Por Ramsés Oviedo Pérez
A principios de la primavera de 2022, logré entrevistar a la maestra Martha Valerio, gracias a la intercesión de mi colega José Jaime Paulín Larracoechea. Martha Valerio López nació en 1949 en Tamaulipas. Se mudó a Querétaro desde la década de los sesentas, a estudiar la carrera de psicología. Es una mujer polifacética, interesada tanto en las artes como en la política educativa, que le ha tocado vivir muchos cambios en la Escuela de Psicología y Escuela de Bachilleres de la Universidad Autónoma de Querétaro. Durante la animosa conversación que tuvimos, pintada de risas y anécdotas desconocidas para las nuevas generaciones, platicamos sobre su itinerario en las humanidades, su visión de la educación y evocamos genios y figuras de la vieja guardia filosófica de Querétaro. Fue un gusto compartir esta experiencia con una mujer comprometida con las humanidades, siempre con carácter, buen humor y disposición dialógica.
¿Podría contarnos cómo llegó a interesarse por la psicología y la filosofía?
Yo era una niña muy tímida que fui un experimento educativo por parte de mis padres, escuchaba las conversaciones y notaba mucho los dobles discursos al interior de la familia y de las demás gentes como los maestros. En ese sentido, a lo mejor soy peligrosa porque a veces estoy callada, pero escucho y analizo.
Yo decidí ser primero psicóloga porque necesitaba comprender muchas cosas, necesitaba explicaciones y me gustaba ayudar a las personas. En cuanto a la filosofía, la veía lejísimos —no me digas El Quijote—. Eran cosas que nunca pensé que un día me interesarían. Un día llegó mi esposo [Antonio Hernández Cortina †] y me dijo: Vamos a entrar [a estudiar filosofía]. Dije: Por qué no. Y como mi lema es la ignorancia es atrevida, soy de las que se avientan y a veces primero, aunque ya sé que me pueden poner mis fregadazos, pero generalmente es cuando más aprendes.
Yo soy una gente muy vital y de grandes decisiones. Incluso en mi familia, mis hermanos dicen que quisieran tener la energía que yo tengo. Mi mente siempre está haciendo procesos creativos, y gracias a la filosofía y a don Antonio Pérez Alcocer aprendí a preguntarme por todo. En pocas palabras, desarrollé la capacidad de asombro.
¿Por qué decidió estudiar con tanta profundidad El Quijote en España?
Fue Antonio [Hernández Cortina] el que me volvió a decir: Martha, hay un doctorado en El Quijote y la novela moderna en Valladolid, España, ¿te animas a entrarle junto conmigo? Y le dije, pues por qué no, si un día estudié filosofía y me sirvió mucho —no para recitar teorías sino para fundamentar mis conocimientos y mi vida—.Entonces, yo acepté. Inmediatamente nos pusimos a leer El Quijote e hicimos algo por intuición, lo leímos en voz alta. Cuando llegamos a España nos enteramos de que muy probablemente El Quijote fue escrito para ser leído en voz alta. Una de las primeras claves para comprenderlo es saber que es un libro de caballerías porque Alonso Quijano se vuelve loco por leer libros de caballerías y aquí en México poca gente sabe qué son esos libros. Además, en principio El Quijote es una parodia de los libros de caballerías. Y si no se tiene esa información al abordarlo no se entiende. En la época de Cervantes había un altísimo grado de analfabetismo, los que sabían leer les leían en voz alta a los que no sabían y de esta manera se propagaba la literatura.
Curiosamente, cuando estudié el doctorado y fui viendo a los cervantistas a nivel internacional que llegaban, entre ellos Francisco Rico y Anthony Close, le dije a Antonio: Haz una memoria gráfica porque nadie nos va a creer que hayamos tenido estos maestros, que son los que prologan El Quijote. Por ejemplo, mi director de tesis José Montero Reguera fue el presidente de los cervantistas en España.
Por otro lado, Cervantes sufrió muchísimo en su vida, incluso duró 5 años como esclavo en el norte de África en manos de los turcos. Sin embargo, es muy bondadoso en la construcción de sus personajes y por ello los cervantistas le hacen una especie de reconocimiento a través de una actitud humana y generosa en su trato hacia los demás.
