en particularidades.
Yo creo que no hay un estándar que rebase las condiciones cualitativas. Hay mucha producción, pero creo que están por abajo de los estándares de calidad. No quiero ser tampoco muy negativo. Porque hay que reconocer que hay gente que escribe bien, pero que no han llegado a tener la oportunidad de un libro. Por ejemplo, Angélica Colín, que es más conocida como locutora, como comentarista en radio, como titiritera, es una gente que escribe bien, pero no se le conoce un libro. ¿Me entiendes? Es muy dispersa la obra literaria que se está haciendo, en gran número, pero desconozco qué calidad tiene. No quiero juzgar.
Ya unas preguntas finales en este contexto literario. ¿Qué representa para usted la obra de Salvador Alcocer en la literatura queretana?
Salvador es muy irregular. Equiparándolo a un jugador de fútbol, es un jugador que a veces mete goles y otras veces mete autogoles. Es más un personaje que un escritor sobresaliente. Tiene un libro que es una joyita que se llama Kyria Shulamith, quizá Canario ciego y alguna otra que por ahí se salva. Pero no es un escritor consistente, regular, de una calidad reconocida. Es un poeta que vive como poeta y es poeta. Su poesía muchas veces está más cerca de la duda que de la convicción.
¿Qué autores considera interesantes actualmente de Querétaro, independientemente del género literario?
No conozco muchos, pero están Jaime He y Carlos Campos en narrativa. Los autores del Concurso de cuento Ignacio Padilla (por cierto, es una de las convocatorias que sí se han mantenido), los desconozco. Y hay un poeta que es muy bueno, Antonio Vilanova, desgraciadamente poco difundido. Puedo pecar de omisión, pero no veo mucho. Ah y también Larisa Otero es una voz poética digna de mencionarse.
¿Le parece que en Querétaro hay crítica literaria?
Es muy escasa. Porque no hay una formación para hacerlo. Desgraciadamente la Escuela de Letras nace de una manera equivocada, como un pegoste de la Escuela de Idiomas. Y eso, desgraciadamente, ha repercutido en que no hay crítica literaria. No hay análisis serio de obra literaria.
Un día fui a proponerle a la directora de la Escuela un curso de poesía con un gran expositor. Tuvo que pasar distintos niveles burocráticos y finalmente no se autorizó. Ella era directora de una Escuela de idiomas. Le pregunté cuál es su formación. Dijo ser maestra de francés… Tener supeditada a la Escuela de Letras a una Facultad de Idiomas es la mayor estupidez que ha cometido la UAQ en los últimos 100 años (no tiene 100 años de existencia la universidad, pero vámonos hasta los jesuitas y los javieranos). Es una locura.
Sí hay por ahí algunas gentes que entran al debate, pero no tienen estructura, no tienen formación. Yo creo que estamos ahí mal. No quiero dar la impresión de pinche viejo amargoso que no habla nada bien de nada, pero es que es la verdad.
Juan Antonio, si pudiera que cambiar algo en la política cultural de Querétaro, ¿qué sería?
Yo pienso que ahora la Secretaría de Cultura está poniendo énfasis en algo que se había descuidado, que es el fomento de la cultura popular. Yo recuerdo que, bajo mi gestión, trajimos la Dirección de Culturas Populares al Estado. Hicimos un acercamiento y luego amistad con su director nacional, el maestro Leonel Durán, un gran conocedor (a la altura de Néstor García Canclini). Luego viene José Antonio McGregor y da un nuevo impulso a esta materia. Pero no surgieron promotores de la cultura popular, salvo Agustín Escobar, y ahora Fidel Soto, que escribe sobre los trabajadores de Hércules y que acaba de publicar algo sobre un episodio bastante amargo en la UAQ, pero descuidan otras materias, una muy dramática es la producción editorial.
¿Qué está pasando, Ramsés? No hay un proyecto. Proyecto quiere decir que haya los fundamentos, los argumentos, la estructura. Te voy a mencionar, como curiosidad, cómo fue que nace la política cultural del Gobierno de Mariano Palacios. Hubo una reunión previa al Gobierno en Jurica en donde invité a los mayores exponentes de distintos temas relacionados con la gestión cultural. Ahí nacieron las ideas de crear una red estatal de bibliotecas, de crear una red de casas de cultura, de crear un sistema estatal de museos, ahí nació la idea de hacer el Museo de Arte, ahí nació la idea de hacer un Museo en la Sierra Gorda. Finalmente, fueron logros, se hicieron.
En fin, yo creo que falta un proyecto cultural estudiado, que no dé prioridad a ciertas cosas, sino que tenga un carácter equilibrado y universal. Esa sería mi conclusión.
Estoy totalmente de acuerdo. Por último, le propongo un juego de asociación libre, voy a decir una serie de palabras y me va a responder con otra que se te venga a la mente.
Libro: Joya accesible.
Imprenta: Olor incomparable.
Vida: Árbol de Metepec.
Escribir: Pasión.
Leer: Asomarse a otros mundos.
Derecho: Ciencia que se ha desvirtuado.
Futuro: Incierto.
Novela: Reto.
Querétaro: Metáfora.
Tiempo: Presente.
Gracias por su tiempo y disposición.
Te agradezco a ti.
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