Por Alejandro García Abreu
Héctor Iván González (Ciudad de México, 1980) presentó Los grandes hits de Shanna McCullough (Editorial Dieci7iete, 2020), su primera publicación de narrativa. Sobre ella, Guillermo Fadanelli escribió: “En sus relatos el río de las historias corre, ágil y sencillo, sobre cauces naturales, no impostados y mucho menos artificiales. Es un observador nato y su lenguaje extiende la simpatía familiar”. González fue becario del FONCA, compiló La escritura poliédrica. Ensayos sobre Daniel Sada (Tierra Adentro, 2012) y, junto con Adriana Jiménez, El Temple deslumbrante. Antología de textos no narrativos de Daniel Sada (Posdata Editores, 2014). Publicó los libros de ensayos Menos constante que el viento (Abismos Editorial, 2015) y La literatura comprometida y Jean- Paul Sartre. Una reflexión sobre el fenómeno literario y lo político (UANL, 2018). En Los grandes hits de Shanna McCullough —acuciosa colección de cuentos— el lector encontrará visos de Ricardo Piglia —escritor de grandes propuestas intelectuales— y de otros clásicos de la literatura.
“Golpe de temperatura” implica un sentimiento de extranjería suscitada por la condición del étrange étranger —extraño extranjero—, como denominó Robert Bréchon a Fernando Pessoa —escritor citado en el epígrafe de “Caravan”— en su biografía. ¿Qué significado le das a la extranjería —condición de ajeno a la naturaleza de una cosa de la que se forma parte— en la literatura, a ser un extraño extranjero?
Creo que lo has leído bastante bien. Si uno tiene una mirada apresurada sobre ese cuento, pensaría que se trata de las clases sociales: la manera en que Óscar intenta alcanzar un escalón superior; perpetuarse en los lugares a los que lo invita Mercedes. Pero no, Óscar es un extraño en la clase de Mercedes, ¡pero también en su propia clase! Se siente alejado de su hermano mayor y de los amigos de éste. La forma en que percibe los cuidados excesivos al servir el café se parece a la forma despreocupada en la reunión a la que lo lleva su hermano.
Porque en ambos casos, los excesos son nauseabundos. Así como hay una clase que tiene demasiado tiempo libre, que se inventa espiritualidad en los tutoriales de YouTube y busca curarse abrazando árboles, también están los obreros que están tan fatigados por sus horarios que ya no quieren juntarse sino es para bufar juntos. Él no forma parte de ninguno de los dos mundos. Óscar es un ser que vive una soledad tremenda. Siento que no llegó a amar a Mercedes, porque esa chica con su superficialidad y control era repugnante, pero Óscar no lo sabía hasta el fin, pero sí sentía algo por ella. Por otro lado, no quería hacer de Óscar un artista ni un intelectual, es un técnico de sistemas, pero sabe que si se reúne con alguien es para hablar y escuchar. Siente rechazo por la chica que habla sin escuchar a los demás, Tania, pero también por los que no tienen nada que decir y sólo se juntan para idiotizarse. Creo que refleja una sensación mía en lo personal, pero que —¡por suerte!— se disuelve con algunas personas que me han brindado su amistad y comparten conmigo esa sensación que tan bien has llamado de étrange étranger, pero juntos la ponemos en pausa.
En “Los grandes hits de Shanna McCullough” —relato que da título al libro— un personaje se creyó acabado, se sintió “en el fondo de algo” e incluso pensó en suicidarse. En “Caravan” se lee: “Tiendo a la depresión, desde hace algunos años, quizá desde que cumplí cuarenta y cinco, y el suicidio ocupa mi mente a menudo, ¿por qué no decirlo?”. En “La última noche” un personaje decidió acabar con su vida. ¿Qué opinas de la muerte voluntaria?
Bueno, el suicidio no es voluntario, creo que muchas cosas te orillan a planteártelo, sobre todo la acumulación de frustraciones, de desesperanza. Hay otro personaje en el cuentario que se suicida, pero has tenido la elegancia de no mencionarlo. La emoción que lo lleva a uno a un plano tan drástico para plantearse el suicidio creo que es algo real y es muy poderoso. La sensación extrema de soledad o de impotencia es una de ellas. Saber que por mucho que hagas, las cosas no cambian, o que algo en lo que pusiste todas tus fuerzas no se materializa es desolador. A veces la vida nos aplasta y hace de lo que era prioridad algo secundario. Pienso en unos versos de Rilke que dicen: “Pero cuando te fuiste, irrumpió en esta escena / una franja de realidad, a través de aquella grieta / por donde te marchaste: verde de verdad verde, luz de sol de verdadera, un bosque de verdad”. Creo que en situaciones límite nos damos cuenta de que algunas cosas a las que les dedicamos demasiada atención realmente no tienen tanta trascendencia. Sin embargo, en esas trivialidades descansa una realidad, una noción de que eso sea fundamental.
