13/06/20
Terminamos de ver una emisión del programa “Cine entre amigos” de Juan Carlos Téllez. Este trata de una iniciativa del propio Juan durante esta cuarentena de realizar una serie de charlas en la plataforma de YouTube en que platica con sus amigos más cercanos sobre las películas favoritas de estos desde un ámbito y ambiente ameno, totalmente abierto y carente de cualquier pretensión. Ahora fue el turno del diseñador industrial José Luis Guevara que decidió abordar la película Las flores del cerezo (Kirschblüten-Hanami) de Doris Dörie. Una película bastante entrañable que, desde hace unos años, también ocupa un lugar dentro de mi lista de películas recurrentes y que conocí gracias a Laura Muñoz. –En este punto creo que sobra decir que tanto Laura como Juan y José Luis son personas muy preciadas para mí, por eso sigo “Cine entre amigos”–. Cuando Juan me comentó de su propuesta, que recibí con alegría, vino inmediatamente a mi cabeza la frase de Montaigne “escribo para que las personas cercanas a mí me conozcan un poco mejor”. ¿Para quién si no hacemos lo que hacemos?

En Las flores del cerezo, Trudi, una mujer mayor, decide ocultarle a su esposo Rudi, la información que le ha dado el médico sobre la condición terminal de él. En cambio, planea un viaje a Berlín para visitar a dos de sus hijos y nietos. El viaje resulta ser bastante decepcionante debido a que los hijos y nietos están tan inmersos en sus asuntos que los abuelos resultan ser un estorbo salvo para su nuera que les lleva a conocer la ciudad y a un espectáculo de, la tan amada por Trudi, danza Butoh. Ante la situación con sus hijos, Trudi propone ir a la playa durante lo que les resta del plan de viaje. Ahí ella fallece. Tras una serie de tomas de conciencia de Rudi con respecto a su relación con Trudi, decide ir a visitar a su tercer hijo y así, cumplir un gran deseo de su esposa: conocer Japón. Rudi lleva a Trudi a conocer el país nipón a su manera: se pone su vestido, suéter y collar; se cubre con una gabardina y, cada vez que quiere mostrarle algo, la abre. Al llegar a los cerezos que se encuentran en pleno florecimiento, Rudi conoce a Yu. Una niña que practica la danza Butoh en la que habla por teléfono con su madre finada. Rudi le pide que le enseñe esa danza de las sombras y Yu accede. Pronto, Rudi vuelve a convertirse en un estorbo para su hijo a quien le pide unos días de gracia más en su departamento. Rudi pide a Yu que lo lleve a conocer el monte Fuji que era el mayor sueño de Trudi. Yu lo acompaña. En un hotel a las faldas del monte, Rudi cae enfermo y Yu tiene que hacerse cargo de él. Una mañana soleada en que el cielo se despeja y se puede apreciar la belleza del monte, Rudi se pone la bata de Trudi, se maquilla la cara de blanco y hace, a las orillas del lago, su última danza Butoh con Trudi.
Luego de enterrar las cenizas de Rudi junto a las de Trudi, los hijos platican en la casa de sus padres sobre lo absurdo del comportamiento de Rudi en sus últimos días: les avergüenza que su padre haya muerto en un lugar público vestido con la bata de Trudi y maquillado. No entendieron, pienso. ¿Para quién hacemos lo que hacemos?
Durante el lapso del confinamiento y la pandemia, he visto aumentada mi carga laboral como docente de distintas instituciones debido a la implementación de varios procedimientos burocráticos como la elaboración de informes o recurrentes juntas para demostrar que nos encontramos laborando. Esta situación, en varios momentos me ha generado frustración y algo de ansiedad pues, pese a que me sé en una posición privilegiada en estos momentos, me he visto embebido en el trabajo y no he podido estar con mis seres queridos. Considero que estos momentos son para disfrutar y compartir más con nuestras personas más apreciadas, aunque sea en videollamadas o videoconferencias pues, como recientemente dijo el filósofo francés Jean Luc Nancy: “si la muerte pudo haber parecido distante, ahora ha recuperado sus derechos durante algún tiempo” y nadie está seguro de quiénes sobrevivirán a esto. Dicen que soy pesimista pero me afilio más a la corriente de los optimistas bien informados fundados por Juan Carlos Bodoque de 31 minutos.
