Para Martini
Antes de que acabe el año tomo algunos minutos para imaginar cómo será el siguiente. No elijo un momento particular, se trata de un gesto natural que aparece cuando todo parece estar en calma y la mayoría de los pendientes pueden esperar. Un día en que tengo ánimos para pensar en los libros que leeré algún día o las películas de una larga lista pendiente. Todo esto mientras el año que acaba se destruye y se desmantela ante la promesa de que todo comenzará de nuevo.
En esa virtual calma, más parecido al ojo de un huracán en el tiempo que a una verdadera paz, intento visualizar lo imposible de predecir: si lo que vendrá será fácil o difícil, si conoceré personas interesantes o si debo estar preparado para un golpe inesperado que podría sumergirme en una tristeza infinita. Los hechos del porvenir son una incógnita, pero creo que puedo captar la emoción general del futuro cercano. No se trata, por supuesto, de ninguna capacidad de profecía sino de cómo me encuentro, cuáles son mis miedos y deseos. A veces lamento haber escrito que el 2021 sería un año difícil porque así lo fue.
El tiempo pasa rápido, los hechos se suceden uno tras otro sin tregua, sin dar espacio para el reposo, aún en este paréntesis extraño y pandémico en el que hemos vivido. Con cada año que vivo toman sentido verdades simples y nada sorpresivas, como que es imposible controlar el tiempo y que la vida no se va a pausar a nuestro gusto para concluir algo. Me encantaría, como el Dr. Strange, manejar las entrañas del tiempo, regresarlo, adelantarlo, encontrar sus rutas alternativas, saltar de un mundo posible a otro y saber si estoy eligiendo las mejores opciones. Pero lo que tengo frente a mí es una niebla indeterminada en la que vivo con otras personas, y en la que buscamos hacernos compañía sin ninguna garantía de permanencia.

Los sumerios entendieron bien nuestra situación existencial, por eso la búsqueda de Gilgamesh, el primero de los héroes registrados por la escritura (o tal vez antihéroe), culmina en la renuncia a conseguir la inmortalidad y la eterna juventud. La diosa tabernera (no olvidar que ellos inventaron la cerveza) le dice a Gilgamesh que la conquista del tiempo está vedada para la humanidad, que abrace a su esposa, tome de la mano a su hijo, coma y beba… que disfrute, en suma, los pequeños placeres, las pequeñas glorias cotidianas, que como lo vio bien Camus en el Mito de Sísifo, tal vez sean las únicas que nos quedan.
No pretendo decir todo esto como un preámbulo de tiempos oscuros sino sólo como una prudencia, porque en realidad frente al 2022 me siento optimista y siento que a pesar del escenario imprevisible (¿qué alguna vez ha sido de otra manera?) habrá espacio para la alegría. Cada día que pasa sin que perdamos la cabeza frente al caos cotidiano, cada momento en el que decidimos seguir siendo generosos a pesar de las mezquindades del mundo nos ganamos la alegría y la merecemos. Además, como decía Spinoza, la tristeza (generalmente) no lleva a ninguna parte. Feliz 2022.
Imagen de portada: https://www.infofueguina.com/u/fotografias/m/2021/8/25/f608x342-84712_114435_15.jpeg
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