Mis ventanas abiertas - MilMesetas

Por la senda del “ya voy”

“Yo abrí las ventanas de mi casa al viento”

Antonio Machado

Un amigo muy querido me platicó hace años las extrañas circunstancias de la muerte de su madre. Aficionada a bordar, la señora se sentaba todas las tardes en una mecedora junto a la ventana de su recámara, pasaba horas en la labor de costura, alternando las puntadas con los ocasionales saludos a los vecinos. Un día bastante lluvioso, hizo lo que acostumbraba todos los días a las 6 de la tarde, tomó tela e hilos y comenzó a bordar. La lluvia se convirtió en tormenta, pasados unos minutos, los rayos cimbraban paredes y puertas, uno de ellos, alcanzó a mirar la aguja que la señora sostenía entre las manos y se lanzó sobre ella con furia. Cuando mi amigo fue a buscar a su madre, ella yacía muerta con los resabios de la electricidad recorriendo todavía los poros de su cuerpo. 

La historia me despertó aquellos temores infantiles que asociaban los rayos con la fatalidad y que nacieron el día que, siendo muy pequeña, desperté después de una noche borrascosa en la casa de los abuelos y vi un árbol partido por la mitad. Mi abuela, sabia como todas las abuelas, me dijo que cuando la naturaleza enfurece, nada puede resistírsele. Así crecí, cerrando las ventanas y tapándome los oídos en las noches lluviosas para no ver ni escuchar los rugidos de una naturaleza cuyos enojos no alcanzaba a comprender.

Xavier Dosil, enero 2020

El relato de mi amigo y su madre, traía a mi memoria aquel soneto de Neruda cuyos versos exactos no recuerdo pero que hacen alusión al dolor de mirar una ventana vacía. Sin la persona amada asomando por entre sus rendijas, la ventana se torna una imagen dolorosa. Las ventanas no aparecen sólo en los poemas de Neruda, muchos han escrito sobre ellas, las hay luminosas, preñadas de luz solar, llenas de flores, metáforas de la casa materna, de los amores secretos, de las miradas esquivas. Las hay cerradas, testimonios de casas deshabitadas y tristes. En la pluma del poeta, las ventanas se vuelven ojos por donde destella el alma, reflejos de los más profundos sentimientos. Alguna vez un profesor de literatura se refirió a los libros como ventanas a otros mundos. La lectura es una ventana al conocimiento, te dicen en la escuela. Metáforas de la libertad o de la huida, del aislamiento y la soledad, imágenes de la indiscreción, de  la curiosidad, las ventanas se abren y se cierran en torno a nuestros anhelos y miedos. Ahora que pasamos gran parte del día encerrados en casa, las ventanas han resignificado nuestra relación con el mundo; cerrar las ventanas ya no implica solamente guarecerse de la noche, los ladrones o el mal tiempo, implica cortar la frágil conexión con el exterior.  Yo me resisto a tal aislamiento y ya no corro las cortinas al oscurecer. Sigo temiendo a los rayos y, cuando hay tormentas, los pensamientos se arremolinan en mi cabeza formando una vorágine incontrolable. Sí, mi espíritu sigue siendo un caos, pero es ahora un “caos de ventanas abiertas”. 

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