Babel en 1000 y un ventanas Por David Becerra y Natalia Farfán - MilMesetas

Ven vamos a abrir una ventana que se va a convertir en una decena, luego en un centenar, luego en un millar. Vamos a ver a través del aire que rebota, de las cortinas que se mueven, del círculo divino o del trapecio ceremonial, las mil y un formas que Babel ha imaginado para atrapar ese objeto el cual tiene una geometría tan íntima pero a la vez está a disposición de la cultura, el arte y la tradición.

Abriremos tres grandes ventanas que son en sí mismas la infinitud. El reflejo de una ventana que se refracta en mil.

La primera ventana nos permitirá asistir a la historia primitiva y mágica de cómo nace dentro de nosotros la ventana, como germina en nuestro ser una geometría que nos trae viento, luz, un ojo que imagina el interior y el exterior. Esta primera ventana nos situará en las preguntas de la que surge la necesidad, la fascinación y la cotidianidad de este objeto ontológico que nos rodea.

Cuando miremos a través de la segunda ventana nos detendremos en la forma en la que crea consigo la epistemología, observaremos a través de ella qué es el objeto arquitectónico, y cómo la luz de Le Corbusier contemplará el mundo desde su expansión. 

La tercera ventana será imaginar una Babel donde miraremos a través de las ventanas a lo largo del tiempo, desde las ceremonias de los incas, los barcos medievales, a las catedrales góticas, pasando por la transfiguración de la ventana rodeada de concreta, a la luminosa, horizontal y vaporosa de la modernidad.

Ven vamos a mirar a través de Babel en mil y un ventanas.

Ventana del latín Ventus, por donde pasa el viento

Ventana del latín Ventus, por donde pasa el viento, por donde pasa el sentir. Era un viento extraviado entre colinas y valles, empujaba las dunas, me pasaba de aquí, ahora para allá, levantando brizna, hierba y arena indiscriminadamente. Elevaba las nubes y perturbaba la dulce calma de los árboles. Arrastraba los mares hacia las las faldas de los continentes, la mía era una danza a veces violenta y otras veces serena…

Atravesaba las montañas colosales como tratando de romperlas a pedazos.

De repente en una de ellas me topé con un arco de piedra que reposaba sobre sus faldas, no me explico el por qué pero sentí un deseo misterioso por ir allí, resbalé por su pendiente, me dejé llevar por el descenso, en un deseo de dibujar esa forma que me recordaba las montañas pero que me imprimía una hipnosis.

Quizá pasaron días, semanas, meses, lo único que me logró sacar de ese estado fue un ser peculiar que entró en aquella geometría con forma de arco, que la había hecho tan mía, pero que ahora compartía con él, ese ser era extraño. Tenía un rostro de carne como muchos otros, aunque tenía algo distinto, sí, era una solidez particular; tenía dentro de sí algo primigenio, algo que no era de viento ni de montaña, ni de mar, ese ser me descubrió una nueva dimensión del arco. Convivimos dejando la forma repetida del arco y atravesamos su vacío. Lo seguí, perpetrando al arco, descubriendo un interior y un exterior suyo, una intimidad creada por la boca redonda a la que podía no sólo bordear sino entrar y salir.

Un día el viento, quien siempre le acompañaba, quiso hacerle un presente, le daría la luz en la noche, fue así que un iracunda tormenta, el viento con su poder arrojó el rayo sobre la tierra y encendió una llama que aquel ser de carne recogió impresionado, lo llevó a su cueva desnuda por una oscuridad permanente, pues la luz no podía ser tan escurridiza como el viento, el ser de carne estaba sorprendido. 

Me contaba que ese alegórico ser por el que asomaba tímidamente la luz, lo llamaba cada mañana, le susurraba  meditaciones y reflexiones, nos decidimos a averiguar qué quería aquel contorno. Pasado el tiempo aquel arco que me sedujó, quería salir de aquella cueva también y le dijo a ese ser que lo ayudará a explorar el mundo, quería ser viento y luz y también algo de humano.