Cuando yo llegué con el maestro [José] Montero Reguera, y todavía no terminaba la segunda fase de investigación, le dije que quería que fuera mi director de tesis. Él me escuchó, me orientó y luego me proporcionó artículos suyos que estaba por publicar.
Si bien, suele decirse que la obra de Miguel de Cervantes es una especie de arquetipo novelístico, ¿usted qué impresión tiene de la novela moderna?
No soy una gran lectora de novelas, pero lo que sí he encontrado es que muchos buenos escritores reconocen que le deben a Cervantes. No es que Cervantes haya escrito todo, sino que en el Quijote dejó toda la semilla que se desarrollaría posteriormente. Leerlo es una delicia si te atrapa, por las cosas que va presentando y lo moderno que es. Por ejemplo, para el 8 de marzo yo rescataría la historia de la pastora Marcela —porque el 8 de marzo es el Día de la Mujer—. Cervantes vivió rodeado de mujeres y experimentó en el Quijote con diferentes formas de ser mujer —como la tradicional—. En el caso de la pastora Marcela, es un personaje que se niega a desposarse para seguir viviendo libremente cuidando de sus rebaños. No obstante, los hombres la buscan para casarse con ella porque es bella y rica hasta que un hombre desesperado por conseguirla para sí, al darse cuenta que no será para él, se quita la vida. El resto de los personajes varones la acusan de ser la causa de su muerte y cuando lo van a enterrar aparece la pastora Marcela y es ahí donde da un discurso para defenderse y una de las cosas que dice es: Libre nací y así quiero seguir, por ello no le he dado a nadie promesa alguna; él fue el que anduvo tras de mí; pero yo voy a vivir así hasta que muera. Entonces ese libre nací y yo decido que hacer con mi vida ¿es moderno o no es moderno…?
A propósito de su ejemplo cervantino, ¿cuál es su visión del feminismo, concebido en un sentido muy genérico como reivindicación de igualdad, equidad y paridad en la sociedad?
Yo creo que sí hay que cambiar muchas cosas, pero hay que tener cuidado. Hagámonos la pregunta filosófica, ¿qué es ser hombre y qué es ser mujer? Van a surgir un montón de cuestiones de tipo social y cultural. Como maestra muy antigua de la UAQ, junto con las primeras psicólogas con las que trabajé en la ex-prepa centro, organizamos las primeras pláticas sobre la mujer en el Aula Magna.
Todavía por ahí tengo una fotografía donde a mí me tocó ser la mujer objeto; a otra compañera la mujer desatada y a otra, la mujer equilibrada. Ese día se llenó porque íbamos a hablar sobre las mujeres, lo que nadie sabía era que estábamos interpretando un papel, incluso me arreglé y me pinté. La primera vez duramos casi 3 horas, de todos los muchachos adivina quién era la idola: yo, la que representaba a la mujer objeto. Pero se fue haciendo una reducción a lo absurdo. Llegó un momento en que las muchachas empezaron a preguntar muy acertadamente: ¿Usted cómo le hace para trabajar y cuidar de su casa? Y se me ocurrió decir algo: Es que cada mujer debe cargar su cruz —como decían las mamás de antes—. Y curiosamente el género masculino me empezó a ver mal, hasta que me acorralaron. Después de ser la más popular, empecé a perder popularidad. Empezaron a surgir más los otros dos papeles, hasta que me cacharon porque me dijeron: ¿Cuántos hijos tiene? ¡Chin! —dije, ya me agarraron—, dos. ¿Y cómo le hizo? Dije: Método del ritmo. (Risas) Una muchacha se enfureció y me dijo: Vieja frígida. Y allí dijimos hasta aquí, esta es una representación, para que ustedes puedan sacar sus conclusiones sobre el papel de la mujer en la sociedad.
Ahora mira, a veces me decía mi esposo: Martha, ¿por qué hiciste tal cosa? Pues porque soy mujer. A mí me gusta ser mujer, hay cosas que me agrada hacer. En otras soy muy moderna. Pero afortunadamente no tuve una pareja que me estuviera exigiendo que lo atendiera; éramos muy independientes. Después de todo, los dos fuimos de la generación del 68, donde se luchó mucho por nuestros derechos.
