Joss - MilMesetas

I

El martes hacía demasiado calor como para beber Bourbon, así que opté por comprar cerveza barata rondando las 6:00 pm. Según yo, únicamente bebería un six pack para refrescarme un poco, pero terminé bebiendo 14 litros de ese dorado y espumoso elixir, y la culpa no fue mía –debo aclarar– sino de ese minisúper que carece de cualquier producto de la canasta básica, pero que tiene siempre muy buenas ofertas para los borrachines que habitamos y rondamos sus alrededores. No me pude resistir a adquirir suficientes botes para el resto de la semana, que obviamente no vieron la luz del sol del siguiente día y terminaron en mis tripas esa misma madrugada. Desperté tirado afuera del mercado popular de mi colonia todavía ahogado de borracho y muy mareado; como pude, me puse de pie porque mi etílica y roída estampa estorbaba a las personas que ya iban a comprar sus alimentos. Ahí me encontraba yo, muy concentrado volteando mi diafragma vomitando todo el alcohol que mi mediocre organismo no pudo procesar, cuando escucho una dulce voz que me preguntó:

–Jav, ¿eres tú?

Sólo dos personas en el mundo me dicen así y una ya murió… Era aquella niña que había besado cuando cumplió 15 años, e inocentemente me presumía como su novio –lo cual nunca sucedió– mucho antes de volverme un asqueroso alcohólico y pensaba que existía un futuro prometedor. Ahí estaba parada junto a mí convertida en una verdadera diosa; su piel de hojarasca poseía luz propia que opacaba a la tenue claridad de la mañana, su cabello azabache era incluso más negro que la conjunción de todos mis mejores y maravillosos pecados y caía de forma sublime por esa estrecha espalda que contrastaba magníficamente con lo generoso de sus caderas. Sus finas y largas manos jugaban con sus llaves mientras la altiveza de su mirada me hacía saber que esperaba alguna reacción de mi parte:

–¿Joss? Sí, soy yo –alcancé a balbucear.
–¿Qué tienes? ¿Te sientes bien?
–Seguramente fue algo que comí. No te preocupes.
–Voy de prisa, pero te reconocí desde mi carro y bajé a ver qué te pasaba. ¿De verdad estás bien? ¿Quieres que te lleve a algún lado?
–No, no te molestes. Seguro tienes cosas más importantes que hacer, yo ahorita me compongo solito.
–¡Oki! [sic] Me da mucho gusto verte después de tanto tiempo. Toma mi tarjeta y llámame. Tengo que llegar al trabajo.

Bióloga. Se había graduado de bióloga. Al darme la espalda y alejarse, casi me vuelvo creyente. Ese buen Dios –seguro estoy de que no pudo haberse logrado semejante mujer de la generación espontánea–, del que muchos hablan, es un arquitecto impecable; se notaba a leguas que supo lo que hizo cuando pensó en mi Joss; el compás de sus perfectísimas, enormes y redondas nalgas al andar, tenían la cadencia necesaria y suficiente para que toda ella no cayera al suelo con cada paso dado, pues su movimiento sacudía toda su hermosa humanidad. Su pelo le marcaba el ritmo casi como un fuetazo sincronizado al contacto de sus zapatillas sobre el suelo. La vi subir a su carro y despedirse de mí.

Me parece increíble que esa niña a la que le eché a perder la vida obsequiándole un libro de Paulo Cohelo –lamentablemente se volvió su fan–, sea ahora esa soberbia y bella mujer de 27 años que acabo de ver.

II

Necesitaba urgentemente algo que me calmara los nervios y tranquilizara mi maltratado estómago, así que compré un tamal y un cuarto de anís del mico que me acompañaron de regreso a mi humilde morada. Ya instalado en mis aposentos, sentado en una esquina entre ropa sucia, trozos de papel con algunas ideas que garabateo cuando me encuentro medianamente sobrio, y una pequeña grabadora vieja que aún toca cintas –todavía tengo muchas–, comencé a pensar en ella mientras devoraba mi desayuno y le daba pequeños sorbos a mi anís. ¡Tenía que verla! La estrella de su silueta me había robado toda la calma, así que le llamé:

–Hola, Joss.
–¿Quién habla?
–Javier. Me diste tu tarjeta hace un rato y quise llamarte.
–¡Holi! [sic] ¿Cómo sigues?
–Ya mucho mejor. Oye, no quiero interrumpir tus quehaceres ni quitarte el tiempo. ¿Te puedo ver esta tarde? Me ha gustado mucho volverte a encontrar y quisiera ponerme al día contigo.
–¡Oki! [sic] Te veo en mi casa a las 8:00 pm.
–Perfecto, ahí llego puntual.

Paré mi ingesta alcohólica todo lo que restaba del miércoles, quería que mis sentidos se encontraran serenos para contemplarla y guardarla en mi memoria por si no volvía a verla.

