Las mujeres y la filosofía. Conversación con Fanny del Río - MilMesetas

Conversación con Fanny del Río a propósito de su libro Las filósofas tienen la palabra (Siglo XXI, México, 2020) y por el Día Mundial de la Filosofía 2021.

R.  ¿Las filósofas tienen la palabra es tu tercer libro?

F. Hace años escribí una historia del automóvil en México por encargo de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes. Fue muy interesante hacerlo pues, hasta donde sé, es la única (hasta ahora) historia de ese medio de transporte en México, lo que significó que tuve que pasar días enteros en la hemeroteca para revisar hoja por hoja los periódicos de 1800 a fin de reconstruir cuál fue el primer auto que circuló por las calles del país hasta llegar a lo que es actualmente el parque vehicular de México. Como he hecho periodismo desde muy temprano, en ese libro se juntó la cuestión narrativa, literaria, pero también de investigación documental. Unos años después me fui a vivir a Uruguay y, trabajando en la Embajada de México como agregada cultural, muy metida en la historia de México, comencé a cuestionar la versión ‘oficial’ de la Conquista: me parecía completamente inexplicable que Cortés, con un ejército pequeño de españoles, hubiera logrado vencer al gran imperio mexicano. Entonces me puse a leer y poco a poco me fui dando cuenta de que lo que había aprendido era una mentira. Al salir del servicio exterior, de pronto me vi con mucho tiempo libre, a lo que no estaba acostumbrada, y entonces una mañana me senté en frente a la computadora y empecé a escribir un texto, que se tranformó en el primer capítulo de ese libro sobre la Conquista, pero visto desde la perspectiva de la traductora de Cortés: Marina, Malinali, Malintzin. Puedes llamarle como quieras, excepto ‘Malinche’ porque ese era el sobrenombre de Cortés, no de ella.

La verdadera historia de Malinche fue un libro que me tomó por sorpresa, no planeé escribirlo, pero me senté esa mañana y salió ese primer capítulo casi sin que me diera cuenta. Al terminar me pregunté: “¿Qué es esto?”, y me di cuenta de que había una voz que me había hablado al oído. Me vi obligada a emprender una nueva investigación documental, porque la verdad es que no sabía nada de esa historia. Entonces me puse a leer muchísimo y también se convirtió en un ejercicio de periodismo en cierto sentido, porque lo que hice fue consultar códices, crónicas, las Cartas de Relación de Cortés, el texto de Bernal Díaz del Castillo, todo lo que pudiera ayudarme a reproducir la atmósfera, el vocabulario del siglo XVI. Evité en cambio libros posteriores y de comentadores contemporáneos, porque no quería que sus opiniones influyeran en esa voz interior que había empezado a surgir.

Así que lo que hice fue seguir los pasos de Cortés y Marina, desde la llegada del primero a Cozumel y luego el viaje a Tabasco, que es donde le entregan a Marina, y cómo siguen hacia Veracruz y de ahí finalmente llegan a la ciudad de México-Tenochtitlan. Seguí ese recorrido de una manera muy periodística, tratando de documentar lo que había ocurrido, pero impidiendo aparecer yo misma, es decir, mi conciencia de una mujer nacida en el siglo XX, para permitir que hablara en cambio esa muchachita del siglo XVI que primero fue entregada a traficantes de personas -que todavía hoy existen en nuestro país- y luego a los extranjeros de Castilla, con los que por obra del azar de pronto tuvo la posibilidad de cambiar su destino, a través de un soldado que la necesitaba como traductora. La relación entre Marina y Cortés es muy compleja y fascinante y fui escribiendo todo en forma de cartas que ella dirige al hijo que tuvieron juntos.

La voz de Marina fue dictándome al oído cada carta que escribí, pero a la narrativa la sostuve con trabajo de investigación, porque al ser un texto basado en un personaje histórico me parecía indispensable no cometer errores de anacronismo, para que la verosimilitud no se viera comprometida.

Escribir esa historia fue para mí una aventura porque, además de comprender más sobre la Conquista, pude ver ese episodio desde una perspectiva femenina, desde el punto de vista de una mujer que a la que pronto se condenó al silencio durante siglos y luego, injustamente, a la deshonra. Me pasaron cosas extraordinarias mientras estaba escribiendo ese libro, casi mágicas.

R. ¿Se puede ver entonces eso como un antecedente de Las filosofas tienen la palabra, en el sentido de que también fue una tarea de recoger voces de las mujeres que parecen estar al margen, invisibilizadas?

