Terapia - MilMesetas

“Dame tequila de tus labios de a 40”, es el estribillo que repite el Palomas en su canción “Diez varos más” recordando a una puta mientras se emborracha.

Apenas dos cervezas bebidas y ya tengo sentada en las piernas a una chica que recién conocí hace media hora, sus brazos cuelgan de mi cuello y de vez en vez, sus labios se unen con los míos mientras pide mi permiso para ordenar otro trago.

Yo le hablo de toda la tristeza que he ido coleccionando durante mis años, de los lastreros muertos que llevo a cuestas, de mis amores imposibles, y le muestro las heridas que aún sangran, ella sólo atina a repegar su cuerpo al mío impregnádome con su perfume barato que podré oler por varios días, no importa cuántas veces me bañe.

Las lámparas neón del lugar hacen destellar su rostro, su cuello y su pecho hasta el pronunciado escote de su vestido azul, pareciera que los poros de su piel transpiran polvo de diamantes. Luce tan bella…

–Hoy me llamo Paulina. –me dijo sin preguntar al tiempo que soltaba su larga cabellera.

No he tenido ninguna novia con ese nombre. Siempre había querido tener una Pamela en mi vida, pero sólo he tenido Rosas… Creo que ella es lo más cercano a mi absurdo anhelo; ambos nombres comienzan con la misma consonante y terminan en la misma vocal, y para mí es suficiente.

El sexo no fue necesario esta vez, me alcanzó bien su abrazo de tres horas y sentir lo frío de sus nalgas sobre mis piernas para aligerar mi carga. Le cambié todas mis aflicciones por un racimo de cervezas y siete besos.

Seguro que Mateo también bebía con putas y se refugiaba en sus brazos para vivir despreocupado y sin el abatimiento que provoca el afán diario; ¡El reino de Dios está en los labios de una mujer, carajo!

Al despedirme, le agradecí por curarme el alma un poco, le hice saber que su compañía me había sido de más provecho que una cita con el psicólogo, así que en pago por su cariño fingido y después de pedir la cuenta, me quité mi anillo de calavera y lo puse en su dedo anular izquierdo, como queriendo ponerle el final que tanto deseé a una vieja historia inconclusa.

Las putas son hermosas, uno les entrega el corazón muy fácilmente por voluntad propia, con ellas no hay necesidad de hablar del utópico amor eterno ni hacer proyectos de un futuro juntos, sólo hay que llevar dinero suficiente para que no te miren con asco y te quieran por más horas.

La compañía sabe mejor cuando pagas por ella; cuando el alcohol no es suficiente para calentarte el alma, las visitas a algún bar de luces rojas, terminan de completar el remedio.

Por Javier Hernández.

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