Su generación hizo una gran diferencia.
Rompimos con esas autoridades irracionales, les llamábamos la momiza, personas todas rígidas, vendadas. Mi papá se enfurecía por la canción de “Quítate ya de aquí perro lanudo”. Eso no es música, decía, ¿qué es eso? Imagínate el día que me encontró leyendo Casi el paraíso de Luis Spota, ¡uy! Pero diosito lo castigó, los hijos fuimos siete mujeres y dos hombres. Yo era la mayor y con este temperamento nunca me dejé. Yo era terrible. Es que tenía una abuela que había sido revolucionaria.
Martha, ¿cómo comenzó su gusto por la literatura y la escritura?
Fíjate, desde que era una niña, siempre me gustó mucho la poesía. De hecho, llegué a leer poesía en las prepas y también una vez me invitaron a Psicología. Experimenté e hice alteros de cosas como no tienes una idea. También porque la filosofía me había revolucionado; y, además, porque tomé muchos cursos sobre educación en la época de Álvaro Arreola, a quien conocí muy bien. En mi vida siempre hubo gentes que me sirvieron de referencia, como don Antonio Pérez Alcocer, que me preparó para la vejez; y Álvaro Arreola, que me enseñó lo que había que hacer y lo que no (Risas).
Sin embargo, en la escritura hubo un tiempo en que yo no podía escribir, tenía un bloqueo. Todo por culpa de haber escrito dizque un poema, cuando era yo joven. Resulta que escribí un poema llamado “Sin ti”, “Muero de amor” —o algo así—, puras locuras, que llegó a ser publicado. Y se me ocurrió mandarlo a mi casa. Me pusieron bajo tanto escrutinio que ya solo me faltó una revisión ginecológica. No volví a escribir. Quedé atorada. Yo intentaba e intentaba y no.
Duré así hasta que me jubilé, hice la tesis y me metí a un curso con Araceli Ardón de escritura autobiográfica. Curiosamente, los españoles escriben sus historias, pero los mexicanos no, no sabemos de dónde venimos. Es importante dejar para nuestras generaciones cosas, por eso yo tengo escritos y también porque es muy terapéutico. Yo descubrí la escritura por una terapia. Porque yo soy de las gentes que, si necesito ayuda, la pido. No importa que yo sea psicóloga, pero yo sé que yo no me puedo ayudar a mí misma porque hay mecanismos defensivos, resistencias y un montón de cosas que apenas una gente de fuera te pone en tu lugar.Además, si tú das psicoterapia alguien te tiene que estar revisando, es parte de la garantía de un paciente.
Usted es egresada de la primera generación de la Maestría de Filosofía en la UAQ en los años ochenta del siglo pasado. En esos años, ¿cuál era contexto local de la filosofía?
No había un contexto. Fue cuando el Licenciado Braulio Guerra era rector que empezaron a cuestionarse, que no hubiera filosofía en la Universidad. Porque faltaba una especie de columna que fundamentara las ciencias, las cuales llegan a un determinado momento en que no pueden responder a ciertas preguntas y empiezan a filosofar… Yo, por ejemplo, le pedía al químico Javier Villanueva que me diera un curso de ciencia para filósofos. Con mi hermana Teresa (que se dedica a las matemáticas), sí lo pude hacer, pero solo hasta Descartes, porque después ya no tuve tiempo. Además, necesitaba un físico y gente que hablara con mucha claridad y el único que conocí que tuviera esa capacidad fue Javier Villanueva.
Y te digo, no había tradición filosófica en Querétaro. Los que sabían de filosofía eran aquellos que habían sido seminaristas y don Antonio Pérez Alcocer que era el filósofo de la ciudad.
En este sentido, ¿qué evolución cree que ha tenido la psicología y la filosofía en Querétaro?
Yo creo que a nosotros nos tocó picar piedra, porque también nos tocó en Escuela de Psicología un maestro que nos decía: Tienen que abrir los campos de trabajo. Estas son carreras de vanguardia, no de retaguardia. Y efectivamente, ahora veo en la Facultad de Psicología cosas muy nuevas. Por ejemplo, que hay primeros auxilios psicológicos. Los psicólogos tienen que irse adaptando a las cuestiones sociales. No es lo mismo Freud que escribía sobre la histeria, como ahorita un psicólogo que escribe sobre depresiones.
