Para Irene, mi madre
Apenas abrió los ojos notó el vacío en el estómago acompañado de un sonoro gruñido, era el hambre que mordía las paredes de sus entrañas. Sin duda, despertó con un antojo tremendo de la sopa especial que hace su mamá en los días nublados o fríos, de pollo con tallarines y verduras (calabaza, zanahoria, chayote), coronado con perejil y pico de gallo. Desde que dejó de comer carne el caldo fue completamente de vegetales, pero seguía siendo delicioso. Su mamá siempre lograba darle el mismo sabor. Curioso que aunque faltara o cambiara algún ingrediente el sazón no se modificara.
La barriga seguía implorando alimento haciendo esos ruidos tan vergonzosos, ahora sí no podía hacerse tonta y tratar de dormir, aunque hundiera la cabeza entre las almohadas, la protesta continuaría. Debía enviar alimento o habría una huelga general el resto del día: el ayuno prolongado siempre le disparaba una migraña monumental, por eso era urgente que desayunara de inmediato. Sin embargo, nada de lo que había en el refri le parecía apetitoso; tal vez podría hacerse un simple huevo estrellado con un poco de aguacate y tortillas. Tras decidirse, dejó la cama y se apresuró hacia a la cocina. Abrió el refrigerador, no había aguacate ni tortillas. Se había olvidado que ayer los había devorado en el desayuno. De nuevo le asaltó el recuerdo de la sopa de la casa materna, lo que daría por un plato esta mañana. Pero mamá estaría lejos, al menos por unos seis meses; además, urgía que comiera algo. Así que se decidió por un plato de avena con leche de coco y plátano. Una elección nutritiva, pero falta de amor.

Después de desayunar la raquítica avena se metió en la ducha, debía ir al supermercado para no sufrir en las siguientes comidas. Mientras se lavaba el pelo le llegó la idea de preparar la sopa de tallarines; no tenía idea de cómo lo lograría, pero esta noche cenaría rico. Sintió que su estómago bailaba de felicidad, tendría lo que deseaba más pronto de lo pronosticado. Cuando menos lo pensó ya estaba vestida y lista para arrancar la carrera rumbo a la caza de los ingedientes: los tallarines, las verduras, el perejil. Antes, le envió un mensaje a su mamá para verificar que había contemplado todo en la lista de víveres y de paso pedirle las instrucciones detalladas para la sopa. Claro, mamá la extrañaba mucho también y se alegraba de que cocinara algo, sabía que normalmente sobrevivía de las fondas. Le mandó un beso a su madre y emprendió la aventura. En el estómago se manifestaron las alas de miles de mariposas.
Volvió de la tienda llena de entusiasmo, ansiosa por encender las hornillas y sentir el calor abrasando la olla. Siguió cuidadosamete cada paso dictado por la receta materna. Mientras todo se fuisonaba en un delicioso caldo, sintió que los aromas despedidos por la olla le llenaban el alma. Vio, impaciente, hervir el precioso líquido con la pasta y los vegetales. Cuando al fin estuvo listo se sirvió un enorme plato de sopa, jamás pensó que fuese tan complicado trasladar los tallarines de un recipiente a otro sin que salpicara tanto. Ella era torpe, pero milagrosamente logró servir casi todo y llevarlo a la mesa. Se sentó ansiosa por probar la primera cucharada, ese bocado le inundó el estómago de felicidad. Los ojos se le iluminaron, mamá ya no estaba tan lejos.
*Saushi: de saudade (sentimiento próximo a la melancolía en portugués) y oishi (delicioso en japonés). Melancolía por la comida apetitosa; sentimiento provocado al estar lejos de la comida favorita más sabrosa.
Foto de portada: Kim Deachul en Unsplash
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