El ser de carne al oír esas implícitas intenciones, se decidió a recibirlo en su hogar, otorgando así para siempre la bella herramienta de tiempo a la montaña, el viento, la luz, y la humanidad, se llamaría ventana.

El ser que quería ser viento, luz y algo de humano

Estoy en algún sitio. Conmigo marcó un espacio y un tiempo. Divido el mundo entre exterior e interior. Muto sin razón. Me buscan para ser un medio, una salida, una manera de ver y de pensar.

Puedo tomar la forma que la arena y el acero imaginen. Circular. Rectangular. Cuadrada. Estoy en torres, en casas, en edificios jugueteo entre civilizaciones formas y materiales, tengo cristales transparentes, con mosaicos, biselados, de colores. Conmigo aparece un panorama. Abro una perspectiva. Soy el refugio de una mirada. A veces soy aliada de la vigilancia, otras veces de la contemplación. Yo permito ser lo múltiple, soy hija de Helios y Apolo, aparezco en el hogar de Hestia.

Mirar a través de las ventanas

Las ventanas pueden tomar muchas formas físicas, trayendo consigo una manera de ver, una perspectiva, una mirada. Su forma se complementa con la intención de aquel que se antepone a ella para usarla, quizá observar, refugiarse, vigilar, contemplar, lo cierto es que nos aproxima con lo extraño y lo cotidiano ¿qué hace allí un artefacto que mutila el grosor de los muros y nos permite estar en el vacío por donde mirar lo que no logramos asir?

Las ventanas nos permiten ser el grosor de los muros, atestiguar nuestro caparazón de intimidad, pero también renunciar a ella.

Ventus, por donde pasa el viento, por donde pasa el sentir, por donde se cuelan nuestros pensamientos, la abertura por donde nuestra transparente reflexión cuaja por un momento, o donde nos hacemos todo sensación para abandonarnos y ser el aleteo de una mariposa o la vibración de una hoja que se zarandea.

Nos asomamos a las ventanas, tienen esa hipnosis que hace que nos convirtamos en una mariposa que pasa por un instante, las ventanas se convierten en ese tapete poroso y resbaloso por donde dejamos fluir nuestros pensamientos.

Se miran las ventanas como mirándose para dentro y para afuera.

Esa suspensión cuando las miramos, ese dejarse ir, esa rapidez del ojo, esa quietud del yo, ese cuerpo que se vuelve todo mirada, esas ganas de querer asir el mundo con los ojos, esa invisibilidad omnividente, esos ojos que se enmarcan en un cuadro, ese mirar a través de la ventanas tiene un poco de sentir, un poco de huir, un poco de pensar, un poco de arrojar, un poco de encontrar, un poco de hurgar y un poco de exhibir, quien mira una ventana también es mirado, quien mira a veces se vuelve el paisaje que lo atrapa.

¿Por qué las ventanas se nos hacen tan necesarias? ¿Por qué son oasis cotidianos? ¿Qué fascinación hacia sentir, pensar o estar en medio de los dos hace que sean nuestros amuletos en la quietud y en el movimiento?

Las ventanas tienen un algo que nos invita a sentir, que nos llevan a contemplar, que nos lleva a hilar pensamientos, a extendernos en la conciencia desatada.

