Para Antonio
Mis plantas han crecido mucho en estos meses. A diferencia de otros años en que mi relación con ellas se resumía a regarlas una vez a la semana y reacomodarlas y revisarlas cuando tenía un poco más de tiempo, este año, debido a la pandemia, las he mirado todos los días y han sido mis fieles compañeras durante interminables sesiones de Zoom y de Home office. Los retoños, las flores y los esquejes que yo mismo he preparado me dan tranquilidad y me hacen olvidar por algunos momentos las inquietudes a las que la humanidad se enfrenta con la pandemia del COVID-19, que está lejos de llegar a su fin.
Quiero a mis plantas y sé que este es un sentimiento que muchas personas empezaron a sentir durante el distanciamiento actual mientras vemos el mundo por la ventana, tan cerca y tan lejos. Mientras intentamos no extrañarlo porque queremos creer que todo volverá a ser como antes. En esta incertidumbre las plantas están ahí junto a nosotros, se extienden por la tierra y las macetas, alcanzan los libros y rodean los electrodomésticos. Su presencia silenciosa nos dice que la vida sigue.

Y aunque suene a un delirio provocado por el encierro, no temo decir que he aprendido muchas cosas de ellas: lo inesperado e inevitable de las transformaciones, lo inútil de querer forzar el ritmo de la naturaleza, la contemplación de los pequeños detalles. Fueron ellas las que me consolaron cuando en el 2017, después del terrible terremoto de la Ciudad de México, concluí una larga relación en la que había puesto grandes expectativas. Recuerdo haber hablado por teléfono con Laura, le pregunté: – ¿Qué hago?, ¿cómo se sigue adelante? —Ponte a ver las plantas— me dijo. Tras una pequeña sonrisa que se dibujó en mi rostro, entendí que me lo decía en serio.
Es en las plantas, dice Byung-Chul Han en un libro que le escribe a su jardín personal, donde vemos el milagro de la resurrección. No existe otro ser que exprese con tanta fuerza la capacidad de renacer. Incluso tras el invierno, cuando podríamos sospechar que todo ha muerto bajo el frío inclemente, los primeros retoños primaverales nos indican que hay esperanza.

Estamos en un momento en que tiene sentido tener esperanza. Sin creer en los milagros ni caer en el falso optimismo es claro que la pandemia no puede durar por siempre, que la tristeza y la inquietud, muy a pesar de nuestro ánimo sombrío, terminan por ceder terreno y se transforman si mantenemos la calma. La enseñanza de las plantas es esa: vienen nuevos comienzos. Tal vez por eso hace un par de meses decidí darle nuevas oportunidades a algunos proyectos que abandoné en el pasado. MilMesetas es una de las rutas que más satisfacciones trajo a mi vida durante su primera época. De ahí que sea uno de los primeros proyectos que me interesó volver a germinar, esta vez bajo un nuevo esquema, pero igualmente en compañía de grandes amistades. Es también un recordatorio de la resurrección.
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