En la época posterior al terremoto del 19 de septiembre de 2017, al suspenderse las clases me encontré mirando videos de aquellos que han sido mis maestros a lo largo de mi carrera. Revisité entrevistas de David Olguín, Mauricio Kartun, Javier Daulte, Rafael Spregelburd, David Lynch y volví a leer los textos experimentales del excepcional Manuel Capetillo. En aquella ocasión manifesté necesitar su presencia como acompañamiento en esa crisis personal. En esta ocasión hubo la suerte, porque algo benéfico trajo también la cuarentena mundial, que la mayoría de mis maestros estuvieron dando varias charlas vía streaming para distintas instancias y, de inmediato, empecé a seguirlas. Sin embargo, ahora lo pienso así, la crisis por la que atravesé después del terremoto fue una crisis vocacional con respecto al teatro y a la docencia; por otra parte, la crisis actual tiene que ver con la vida y muerte, la existencia. Por ello he necesitado más el contacto con mis familiares, amigos y personas que estimo. Así “Cine entre amigos” me parece una propuesta totalmente noble y genuina para estos tiempos. A través de ella he podido acercarme a mis amigos y amigas desde otra perspectiva conociendo sus películas favoritas, sus experiencias personales, la sabiduría que han obtenido a través de los filmes y, hasta sus filosofías más íntimas de vida. Y de paso, se habla un poco sobre cine. Nadie de nosotros es especialista en la materia –quizá lo sea más Juan Carlos– y desde ese lugar hemos convivido. Así he tenido la sensación de que nos hemos acompañado, pues esto no sólo se queda en los vídeos; sino que en nuestros grupos de WhatsApp continuamos la plática en diversas vertientes, hasta que la película desaparece de esta.
Por otra parte, también he sentido un proceso de acompañamiento a través de mis clases con mis estudiantes. Esto comenzó de manera natural manteniendo contacto para las materias y trabajos a entregar, pero pronto lo quise asumir también como una responsabilidad ética como docente. Sé que para muchos de ellos, el ambiente de sus respectivas casas no es el más propicio para el estudio y algunos se encontraban lejos de sus familias, entre otras muchas dificultades y situaciones extremas. No suelo involucrarme demasiado con la vida personal de ellos, todo lo hago desde el ámbito académico. El caso que rescato ahora es el proceso que llevo con las alumnas de octavo semestre de la Licenciatura en Teatro del Centro Morelense de las Artes: Nina Álmer, Aldo Cortez, Rebeca Cadena, Maleny García y Yuliana Rivas. La materia que les imparto lleva por nombre “Montaje final II”; y, evidentemente, refiere a que es el montaje escénico con el que se gradúan de la carrera. Desde el semestre anterior llevamos un trabajo enfocado en la adquisición de técnicas actorales contemporáneas y el acercamiento al desarrollo de poéticas personales. Como ejercicio les pedí que redactaran e hicieran suceder en escena su manifiesto sobre el teatro. Ahí se comenzó a gestar el Proyecto Humanidad, que tiene como eje las preguntas sobre ¿qué es la Humanidad?, ¿qué nos hace humanos? y, de existir, ¿dónde habita en mí la Humanidad? Se decidió trazar tres conceptos a través de los cuales problematizar la idea base: lo virtual, la carne y la persona. Para aplicar las técnicas escénicas contemporáneas se guió todo para realizar tres piezas intermediales (cada una correspondiente a cada concepto problematizdor) y una cuarta pieza teatral que reuniría una selección de los producido en las anteriores. El proyecto incluye un blog donde se publican fragmentos del proceso y un perfil de Facebook, Instagram y YouTube, donde se socializa el proyecto y se busca generar retroalimentación constante.
Todo el inicio del semestre de 2020 nos habíamos concentrado en el material para la primer pieza que abordaría lo Virtual. A partir de los ejercicios y dispositivos escénicos que fueron construyendo las alumnas, fueron asomándose las figuras de Andy Warhol, el terrorista estadounidense Ted Kacynski “Unabomber” y, más tardíamente, la artista islandesa Björk, quienes serían nuestros contenedores discursivos para los contenidos personales de cada una. Ahora que los escribo parece que son un montón de ocurrencias, pero juro que no es así.
Estábamos próximos a presentar esta pieza cuando sobrevino la cuarentena. Lo primero fue una especie de repliegue individual. En tanto el CMA terminaba de decidir los procedimientos que seguiríamos durante la cuarentena, estuvimos reflexionando a diario los textos filosóficos que se iban publicando en las redes con respecto a la pandemia. Estos textos se los compartía en nuestro grupo de Facebook y ellos, al final de la semana, enviaban el material reflexivo que generaron: textos, audios, videos y video-performance. Sin embargo, a la sensación de incertidumbre se sumó también alguna decepción por no poder continuar y, en ellas, por no lograr concluir de la mejor manera sus estudios con un montaje final.
Cuando otras instituciones en que laboro empezaron a habilitar las plataformas para tener sesiones en línea, comencé a explorarlas y ver su potencial. La más estable me pareció Hangouts Meet de Google. Convoqué a Vicente Cisneros e Imelda Linares, los asistentes del Proyecto Humanidad, para tener varias reuniones donde ampliamos nuestras herramientas en estos medios. Tomamos algunos tutoriales y consideramos viable poder desarrollar la pieza totalmente virtual. Al platicar con las alumnas sobre las posibilidades de continuar de esta manera, hubo entusiasmo y algo de incertidumbre sobre la forma específica de operar. Esto se fue aclarando conforme a las sesiones y plataformas que nos funcionaban mejor. Al comentar a Armando Ramírez, director de la carrera, sobre esta propuesta, de inmediato dio luz verde.
