A Cleo, a Zeus y a Vagabundo
En los últimos meses me he convertido en un paseador de perros, o más bien, de una perra llamada Cleo que tiene tres años y que pasa casi todo el día acostada a mis pies mientras doy clase por Zoom. No sé mucho de su historia: dónde nació, cuántos eran en su camada, cómo eran sus padres. Sé que antes de llegar aquí vivió en Cuernavaca en una casa con un jardín grande, después en Acapulco, seguramente en condiciones difíciles para sus dueños que terminaron por ponerla en adopción. Sé que vivía con unos niños que deben extrañarla y se han de preguntar qué estará haciendo.
Ahora Cleo vive conmigo en un departamento lleno de libros y de plantas (en plena mudanza). Sale a pasear dos veces al día – por la mañana y por la noche- y el resto del día descansa para tomar el sol que entra por la ventana mientras escucha alguna clase de historia de la filosofía o las noticias. Por lo general se entretiene lamiendo sus juguetes o siguiéndome de un lado al otro del departamento. Cuando se pone inquieta, la llevo a correr a Ciudad Universitaria o en el jardín familiar en Milpa Alta. Es amable con las personas y con otros perros, huye de los conflictos.
A veces pienso que Cleo y yo estábamos destinados a conocernos, ¿será que aquel hilo rojo que la leyenda coloca entre las personas también nos une con nuestras mascotas? Recuerdo haber estado acostado en el sillón sin ganas de nada y pensando hacia dónde me llevaría esta vida pandémica cuando me llegó el mensaje para confirmar su adopción. Pensé en contestar que no hasta que en algo en mí me dijo que Cleo iba a estar bien conmigo y que también me haría bien. Acepté. Al día siguiente me la entregaron con un costal de croquetas, su plato y su correa. Ni siquiera volteó a ver a sus antiguos dueños cuando caminó hacia mí y la llevé a pasear por primera vez.
Nos hemos entendido bien. Intento descifrar a Cleo a partir de sus gestos, me pregunto si detrás de sus ojos tiernos y de su pelo oscuro hay una conciencia parecida a la nuestra que llega a conclusiones acerca del mundo o si solamente registra el mundo a nivel sensorial, contemplando lo que pasa al momento. Me pregunto también cómo opera esa poderosa nariz que elige el lugar para orinar o para echarse, por qué se asusta o alegra al encontrar ciertos olores en las banquetas y en las plantas.
Me gusta observarla mientras duerme plácidamente o cuando creo que está sonriendo mientras vamos en el auto y ve por la ventanilla con emoción. Quisiera preguntarle qué es lo que le interesa: las formas, los colores, el movimiento, o tal vez, la sensación de libertad que encuentra al estar en movimiento. Por fortuna a Cleo no le interesa responder mis preguntas, a ella le basta con admirar la presencia del mundo y ver cómo se suceden los días y las noches con una tranquilidad que jamás experimentará un ser humano.


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