Un día más - MilMesetas

Son las siete. Comienza a oscurecer. La calle ya empieza a estar sola a esta hora; no encuentro mi gas pimienta, no recuerdo si lo dejé en la mochila que usé ayer o lo dejé en otra bolsa. ¿Me pongo falda? No, si Marco no va, es mejor que lleve pantalón. Ni modo, será un día más sin usar la falda que me regalaron hace un año en mi cumpleaños. Mejor me llevo tenis, así puedo bailar más cómoda después de clase y correr… correr si de vuelta a casa hace falta.

Salgo de mi departamento, pongo las tres cerraduras. Una, dos, tres… Bajo los tres pisos. Saludo a la vecina. Parece que no ha dormido bien: apenas me mira y vuelve a su departamento sin devolverme la palabra. Hay algo extraño en su mirada, luce perdida. Mañana le llevaré una fruta o algo de comer. 

Voy rumbo a la universidad. El metro tarda. Me quedo en el vagón de mujeres, pero en el límite con el vagón mixto. Una señora viene con su niño de veinte años en el vagón. Algunas la miramos, pero nadie dice nada. Nadie hace nada. A veces, cuando voy sola, me da miedo decir algo, me da pena; cuando vengo con Dan, mi amiga de la escuela, sí hemos levantado la voz. Acompañadas es más fácil. 

Llego corriendo a la estación Copilco, voy tarde a clase. Marco me escribe; me pregunta si ya llegué, quiere que le aparte un lugar, también quiere ver mi ruta. Un día más mandando mi ubicación en tiempo real a mi mejor amigo para calmarlo, para sentirme segura…

Acabamos la clase y nos vamos en bola a un bar. Marco no puede ir porque irá a ver a su familia en Veracruz, pero me pide que le avise ya que esté en casa. El resto nos vamos. Festejamos el fin de semestre, bebemos, bailamos, reímos, celebramos estar juntos. 

De regreso a casa camino rápido. Me fijo en la banqueta de enfrente. Marco va siguiendo mi ruta. Veo a un chico acercarse, pero lleva prisa como yo. Afortunadamente no me mira. Pasa una chica, se va cerca de mí. Ambas vamos al metro. Nos vamos juntas sin decir palabra. Me relajo al ir con ella. Nos sonreímos a distancia. Sin siquiera mirarnos, nos despedimos y nos damos las gracias. 

Bajo en mi estación. Camino las tres cuadras que me faltan a mi casa. Pasa una camioneta y frena. Me paralizo. Pero veo que es una familia que baja al Oxxo de la esquina. Dejo de apretar las llaves. Dejo de lastimarme las manos por presionarlas. Respiro. Camino. Camino. Voy atenta a los sonidos: sólo mis pasos, el eco de una patrulla… Llego a casa. Abro rápido. Cierro la puerta. Llegué bien. Un peso en los hombros desaparece; subo con calma las escaleras. Entro a casa. Abro las chapas. Una, dos, tres…

En la mañana paso a ver a la vecina. Su puerta está abierta. Toco y nadie responde. Grito “¡buenos días, Doña Imelda!”. La busco en la sala. Paso a la cocina. Está hablando por teléfono en su cama. Me mira y se avienta a mí desolada. Escucho el teléfono. Es la policía. Una voz grave le dice que lo lamenta. Que esperan que vaya a reconocer el cuerpo. No entiendo nada. Se aferra a mí con fuerza. Caemos al piso de madera, la abrazo. No noté que había papeles en el piso. Es un cartel de una persona desaparecida. Es su hija. La he visto unas seis veces. Es ella. Lo siento en su llanto en mi hombro, en sus uñas rasgándome. En el grito que da cuando deja de sollozar.

Fuente de imagen de portada: Wikipedia.

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