Evangelio del fracaso - MilMesetas

Jesús despertó en un motel de Nazaret con resaca y la túnica manchada de vómito. No había milagros en su mirada, sólo ojeras profundas, un odre de vino a medio terminar, y una barba que empezaba a oler agria.

Había intentado todo. Caminó sobre el agua una vez frente a unos pescadores, pero nadie lo miró… todos estaban ocupados revisando el precio del pez en el mercado. Multiplicó panes en una esquina del barrio pobre, pero los niños se llevaron los peces y le dejaron sólo las migas. Un leproso se curó al tocar su túnica y huyó, gritando que había encontrado un buen brujo, nada de Mesías.

El problema era que el mundo ya no necesitaba salvadores, sino coaches de vida.

Intentó conseguir apóstoles. Se sentó con un cartel que decía: “Te haré pescador de hombres” afuera de la Catedral, pero sólo se le acercó un tipo a venderle marihuana. Pedro nunca llegó, Tomás ni dudó porque ni apareció, y Judas… bueno, ni eso; a Judas no le interesaba traicionar a un don nadie.

María Magdalena trabajaba en un burdel del Centro, nadie le lanzaba piedras, sólo le aventaban propinas. Él fue a buscarla, con la esperanza de encontrar al menos una redención compartida, un poco de ternura en medio de su cruz vacía. Pero ella lo miró con lástima y dijo:

—No necesito otro mártir triste.

Así que Jesús convirtió el agua en vino. No para celebrar bodas ni mostrar señales. Lo hacía cada noche, encerrado en su habitación. Un litro, dos, cinco… Después dormía con el vaso aún en la mano, soñando con un reino de cielos que nunca construyó.

—”Bienaventurados los que fracasan —decía al espejo— porque de ellos será la nada.”

La cruz que cargaba no era de madera. Era el peso del intento. El eco del mensaje no escuchado.

Una noche, borracho en un callejón, trató de resucitar a una paloma muerta. No lo logró. Gritó al cielo: —¡¿Dónde carajos estás, Padre?!Pero no hubo zarza ni trueno, sólo silencio.

A la mañana siguiente, un niño lo despertó con una piedra. Jesús lo miró.

—¿Tú eres el Mesías? —preguntó el niño.Jesús pensó en mentir, pero negó con la cabeza.

—Sólo soy un hombre que no supo morir a tiempo.

Y siguió caminando. No al Gólgota, sino a ninguna parte.

Convirtiendo lo poco que quedaba de fe… en vino barato.

Porque a veces, ni Dios se salva del fracaso.

Por Javier Hernández.

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