El sentido trágico de la filosofía - MilMesetas

Platón, en su carta VII aborda múltiples temas, pero uno en particular es el que me interesa acariciar hoy día. Quiero intentar mostrar o comparar la visión del filósofo en los tiempos de Platón y en nuestros días. Para tal empresa, parto de la comprobación que hace a Dioniso: “…pensé que ante todo debía comprobar si Dioniso estaba realmente inflamado como fuego por la filosofía…”[1] Ésta comprobación que Platón hace a Dioniso es sólo el pretexto o el detonante que utilizo hoy día para mirar desde dos ópticas al filósofo, para ver qué tan trágico puede ser el sentido de la filosofía en dos épocas distintas. Aunque breve el espacio, hago un pequeño intento…

En principio de cuentas, el filósofo en el siglo IV a.C. debía contar con una “naturaleza divina”[2] que le llamase a filosofar todo el tiempo, aun dentro de sus actividades cotidianas sin poder concebir la vida de otra forma que no fuera filosofando. La filosofía debía ser una forma de vida, un modo de articular el logos, una forma de pensar y de hablar que transgrediera viejos hábitos y renovara el modo de convivir con el otro y con su entorno, un ejercicio ascético en todo momento, incluso dentro de la cotidianidad y dentro del propio universo interior que abriera paso a una vida política. Transformando o creando la naturaleza del filósofo con base en este ejercicio ascético, es cómo se abre la posibilidad de que se haga patente esa experiencia llamada gnosis o conocimiento de lo que és. El filósofo antiguo perseguía este instante a toda costa, no es un momento que se pudiera crear acumulando conceptos, ideas o conocimiento a discreción, la verdad no se encuentra dentro de los mapas cerebrales, la verdad se da por un encuentro y por un mínimo instante –justo cómo el rayo de Heráclito– que alumbra todo por un instante para volver a la oscuridad. El sentido trágico comienza sabiendo que no existe garantía alguna, que no hay una certeza o un camino trazado para acceder a la verdad; se puede mostrar o no, eso es algo que el filósofo sabía siglos atrás, aun así consideraba digno y bello el camino amándolo y empeñando su propia vida en aquello que muy posiblemente jamás se haría presente, sólo se dirigía a su estrella sin intentar poseerla, aunque a veces, se daba el encuentro tan deseado. Quizá por ello los jóvenes no eran aptos para la filosofía, porque su dualidad de ánimo los hacía inconstantes en todos sus caminos aburriéndose muy fácilmente al no ver resultados inmediatos, estos no podían ser llamados de otra forma que pésimos amantes; la edad perfecta era a partir de los 60 años según Platón.

A la base de éste sentido trágico se encuentra el amor, y el amor reclama sacrificio, el filósofo antiguo sabía eso, conocía y aceptaba su compromiso ético con la esperanza de vivir la experiencia de la verdad y por esa simple razón, se atrevía a vivir una vida dedicada a la búsqueda de dicha experiencia, aunque jamás llegase a ella, sólo bastaba saber que era posible llegar a la verdad.

La pregunta es ¿El filósofo construido o en construcción dentro de un salón de clases, se atrevería a vivir una vida cómo los filósofos de la antigüedad? Cómo aspirante al título del nombre de filósofo podría atreverme a jurar que en los más de los casos no es así. Sergio Espinoza pregunta en un ensayo sobre Blanchot llamado “La pasión de la pregunta. Blanchot y la filosofía”[3] ¿Qué tiene que ver el pensamiento con la escuela? Y su respuesta me parece de lo más acertada: “[…] nada […] la escuela interrumpe, obstruye, sojuzga el movimiento del pensamiento […]”[4] Estoy totalmente de acuerdo con ésta postura de Espinoza con relación al pensamiento y la escuela. La escuela solamente ejerce violencia y pretende dominar al pensamiento haciéndolo más “riguroso”, en tal caso, la escuela sólo crea eruditos en temas o autores –conozco a tantos– pero eso ya lo había mencionado Kant. En la escuela sólo se construye la estructura del pensamiento, pero en modo alguno se encuentra la verdad.

Es evidente que existe un sentido trágico en nuestra filosofía contemporánea, se estudia a aquellos quienes hicieron de la filosofía un modo de vida, pero en modo alguno se sigue su ejemplo. El ideal filosófico de nuestros días no es siquiera rozar la verdad en los más de los casos; nada importa vivir una experiencia con la verdad, lo que importa en la filosofía actual es devorar libros, mantener un promedio, apropiarse de “conocimiento”, conceptos e ideas vía la memoria para poder escribir una tesis construida de ego puro, titularse y llevarse a casa el tan anhelado trofeo que haga acreditarse como “filósofo”, y si es con “mención honorífica” mucho mejor, para después pasear filosóficamente por el mundo con la beca de la maestría. El ejercicio ascético queda de lado, se transforman personalidades ¡Sí! pero cosas insignificantes que van desde volverse veganos –antes se llamaban vegetarianos– por considerar moralmente incorrecto el consumo de carne, otros comienzan a beber vino tinto y café en exceso por considerarse interesantes, cultos y profundos, muchos otros siguen el consejo de papá Dussel leyendo 5 horas diarias para acumular 1500 horas de estudio al año, y casi todos, ejercen la crítica social y son revolucionarios desde la comodidad de sus monitores… en fin. He encontrado, entre muchas otras cosas, situaciones tan absurdas como un complejo de postulados llamado: “100 razones para salir con un filósofo”, ¡Qué sentido tan trágico el de filosofía de esta época!.

Hoy día hemos tantos confundidos todavía, yo soy el primero en la fila. Tantos somos los perdidos sobre el camino de la verdad, ¡Qué sentido tan trágico el de nosotros que llevamos a cuestas la tragedia primigenia de la filosofía antigua, y aún tenemos que ensuciarnos con el nuevo infortunio filosófico de nuestra época! Vivimos una tragedia al cuadrado, somos la legión que habitamos dentro del endemoniado Gadareno, andando desnudos de sentido y viviendo entre los sepulcros comiendo carroña de letras muertas, si aparece un Jesús, podría cercaros a la verdad o invitarnos a perdernos aún más cayendo en el abismo. ¿Quién de nosotros realmente está inflamado como fuego por la filosofía hoy día?

[1] Platón,Diálogos VII, Carta VII, 340b,Gredos, España, 2008.
[2] Ibid. 340c.
[3] Tomado de: http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/blanchot.pdf
[4] Ibid. Pág. 1

Por Javier Hernández.

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