A veces parece que soy frívolo en las redes sociales por festejar las tertulias y las francachelas, pero es que sé precisamente que eso puede desaparecer de repente. Por eso festejo los encuentros, poder disfrutar de un ágape, eso hay que celebrarlo, porque puede desaparecer, esfumarse por donde llegó. Como no me quiero poner sombrío, te diré que respeto la idea del suicidio, y no la veo como una forma de huir, sino como algo que se hace impulsado por situaciones donde la realidad nos rebasa. Muchos de los autores que mayor respeto me inspiran optaron por él: Benjamin, Benesdra, Lucrecio, Celan o Barón Biza.
“Ella me mentía con una expresión que haría creer que el fin del mundo no era el fin del mundo, y que no existía fin a nada bello”, escribiste en “Columpios”. ¿De qué manera contrastas las percepciones de la literatura como mentira y como un vehículo de la verdad?
Ese cuento está basado en un sueño, pero denota algo real. Hace muchos años conocí a una chica cubana que me causó una gran impresión. Ni siquiera diría que fuimos novios, sólo nos tratamos tres o cuatro semanas y luego volvió a la isla por su propio deseo de “colaborar con la revolución”, pero hubo un entendimiento total entrambos. Aún está presente ella en muchos recuerdos; sobre todo en el aspecto de que con ella había una aprobación absoluta hacia mí. De tal manera que el personaje del cuento pierde todo el dinero que llevaban, es golpeado brutalmente y le rompen los dientes. Ahí uno pensaría que ella lo va a abandonar; ¡muchas lo harían! Pero no. Ella también estaba viviendo su propia lectura de las horas de ausencia de él, ella se pensaba defraudada y abandonada. Cuando él regresa, vapuleado, ella le demuestra lo que yo entiendo como amor. Afortunadamente, en mi experiencia, después sentí algo parecido con otra pareja. Preparé el examen de admisión para la UNAM a toda mi capacidad; creé un sistema para responder en orden el examen según mi nivel de atención y energía: empezar por las materias más difíciles e ir pasando a lo más sencillo para mí. Responder de ciencias y matemáticas a historia y humanidades durante esas tres horas. Al acabar estaba fundido de cansancio. Ella me recibió en su casa con una comida exquisita, cuidadosamente cocinada para mí. Esa vez dormí catorce horas de golpe. Obtuve el segundo lugar en aciertos. Obviamente fue gracias a ella, y lo sabe. Para mí, “Columpios” guarda ese secreto, esa generosidad que algunos seres humanos, especialmente las mujeres, pueden tener. Ya no sé si la literatura sea para expresar esas cuestiones, a veces el cine también lo logra, pero yo quería agradecer el amor total que me dieron esas dos personas.
“Mientras escuchaba todo aquello, yo sentía mucha incredulidad, pero no quería acabar con la esperanza de un hombre desesperado”, dice el narrador sobre su padre en “Buscadores de tesoros, Inc.”. ¿Dónde reside la esperanza, en términos literarios?
Bueno, en términos literarios no lo sé con certeza. De hecho, creo que si hay algo impredecible es la literatura. A mí me gustan mucho los autores que siempre van bajo fondo, que te hacen sentir que no hay salida, ni opciones. Onetti, Sartre, Benesdra, Barón Biza, Faulkner, Saul Bellow, Hermann Broch o Thomas Bernhard me enganchan muy fuerte. Quizá porque yo tampoco soy alguien de un gran optimismo, hoy por hoy, en términos de política estoy más decepcionado que nunca. Pero, volviendo a la literatura, la esperanza que tiene Noé, el personaje de ese cuento, se contrapone a lo que realmente estaba pasando. Yo buscaba mostrar cómo había más realismo en la perspectiva del hijo, porque no quería caer en el autoengaño. Después quizá lo hace, y ahí muere como joven, se vuelve adulto y un adulto a la manera del padre. No obstante, ese cuento lo estuve trabajando por varios años y creo que al recordar Mientras agonizo, de Faulkner, algunos aspectos se me resolvieron. Un tema que me interesa mucho es el asunto de las versiones parciales que pueden tener los miembros de una familia, también las parejas, pero en este caso, todo tiene que ver con lo familiar. Así que donde un personaje veía una solución, alguien, desde otro costado, veía un agravamiento del problema. Para mí los padres en la literatura son de gran interés, quizá por mi propia relación con el mío, que era mi ídolo cuando yo era niño. Y mi tarea siempre fue atraer su atención y su reconocimiento. Eso era fundamental hasta que morí como niño y me volví adulto, pero, a diferencia del narrador del cuento, no me hice adulto a la manera de mi padre, sino a la mía propia.