De igual manera la filosofía, una cosa es la filosofía hasta Kant, y luego después de Kant. Allí hay un parteaguas: ¿Qué es lo que verdaderamente puede conocer el hombre? ¿Lo finito puede conocer lo infinito? Por otra parte hay que estudiar cómo nos han afectado las nuevas tecnologías. Hace tiempo, leí La civilización del espectáculo de Mario Vargas Llosa, habla de cómo el concepto de “cultura” se vació y ha adquirido nuevos contenidos y las habilidades que estamos dejando de lado para desarrollar otras.
Ahorita en la mañana estaba viendo que se está hablando ya de que vamos a vivir —para no sé qué año—, en una realidad virtual y de que vas a poder ir a los países desde tu casa. ¿Cómo ha cambiado el concepto de cuerpo? Yo creo que el filósofo ahí tiene muchas tareas. En el caso de psicología —que es lo más conozco—, yo siempre digo que allí valdría la pena saber esto: ¿Qué concepto de hombre se tiene? ¿Qué concepto de vida? ¿Qué concepto de mundo? Creo que fue hasta antes de Descartes que se podía tener más o menos un conocimiento universal, ahorita no. Por lo tanto, tienes que seleccionar muy bien qué es lo que quieres aprender.
Martha, ¿usted piensa que en Querétaro está presente o visible el profesional que se dedica a la psicología y la filosofía?
La del psicólogo puede ser que sí, aunque ahorita —voy a decir algo fuerte— hay mucha gente haciéndole al psicólogo sin tener la carrera. Yo he visto a mucha gente que les llaman terapeutas, que dan consultas, y para mí les faltan bases. Está peligroso. Y en filosofía, creo que ya no hay claridad. Dijo Ortega y Gasset, la claridad es la cortesía del filósofo. Y don Antonio [Pérez Alcocer] me enseñó una cosa, si lo que usted leyó no lo puede decir con palabras claras, y no lo puede explicar, es que no lo ha entendido. En cuanto al filósofo creo que tiene que abrir nuevos campos de trabajo.
¿Cómo fue su relación con el filósofo Antonio Pérez Alcocer?
Fue muy cercana, yo iba a su casa por él junto con mi esposo para acompañarlo a la escuela y también Gustavo Larrondo y Pancho [Perrusquía] iban por él. Me acuerdo de las reuniones fantásticas que disfrutábamos —decía don Antonio— vamos al café del jardincito (en el Mesón de Santa Rosa). Una vez nos fuimos a comer, estaban Gabriel Rincón, [Gabriel] Corral, el Padre Cárdenas, don Antonio Pérez Alcocer, Alejandro Maldonado, Antonio Hernández Cortina y yo. Esas pláticas eran fabulosas. Otras veces nos íbamos al café porque a Pancho Perrusquía le encantaba ir allí y estar fumando. En todas esas pláticas conversábamos sobre muchas cosas y yo aprendía de mis compañeros. Pero ya la mayoría ha muerto.
¿El último que falleció de esa generación fue Francisco Perrusquía?
No, fue mi esposo Antonio Hernández Cortina y luego Gustavo [Larrondo]. Se me fueron. Yo le decía incluso a Pancho: Pancho, yo quisiera aprender más de filosofía actual, por qué no hacemos un grupo y traemos un maestro de fueras nos enseñe. Pancho dijo que sí muchas veces, pero al final de cuentas nunca lo hicimos. Luego murió doña Zoila [Montes] y atrás de ella se fue Pancho. Yo conocí a toda esa generación. Y mi esposo era con el que platicaba, pero ahorita ando aquí encerrada y luego con la pandemia. Lo bueno fue que yo me mantuve escribiendo y Antonio también, incluso me dejó un libro escrito para publicar con el tema de los toros.
