Placer por favor, más placer y siempre el placer (por las personas que viven con vih) - MilMesetas

Una breve apología del placer como un derecho

Escogí la novela de la que hice mi tesis porque trata de un joven universitario que se enamora de uno de sus profesores. Salen y disfrutan de su compañía y de sus cuerpos. Pero el amor, por su extraña naturaleza que no tiene nada de natural, se disuelve en el acto de compartirse a los demás, a muchos más. Hay flores, sexo, algunas drogas, manifestaciones y fiestas. Fiestas como las de 120 latidos por minuto, en las que uno salta y mueve los brazos, y en las que uno suda, porque las vidas de los jóvenes hombres homosexuales brincan y palpitan como esos corazones con sida que gozan y gozan el placer que es su derecho, mi derecho, nuestro derecho.

Por eso, un chico muy joven que muere en un hospital descansa en los brazos de su mejor amigo, recargado en él mientras sostiene en una mano una fotografía de su hermoso exnovio, el cual es tan hermoso, por Dios, tan jodidamente hermoso que el chico que muere se masturba ferozmente con su otra mano sin quitar los ojos de la foto. Y por eso, mientras otro chico está en una cama de hospital, le pide a su amante que lo masturbe mientras lo abraza.

Mírame mientras me masturbo, mientras siento mi cuerpo que suda, mientras sudo y eyaculo. Y no dejes de mirarme por favor, y no dejes de besarme, y no dejes de apretarme con tus manos contra ti. No dejes que tus manos suelten mi carne que suda, que huele, como la carne de todos los que viven y vivirán con vih, con sida, esa carne con órganos que vive por placer. Amar y vivir, dos cosas que se unen sin poder desenredarse.

Tan así que un chico muy joven que apenas deja atrás su adolescencia siente el semen correr por entre sus piernas como algo que calienta; y siente ganas de gritar y brincar para bailar; y ganas de coger hasta sudar y sentir los pelos pegados a la frente. Pero pásame el rush, deja que inhale los poppers hasta no desear otra cosa que sentir que estás dentro de mí y no saldrás jamás. Y quiero más carne tuya dentro de mi carne. Porque así son los poppers: me enajenan en tu cuerpo hermoso que quiero rasgar con mis manos, rasgar hasta gritar.

Eso son las vidas de las personas con vih. Vidas que si estás en una cama para tener sexo con un lindo chico piensas en tu exnovio que dormía en esa misma cama todos los días. Y dices: “Es que es tan guapo, era tan hermoso que quiero salir corriendo atrás de él; tan bello que cierro los ojos y lo veo. Lo veo siempre”. Son vidas, las de las personas con vih, que gimen y gritan de placer. Placer por favor, más placer, siempre el placer.

Placer como en Pedro Lemebel, placer como en 120 latidos por minuto, como en Paisaje con tumbas pintadas en rosa, la novela de mi tesis. El placer de sostener una mano en mi mano y que esa persona me sonría. El placer de La ansiedad, de Daniel Link, donde me meto a un cuarto oscuro y todos tocan mi maravilloso y delicioso cuerpo que suda. Porque queremos tocar y ser tocados, sentir más hasta dejar de saber quién soy, hasta perderme. Queremos el placer de Reinaldo Arenas en Antes que anochezca y El color del verano, ese placer de perderse una y otra vez, incluso en el slam y sentir los efectos del cristal en mi cuerpo. Sentir hasta morirse.

¿No todxs queremos vivir? ¿No es verdad que en el perderse se halla la voluntad de seguir viviendo? Sentir hasta vivir. Sentir hasta perderse. Perderse hasta vivir.

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