Una niña que ha vuelto de la escuela mira la ventana viendo el primer atardecer memorable de su vida. Un adolescente que volvió de tomar con sus amigos mira la ventana recordando la noche de fiesta, los flashbacks rápidos que se le atraviesan, ve un motociclista que pita frenético. Un hombre mayor mira cada mañana las personas que van a trabajar, mientras se toma un café oscuro y recuerda sus días como trabajador de un banco. Una mujer que recién ha follado mira desnuda los transeúntes, algunos voyeristas que la ven, radiante de placer. Una muchacha mueve sus brazos, hace una pausa de sus deberes laborales, sus pensamientos sobre el futuro se estiran mientras ve un montón de hojas caídas en el suelo. Una mujer madura estira su cuerpo, mientras ve las nubes pasar. Un hombre atado a una cuerda limpia los vidrios de un hospital, mientras hace círculos inmensos se encuentra con la mirada lenta de una anciana. Un niño se asoma a una ventana circular, en una iglesia alguien ora. Una mujer pasa a través de un gran ventanal, adentro diez personas teclean sin cesar. Un hombre mira la ventana con cortinas descorridas, una joven en un escritorio escribe afanosamente en un cuaderno. Un adolescente mira la ventana amplia que deja ver a un grupo de estudiantes bailarines que practican danza urbana. Una anciana mira una pequeña ventana por la que alguien solo saca un brazo soltando el humo de un cigarrillo.

¿Qué es entonces la ventana?

¿Qué es entonces la ventana? ¿Se trata de un objeto o puede ser visto como una experiencia que engloba un rebasamiento del propio objeto? Podríamos aproximarnos al misterio de la ventana al pensar que las ventanas se expresan en un lenguaje lleno de una intención, uno que nos llevará a una experiencia interna.

Y es que la ventana es la forma geométrica materializada más interesante de toda construcción arquitectónica ¿Por qué? Nos basta pensar que carga dentro de sí la intención del alma de quien la concibió y ahora, la usa, de alguna forma quien la usa habita su propia idea.

Además, las ventanas son objetos que imprimen la intención del asomo, pues quien ve una ventana está casi que obligado a asomarse. ¿Qué nos da ella? Podríamos adelantar que es diversa su respuesta: un paisaje, un exterior, la génesis de un pensamiento en la memoria, la sombra, el fluir del viento, el transcurrir del tiempo.

La ventana alimenta los espacios de lo que habitamos, llevándonos a un viaje interior y exterior; estos objetos son tan metafóricos y a la vez tan físicos, nos lleva a preguntarnos ¿Cómo darle forma a lo que no tiene forma? ¿Cómo darle materia a lo que no tiene materia? Las ventanas emergen de una forma geométrica que aparece y que alberga una intención, una que fue imaginado por quien la plasmó, a través de su ser, como una expresión más de su existencia material. 

Según Platón la “arquitectura no es una apariencia de las cosas, sino es la cosa misma” para él la arquitectura era la única arte que no imitaba la realidad sino que la calcaba, siendo precisa y exacta, perteneciendo de este modo al arte de la vista, además, resaltará que los arquitectos buscarán expresión de su orden tanto estético como técnico a través de la construcción, logrando un equilibro entre el espacio que responde a una necesidad, es decir al lograr un espacio funcional, una superficie idónea para ello y una técnica para lograr tanto el mejor resultado estético como pragmático.

La ventana refugia en sí múltiples geometrías y materiales,  su tradición es la historia de la humanidad, que corresponde a la historia arquitectónica, la sensibilidad que dotan estos objetos, brinda de sensibilidad a un determinado ambiente, componiéndolo y descomponiéndolo con juegos de luz, sombras, cuerpos y masas, elementos que relacionan el exterior el interior, allí donde el individuo  se asoma.

Si nos detenemos a pensar de qué forma la ventana interactúa con nosotros, de qué manera nos lleva a asomarnos a través su forma, o lo que nos ofrece, notaremos que el suyo es un lenguaje propio, y es que las piedras hablan, sus palabras son el espacio que se manifiesta con la continuidad del espacio, el que se crea cuando eclosiona los límites entre el interior con el exterior, allí nace el objeto arquitectónico que profundizaremos en nuestro siguiente artículo.

Por lo pronto, que sigan viendo la vida a través de las mil y un ventanas, les dejamos una canción que hace homenaje a estos reflejos múltiples, así mismo les invitamos a abrir una ventana en cualquier lugar del mundo aquí.

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