Mira, para mí fue crucial don Antonio [Pérez Alcocer]. Verlo con aquella jovialidad disfrutando la vida, cuando abrió una vez un libro y tenía una rosa, se convirtió en el último romántico del universo (Risas). Ahora tengo muchos amigos jóvenes también. Por ejemplo, ahorita con la generación de prepa de hace 40 años hay un grupo que me habló, nos juntamos y ellos consideran que yo ya soy maestra de vida. Yo también aprendo de ellos y considero que siempre fui vampira. Porque trabajar con jóvenes te nutre toda esa vitalidad, por eso bien decía mi amigo Raúl Lucio: Valerio, somos adolescentes menopáusicos. Y sí es cierto.
¿Para usted tiene importancia la filosofía en la educación pública?
Claro, porque allí te empiezas a hacer toda una serie de preguntas. Pero, no hay un desarrollo de un pensamiento crítico propositivo. Yo veo criticones, pero no veo que propongan nada. Al Estado no le conviene. Pues, ¿quién decide quiénes van a ser los héroes? ¿Quién decide cuáles van a ser los libros que se van a llevar? Luego dicen que los maestros, pero quién prepara a los maestros normalistas.
Yo fui de una generación donde los maestros estábamos —la mayoría— muy involucrados con el alumno y lográbamos muchas cosas. Pero ahora, ¿cómo le ganas al hecho de que tienes que presentar pruebas, exámenes y seguir la administración de la administración? Aprendí de Ángel Díaz Barriga —y lo conocí de joven porque Álvaro Arreola lo trajo— a manejar grupos operativos y además me enseñó que el maestro es el dueño del espacio del aula y desde allí puedes construir.
Yo cuando trabajo con un grupo lo primero que hago es un ejercicio donde pregunto: ¿Qué es lo que hace al hombre, hombre? ¿Qué es lo que tú eres? A partir de preguntas los voy llevando hasta que caen en cuenta de que son seres inteligentes y aunque puede venir otro y decirte es la más antigua definición, ya estamos encontrando algo. Yo sí cuestiono a los muchachos. ¿Qué porcentaje de vida llevas ya? Sobre 100 años, ¿qué porcentaje de vidas llevas tú? ¿Qué has hecho? Somos temporales. Somos finitos. Pero tienes lenguaje, cosa que el animal no lo tiene, te comunicas. ¿Cómo lo utilizas? Hay también un lenguaje no verbal, y eres capaz de entrar en relación con otros gracias a ese lenguaje.
De esa manera los maestros ubican a los chicos y después ya construyes fácil, porque no tienes que estar amenazando ni diciendo locuras.
¿Usted tiene alguna definición personal de educación?
Sí, en su más amplio sentido, educar es humanizar y agrandar los niveles de conciencia. Con la educación amplias tu conciencia, porque te vas enterando de cosas que tú no sabías. La educación tiene varios ejes, uno es la expresión humana y el desarrollo personal. Somos seres de expresión, lo dice [Eduardo] Nicol y cuando nos expresamos, somos. Si cada maestro entiende esto, ¿qué va a pasar con los muchachos? Desarrollamos humanidad, porque esta es la primera vocación, la vocación de hombre, de ser humano.
Para expresarse, los talleres de escritura son muy buenos, nomás es cuestión de que pierdas el miedo. Empieza escribiendo una cuartilla, como le hice yo. La ventaja de los grupos de escritura es que tú escribes cada semana, todos leen su texto, todos te dan su opinión, te tratan maravillosamente y ya te dejan con una serie de ideas para que modifiques tu texto. Después de 30 escritos, claro que vas mejorando. Luego ya ves aspectos más formales, como el estilo.
Y como el tiempo no perdona, quería cerrar con un último tema. Dígame algo sobre el destino del ser humano.
¿El destino…? Habrá que ver si lo hay, en eso soy medio epicúrea. ¿Te acuerdas de los epicúreos? ¿Qué decían? Todo está hecho de átomos. Los átomos están cayendo y está el remolino eterno que los mueve y los mezcla, así es que no le tengas temor al destino porque todo se hace al azar. Yo pienso que sí hay algunas que son por destino, pero no todo, nosotros los seres humanos podemos modificar nuestras formas de vida. Construir un mundo mejor. De hecho, pienso que el cambio se va a dar de abajo hacia arriba. Yo creo que lo importante es vivir cada etapa bien. Eso es lo importante.
Gracias.
Déjanos un comentario