Perros degollados - MilMesetas

Historia: En China, las ciudades estaban rodeadas de altas murallas donde se abrían grandes y magnificas puertas. Esas puertas tenían un gran significado. No sólo servían para entrar y salir, sino que se creía que era allí donde moraban los espíritus de la ciudad. O el lugar donde debían morar. Exactamente como en la Europa medieval, donde la gente consideraba la iglesia y la plaza como el corazón de la ciudad. Por eso, aún hoy, quedan en China muchas puertas maravillosas. ¿Cómo construían las puertas los chinos de la antigüedad? La gente se dirigía a los antiguos campos de batalla tirando de carretas, y allí recogía todos los huesos desparramados o enterrados que podía encontrar. Al ser un país de tan larga historia, no faltaban campos de batalla. Luego construían una enorme puerta a la entrada de la ciudad incrustando todos esos huesos. Esperaban que, honrando de ese modo sus almas, los guerreros muertos protegieran la ciudad. Pero no bastaba con eso. Cuando la puerta estaba terminada, llevaban hasta allá unos cuantos perros vivos y, con una daga, los degollaban. Después regaban la puerta con la sangre aún caliente de los perros. De esa forma, los huesos resecos se empapaban de sangre fresca y las viejas almas adquirían un poder mágico. Al menos eso es lo que creían.

Fin de la historia.

La vida es algo parecido; por más muertes que tengamos, por más huesos que reunamos, por magnífica que sea la puerta que construyamos, si no la bautizamos con algo mágico que nos conecte con los amigos, con “las mujeres”, con las nubes, con la lluvia, con las montañas, con el desierto, etc., jamás estaremos satisfechos y siempre la nada o la depresión hará presa de nosotros porque no hay en nuestra vida, en nuestro ser, verdaderas conexiones mágicas.

Creo que ya es hora de buscar unos cuantos perros qué degollar –claro, metafóricamente–, buscarlos por paisajes y carreteras nuevas, por desiertos y bosques desconocidos, no importa si me pierdo y dejo de ser lo que hasta ahora creía que era, porque al fin de cuentas parece que algo nuevo ya se está gestando en mí.

¡Haré que corra la sangre! Dentro de mí, alguien, algo se irá. Con la mirada baja, sin una palabra. La puerta se abrirá, la puerta se cerrará. La luz se apagará. Para mí, tal y cómo soy ahora, que hoy sea mi último día, que éste sea mi último atardecer.

Cuando mañana amanezca yo, tal como soy ahora ya no estaré aquí. Una persona distinta habrá ocupado mi cuerpo, ese al cual he martirizado para transformarlo inútilmente. La soledad es necesaria para recapitular, para aclarar, para pensar, ¡para lo que sea! Pero no para siempre. ¿Por qué tenemos que quedarnos tan solos? ¿Se nutre acaso el planeta de la soledad de los seres humanos para seguir rotando? No lo creo.

Por Javier Hernández.

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