Acercándose la hora, intenté acicalarme lo mejor que pude; recorté mi entrecana barba con unas tijeras oxidadas que hallé tiradas por ahí delante de un espejo roto que cuelga de mi puerta, pero no logré mucho; el ver mi rostro reflejado en ese trozo de luna, hizo darme cuenta que los estragos del alcohol ya han hecho mella en mis acentuadas facciones, que difícilmente volvería a besarla, así que enfoqué toda mi atención a recordar pasajes de mi pasado, cuando la conocí niña y poder apelar a su reminiscencia, y si era necesario, hasta la lástima para volver a coincidir con ella…

La hora se acercaba así que salí de mi hogar rumbo hacia el suyo. Durante el trayecto, me topé con una diminuta joyería y para matar los pocos minutos que tenía de sobra antes de verla, comencé a curiosear en su vitrina. Un pequeño y modesto anillo de plata llamó mi atención porque en el centro tenía engarzadas dos piedras –una color marrón y una color negra– en forma ovalada que podían girar para cambiar la cara del anillo, y sin pensarlo mucho, saqué algunos billetes arrugados de mi bolsillo para comprarlo imaginando cómo luciría en alguno de sus largos y afilados dedos.

Por fin dio la hora pactada en mi reloj y toqué a su puerta, su madre me hizo saber que aún no estaba lista –la puntualidad jamás ha sido una de sus virtudes–, entonces esperé… Cuando por fin salió, pude ver toda esa abundante cabellera hecha un rodete que me dejaba advertir largo de su hermoso rostro:

–Hola, Joss.
–¡Holi! [sic] –me dijo casi al oído mientras me saludaba con un pequeño beso en la mejilla.
–Te ves lindísima. Toma, te traje un pequeño obsequio –le dije al tiempo que le entregaba ese humilde trozo de plata.
–¡Muchas gracias, Jav! –exclamó contenta.
–¿Vamos por un café?
–Sí, vamos.

Caminamos hacia la cafetería más cercana, y nuestra charla se extendió por un par de horas donde me hizo saber lo mucho que le gusta ser bióloga, me agradeció por aquél patético libro de Cohelo que le regalé, y yo me disculpé muy sinceramente por haberlo hecho. También me dijo que ahora era una asidua lectora de todo lo que Erika Leonard James publica, y que no ha tenido suerte en el amor porque sus parejas y ella, simplemente no van en la misma dirección en ninguno de los sentidos posibles. Me contó que es una mujer ambiciosa –en todas sus posibles acepciones–, y que ha tenido que terminar incluso con quien ella consideraba el amor de su vida por la mediocridad con la que él dirige su vida.

Yo sólo pude atinar a escucharla muy atentamente y contemplarla mientras pensaba que ese café que me estaba bebiendo, se podía mejorar con un buen Bourbon. No tuve el valor de anunciarle que estaba delante del mayor de los fracasados, que esta mañana cuando me vio, ni siquiera pude llegar a mi casa de lo ebrio que terminé, y que vomitaba producto de una muy posible congestión alcohólica.

III

Joss,

Con ese diminutivo de tu nombre te bauticé, ¿recuerdas? Y hoy todos te nombran así. Me debes eso.

Me estoy empinando una botella de tequila y pienso que es una verdadera lástima que no estés enterada de que los fracasados y malditos estamos de moda hoy día –y que además no hay de otros–, que los cuarentones borrachos como yo, nos entregamos más bonito porque ya nos quedan pocas oportunidades.

A las mujeres en general, les nace el instinto materno cuando ven a un hombre olímpicamente inmaduro, e inconscientemente creen que pueden acogerlo entre su seno y cambiarlo para bien con su amor. ¿Por qué no eres una de esas mujeres que les encanta redimir a hombres rotos y con problemas? Así tendría una oportunidad contigo. Mira que mi fama de patán no es otra cosa que miedo al compromiso, pero si tus ojos se posan sobre mi estampa y tienes el valor de sentarte en mi cara para comerme tu clítoris, tus nalgas y tu culo, puedo emprender el vuelo y ser únicamente para ti. ¿Es acaso que no te provoca ternura toda esa estupidez que desbordan mis actos?

Soy el mejor ejemplo de lo que no quieres y no buscas en un hombre, soy tu completo y total opuesto, eso debería atraerte por mera ley física. ¿Qué está fallando? Soy un viejo indecente que sabe tratarte como princesa, y que le robó varios trucos al Marqués de Sade que harían parecer una caricatura de poca monta a la mejor escena de tus desabridas y absurdas Cincuenta sombras de Grey. ¿Será acaso que tus ganas no comulgan con las mías? No te culpo, no eres la única que me teme, son legión.

En fin. Por consejo de José Alfredo, hoy me pienso seriamente emborrachar, y siéntete orgullosa, que lo hago por ti (no es cierto pero eres un lindo pretexto para disimular mi alcoholismo), aunque mañana vomite y me encuentres dormido en cualquier rincón de las calles de nuestra colonia.

Por Javier Hernández.

Déjanos un comentario