“Esa tristeza provocada por el deseo de que las cosas fueran diferentes”, descrita en “Buscadores de tesoros, Inc.”, persiste en el libro. ¿De qué manera vislumbras la tristeza que atañe a Los grandes hits de Shanna McCullough?
Creo que son soportablemente tristes esos personajes. En algún momento, platicando con el artista plástico Fabián Parra, que además es mi primo, me dijo que Piazzolla era muy nostálgico. Cuando me lo dijo me reveló algo que yo sabía sin notarlo. Admiro profundamente la música de Piazzolla, neotango, como él le llamaba. No hay semana que no lo escuche. Sin embargo, yo no tenía racionalizado que sus temas son tristes o nostálgicos, para mí son sublimes.
Puede ser que esa nostalgia o tristeza esté en los personajes. Y qué bueno, porque en ese tono vivo yo. Trato de observar las cosas como son y muchas cosas son bastante tristes, sobre todo aquellas que quieren esconder o huir de la tristeza. Quizá por eso mi tono de humor sea más el humor negro. En confianza, con mis amigos muy cercanos, saben de qué forma bromeo, espero no ser pesado, lo que sí me han dicho es que soy intenso [ríe]. Sobre el cuento que mencionas, sólo te diré que traté de retratar un momento asaz difícil de mi vida y de la vida de mi familia, y espero haber hecho algo salvable literariamente hablando.
En “Lucía” te refieres a México, “que parece ha desaparecido entre la violencia de la droga y la desmemoria”. Y “La noche es igual en todas partes” contiene una imagen escalofriante: “Imagínate, estar en una casa de seguridad, con los ojos vendados y con algunos dedos de la mano amputados”. ¿Cómo asocias la literatura con la desmemoria y la violencia?
Qué bueno que los relacionas. De hecho, tiene que ver con la pregunta anterior. Sí creo que la gente olvida con mucha facilidad. Yo pensaba que después de la tremenda crisis del 95, mi familia, el país, iba a aprender la lección. Que íbamos a madurar después de ese golpe tan contundente. Después, al ver cómo se desenvolvían las cosas, para mi lamentación, veía que no. Que se repetía una y otra vez la misma conducta. No era importante ser cauto en las decisiones ni en la toma de decisiones económicas ni políticas. Creo que el ser humano tiene la capacidad para escarmentar —amo ese verbo, que además no conozco que otros idiomas lo tengan—. O sea, si no tienes manera de aprender de tus errores, pero también de tus experiencias, cómo te puedes llamar ser pensante. Bueno, tampoco quiero ponerme a hacer leyes universales. A lo que voy es que tenemos que saber aprender y no lo hacemos por autoengaño, por orgullo, no lo sé. Creo que es muy sano hacer examen personal, inventario, como le llamó Paz a uno de sus libros. Así que con desmemoria y violencia nuestro país está una y otra vez dando vueltas a las mismas situaciones.
En múltiples relatos de Los grandes hits de Shanna McCullough se manifiesta la imposibilidad de la comunicación. ¿Qué implica la comunicación —y su imposibilidad— entre tus personajes en función de tu comunicación con el mundo?
Pues creo que tiene que ver con la manera en que detenemos la soledad de la que hablábamos en la primera pregunta. La comunicación parte de una voluntadde entender al otro. Tratar de entender cuál es el punto de vista de quien nos acompaña, siempre y cuando sea un ser honesto. Hay casos, últimamente lo he visto con sorpresa, en que ya la congruencia deja de ser importante. Gente que tergiversa y hasta miente deliberadamente, con esa gente ya no hay diálogo posible. Pero creo que también es muy duro cuando la comunicación no se da a pesar de que las dos partes hagan un esfuerzo. Hace poco vi New York, New York, de Martin Scorsese, y me di cuenta de esa incomunicación. Y también me di cuenta de la trascendencia actoral de Robert De Niro, quien, junto con El rey de la comedia, ha alcanzado puntos inimaginables de trabajo actoral. Bueno, la tesis de Scorsese en New York, New York es que hay parejas que no pueden estar juntas a pesar de que se amen profundamente. Esa forma de incomunicación es la que más me interesa. Los escritores nos la pasamos hablando, somos seres a los que nos han preparado para estar articulados verbalmente de la mejor manera y, a veces, esa capacidad es obstaculizada por un desentendimiento —el misunderstanding inglés— que se impone como una camisa de fuerza. Es fascinante ver cómo los seres humanos no pueden llegar a la comprensión por sencillo que podría parecer. Ahí pienso en Baudelaire que decía que “el amor es un malentendido”, porque cuando la pareja se da a entender, se comprende, en lo que realmente quiere cada uno de ellos, se separan. Me parece una joya más de Baudelaire, que creo que Bellow alude en el epígrafe de mi libro de cuentos.
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