F. Claramente el silenciamiento de las mujeres en México ha sido mi obsesión. Me pasé años trabajando en proyectos de otras personas en distintas instituciones y cuando regresé a México pensé que era una oportunidad de comenzar a trabajar en mis propios proyectos. Un día fui en la presentación de un libro de la Dra. Paulette Dieterlen, que estaba con la Dra. Olbeth Hansberg y la Dra. Juliana González, y mientras las escuchaba hablar pensé: “¡Qué mujeres más extraordinarias!”. A pesar de que son muy diferentes entre sí filosóficamente hablando y en cuanto a personalidad, fue increíble verlas juntas en ese diálogo. Mientras las oía hablar, comencé a hacerme preguntas: ¿Por qué estudiaron filosofía? ¿Qué desafíos encontraron? ¿Por qué eligieron unos temas y no otros? En fin, comencé a darme cuenta de que eran preguntas sin respuesta porque no había un libro que las hubiera recogido, no conocía ninguna publicación sobre filósofas mexicanas, ningún estudio sistemático de su obra. Y me dije a mí misma: “¿Y si lo hago yo?”. Ahí resolví hacer el libro que aun no existía pero que me hubiera gustado leer en ese momento.

R. ¿Por qué poner el tema de género como llave para estas entrevistas?

F. Al principio no pensé en términos de género, sino solamente en entrevistar a esas filósofas que tenía enfrente, y en otras tan interesantes como ellas. Me puse a revisar las historias de la filosofía en México y lo que encontré fueron muchas ausencias. Por lo menos ahora ya hay un primer libro de entrevistas a diez filósofas y qué bueno, me siento orgullosa de haber abierto esa brecha, pero hay mucho camino por andar, así que el siguiente proyecto fue precisamente revisar el canon de las historias de la filosofía en México desde una perspectiva de género, y ese es un segundo libro sobre el tema, que está en la imprenta y próximo a salir.

R.¿Esa fue tu experiencia cuando estudiaste filosofía, que la filosofía es un lugar para hombres? Porque es lo que parecería estar diciendo las historias de la filosofía.

F. Cuando yo era estudiante, creo que te hubiera contestado como muchas de las mujeres a las que entrevisté: México es muy machista pero la UNAM es de los lugares menos machistas que hay. Esa era la percepción, pero la realidad es bien otra. ¿Cuántas rectoras de la UNAM conoces? Ninguna. Eso ya te da una pauta. ¿Cuántas directoras del Instituto de Investigaciones Filosóficas ha habido? Dos: todos los demás han sido hombres. ¿Cuántas coordinadoras de humanidades ha habido? ¿Tres? Entonces te empiezas a dar cuenta de que, en las cifras, la balanza se inclina apabullantemente a favor del hombre en filosofía. En la entrevista que hice a Maite Ezcurdia, ella contaba que cuando regresó de Londres, al terminar su doctorado, el Instituto de Investigaciones Filosóficas estaba lleno de mujeres: en ese momento, los sueldos eran miserables, pero ni bien comenzaron a mejorar, inmediatamente se volvió a llenar de hombres el Instituto.

R. ¿No estaríamos cometiendo un anacronismo dado que desde nuestra perspectiva sería algo inaceptable para nosotros que se privilegie a un género sobre otro, pero tal vez en aquel momento las propias mujeres veían su papel dentro de la academia de manera distinta de como se ve actualmente?

F. Es una buena observación y desde luego hay que tomar en cuenta el contexto histórico siempre. Pero te doy un ejemplo: en el reciente Coloquio sobre Uranga y el Grupo Hiperión, intervine con una ponencia sobre Rosario Castellanos y precisamente me enfoqué en hacer una especie de reconstrucción histórica recogiendo algunos de los testimonios de quienes vivieron en ese periodo. Por ejemplo, Eusebio Castro, que hizo una memoria de la FFyL entre las décadas de 1940-1960, que es exactamente cuando Rosario Castellanos y los Hiperiones estaban en la Facultad. Castro cuenta que, pese a que las mujeres eran el 90 por ciento del estudiantado, su ‘gran mérito’ consistía en coronarse como “reinas de la belleza y de la simpatía”, y señala que venían incluso de otras facultades a admirarlas. Es tremendo ver el trato tan distinto que alguien como Castro da a las mujeres y hombres, privilegiando algo como su aspecto físico por sobre cualidades intelectuales y académicas. Y cuando habla de tres casos de “inteligencia femenina” -Paula Gómez Alonzo, Vera Yamuni y Rosa Krauze-, esa inteligencia consiste en que se han dedicado a estudiar la obra de los ‘Filósofos’, así, en masculino, con mayúsculas. El propio José Gaos, profesor con muchas alumnas como Carmen Rovira, Victoria Junco, Olga Victoria Quiroz, desde luego Vera Yamuni, mujeres extraordinarias que estaban publicando libros y estudios increíbles, se refiere a sus discípulas como “señoritas”, mientras que a los hombres les da trato de “Maestros”.