Así ejecutamos la pieza intermedial que llevó por nombre V1RTU4L. A lo largo de tres semanas presentamos, vía Facebook Live, cuatro versiones distintas de la misma pieza. Resultó ser una especie de serial no anecdótico sino temático, que permitió la problematización de un discurso humanista-posthumanista y de los procedimientos escénicos que fueron sintetizándose y profundizándose versión a versión.
El proceso dejó de ser un ejercicio de un montaje teatral académico para centrarse más en nuestro acompañamiento como personas a través de esta situación de cuarentena y un contexto pandémico. Pasaron muchas dudas y dificultades desde problemas de conexión o servicio público de luz a preocupaciones por familiares enfermos o crisis afectivas de varias de las integrantes del equipo. Empezamos a concebir lo que realizábamos como la ejecución de actos poéticos para poder soportar el mundo: el nuestro particular y como equipo.

Sin embargo, esto no terminó ahí, pues cada semana, entre 50 y 100 personas solicitaban su invitación al grupo cerrado y oculto que creábamos en Facebook para transmitir ahí las versiones. Esta invitación se enviaba el mismo día de la presentación. En cada sesión, las personas que ingresaban al grupo comenzaban a interactuar antes, durante y después de la pieza a través de publicaciones o en el chat de la transmisión. Hubo espectadores que nos acompañaron durante todas las versiones, algunos que fueron intermitentes y otros que solo estuvieron en una. La intervención de todos ellos fue creciendo sesión a sesión abriendo la pieza, hasta que, para la V3RS1ÓN C decidimos crear un manifiesto en conjunto con los espectadores pensando todos los acuerdos que consideramos posibles en esta nueva realidad que nos espera. Creamos así, entre todos, nuestra comunidad V1RTU4L. Ahora ensayamos la idea de que cada uno, equipo y espectadores, nos convertimos en pequeñas antenas poéticas que nos dimos soporte mutuo durante este proceso.
A muchas de todas esas personas no las conozco más que por su nombre e imagen de red social. José Luis reflexionaba en “Charla entre amigos” sobre el sentido de verse acompañados, de pronto, por personas que nos son desconocidas como le sucede al personaje de Rudi en su relación con Yu. Ella entendió el sentido de lo que hacía Rudi y decidió ayudarlo. ¿Para quién hacía eso Rudi?
Al respecto, José Luis rescata una frase que dice Rudi a su hijo cuando están cenando en la barra de un restaurante en Japón: “No se puede hacer nada por los muertos”. Mi amigo asegura que el mismo viaje de Rudi es la prueba de que sí se puede hacer algo por ellos. Rudi llevó a Trudi a Japón y el monte Fuji. Rudi lo hizo por Trudi.
Desde la primera vez que vi la película me conmueven particularmente esas secuencias donde Rudi interactúa con o se coloca la ropa de Trudi. José Luis comentaba atinadamente que, cuando alguien cercano muere, uno busca en las prendas que le pertenecían el aroma de las personas.
Cuando me dieron el vestuario que ocupaba mi querido amigo Iván Arizmendi para el personaje de Doña Equiz en el Foro San Simón, esperé a que todos los demás miembros del equipo estuvieran en escena para ir a la pequeña habitación que está habilitada como camerino. Estábamos ensayando la saga Contraconfianza escrita por Iván para presentarla “en honor y agazajo” a su memoria debido a su reciente fallecimiento.
En ese espacio pequeño, formé con el vestuario una figura humana sobre una maleta: la peluca en la parte superior, el vestido extendido y las botas alineadas en el piso. Lo contemplé, respiré y me dispuse a ponérmelo. Evité todos los espejos. Varias veces había utilizado vestuario que había pertenecido a otros actores, pero, en esta ocasión, la sensación era de estar entrando en el vacío que generaba la ausencia de Iván. Una vez que me hube colocado también los anillos, pulseras y collares, tomé el bastón del personaje y, muy lentamente levanté mi rostro con los ojos cerrados hacia un espejo de cuerpo completo. Sabía que, en algún momento, me toparía con ese reflejo y preferí hacerlo yo solo. Abrí los ojos y observé. Lo escribo ahora y mi cuerpo aún evoca esa sensación de estar al interior de otra presencia, al interior de su fantasma. Lloré con él y cerré el puño de mi mano libre. Sentí una caricia en mi mano que se posaba sobre el bastón. Desde ese momento empecé a sentir que todo ese proceso de ensayos de Contraconfianza era una manera en que Iván aún nos tomaba de la mano a todos y nos acompañaba en el duelo por su partida. La noción de “compañía” teatral cobró otro sentido.
Sobre la participación del público en aquella presentación ya escribí en otro ensayo, pero aún sigo sin poder dejar de sentirme agradecido con ellos por su entusiasmo y entrega que nos sostuvo en escena. Esa común unidad que generamos con Iván.
Mientras pienso en las afirmaciones opuestas de Rudi y José Luis, me pregunto si es que se puede hacer algo por los muertos o, más bien, es que ellos siguen haciendo algo por nosotros. Nos dan soporte en esta existencia, nos acompañan.

Imagen de portada: Fotograma del filme Las flores del cerezo de Doris Dörie [2008]
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