Al mismo tiempo están las Memorias de una estudiante de filosofía, de Zoraida Pineda Campuzano, que estudió unos años antes, y de quien de hecho Rosario Castellanos señala que fue la “primera y única mujer que asistía a los cursos de Filosofía en Mascarones”, y que logró terminar la carrera con grandes dificultades, principalmente de índole económica; ella habla de cómo la trataban los maestros y los compañeros y nada ha cambiado cuando Rosario Castellanos entra la la universidad y después también dice: “una tenía que hacerse la tonta para tener una relación amistosa con los compañeros. No toleraban la más mínima competencia [y tenían] una concepción muy medieval respecto de lo que debería ser una mujer”. Estamos hablando de los años 20, los años  40, pero Maite Ezcurdia menciona que en el Instituto en los años 90 había más mujeres porque los salarios eran bajos; cuando empezaron a subir, comenzaron a volver los hombres.Y desde 2004 en el Instituto solo hay directores hombres.

R. ¿Cuál ha sido la recepción que ha tenido este libro en los diferentes foros donde has podido presentarlo y dialogar con las personas?

F. Yo soy miembra fundadora de la Red Mexicana de Mujeres Filósofas. Uno de nuestros propósitos fue crear un Seminario Permanente de Mujeres Filósofas en el que una vez por semana tenemos una sesión, y ahí he tenido la alegría de saber que hay compañeras que estaban pensando en abandonar la filosofía pero que este libro las hizo quedarse. Para mí, ese es el mayor éxito, no puede haber nada mejor. Una de las motivaciones para hacer el libro fue pensar en los ejemplos, los modelos de mujer que tienen las niñas en este país. ¿Quiénes son? Las filósofas que yo entrevisto son eso, esas figuras ejemplares a seguir.

Mi próximo libro, Hacia una crítica ética de la historia de la filosofía en México desde una perspectiva de género, es un examen de 17 historias de la filosofía que muestra que no están representadas las mujeres.

R.¿Hay una manera femenina de hacer filosofía?

F. Es una pregunta que les hice a las entrevistadas y tuve respuestas distintas. Hay quien dice que no hay una forma distinta, otras que dicen que sí. Me gusta mucho la respuesta que da Virginia Aspe, quien dice que ella sí ve en las mujeres una preocupación mayor por traer la filosofía a la cotidianidad, por hacer filosofía aplicada o filosofía pública -me gusta más ese término-. Ahora, ¿eso cambia en algo la cuestión de hacer filosofía? En lo más mínimo.

Yo no veo que haya alguna diferencia en el rigor filosófico si eres trans, gay, mujer u hombre. Cambian los temas, y tampoco es obligado. Quizá una persona transexual o gay se ocupa más de temas que involucran ser una minoría, como la exclusión, la discriminación. ¿Pero es una manera distinta de hacer filosofía? Yo creo que no.       

R. En una conversación que tuve con Luis Villoro, le pregunté, “¿Qué le falta? Ya tuvo todo; cargos, premios…” y me dijo “No conocí el amor”. Eso fue antes de su última mujer, aclaro. Pero me parece una respuesta que no esperaríamos de un filósofo hombre y, a lo mejor, alguien diría que es una respuesta más femenina que masculina.No lo digo pensando que las mujeres tengan que ser sentimentales, sino que hay un ‘mandato de masculinidad’, al que tal vez los filósofos hombres tengan que responder. Quizá por eso hay temas con los que no se sienten cómodos, que no esperarías que un filósofo hombre tocara.

F. Jorge Luis Borges dijo algo análogo: “He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz”. Puede ser que algunos hombres estén condicionados a evitar algunos temas, pero eso no los justifica. Voy a decir esto con pinzas, pero la situación es similar a cuando se habla de la discriminación inversa o ‘positiva’; cuando te quejas, desde tu posición de privilegio, porque te lo hacen ver. Lo siento, pero no es lo mismo. Te diría que quizás mi respuesta vendría en ese sentido. Los hombres han tenido en la vida académica, cultural, política y económica una posición de privilegio que no han querido abandonar. Incluso Luis Villoro, que con todo su humanismo zapatista no denunció la discriminación de las mujeres ni de las minorías sexuales. No se trata de una cuestión de sensibilidad, sino de una situación de privilegio. Los hombres han tenido el “sartén por el mango” de la filosofía, y ese fenómeno está muy estudiado en otros países, pero en México nos falta avanzar mucho en ese sentido, es indispensable darles a las y los estudiantes herramientas para detectar y combatir los sesgos e injusticias. Louise Antony, por ejemplo, habla del modelo de la ‘tormenta perfecta’, según el cual si bien en la academia en general hay sesgo de género, en la filosofía en particular convergen de manera extraordinaria las fuerzas discriminatorias, con una intensidad que no se ve en otras disciplinas.

R. Vamos a esperar que estos libros contribuyan a que esa tormenta se disipe.

F. Ahora estoy trabajando en un tercer libro, que consiste en una investigación sobre los argumentos que se han dado históricamente para excluir a la mujer como sujeto productor de conocimiento filosófico, científico, etc. y hasta el momento he detectado cuatro líneas argumentales, pero esa puede ser una conversación para después.

Foto de portada: Carlos Vargas del Río

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