Hoy día es muy difícil toparse con una mujer que no use uñas falsas, pues la gran mayoría, se colocan largas y estorbosas prótesis que bien podrían considerarse como algún tipo de arma blanca. En general son bastante desagradables, deberían estar prohibidas por el simple hecho de ser un insulto al buen gusto.
Sabes, eso fue lo que robó mi atención de ti; mirarte cambiar de página, hizo que mis ojos enfocaran unas uñas inmaculadas que no necesitaron ser extensas, ni cubiertas con esmalte para ser perfectas, y atrás de ellas, el nacimiento de esos esbeltos y afiliados dedos, abrían paso a tus pequeñas pero largas y delgadas palmas, que apenas parecieran ser un delicado esbozo al carbón sobre un lienzo blanco. Esa escena me hizo obviar la estrella de tu belleza sin subir la mirada para conocer tu rostro.
Después de mi atrevimiento visual, pude darme cuenta de que toda tú eres la encarnación de mi mejor ideal. Algún dios me hizo imaginarte así mucho antes de saber que existías. Mujer de estampa austera, la ausencia de maquillaje en tu rostro me deja conocer su proporción divina, el rodete que haces con tu larga cabellera, descubre lo breve de tu espalda, y esos jeans desgastados que usas, te van muy bien; envuelven mejor toda la inmensidad de tus caderas, que cualquier costosa e innecesaria prenda de diseñador.
Cada día y a la misma hora, religiosamente visitaba la biblioteca donde te vi por primera vez con el anhelo necio de coincidir contigo, y tuve mucha suerte al poder contemplarte a distancia en varias ocasiones. Debo decir que el verte llegar con ese libro de Ernesto Sábato, aliviaba la ansiedad que me generaba la posibilidad de no saber de ti, después de ese momento, el afán de mi día estaba resuelto.
No sé si llegaste a verme rondando tus cercanías, yo era ese hombre con aspecto de vagabundo que se paseaba con El Capital bajo el brazo, incluso una vez tuve la osadía de sentarme frente a ti, pero mi presencia pasó inadvertida ante tu concentración puesta en la prosa del argentino, que supongo te enseñó a nunca clausurar una esperanza, y yo, no tuve ninguna ocurrencia a la altura de la situación para hacerme notar.
¿Qué habrá sido de ti? Una tarde simplemente dejaste de ir a nuestra cita diaria que no sabías que teníamos. Yo terminé los tres primeros volúmenes de Marx esperando tu regreso, pero jamás sucedió.
Parafraseando algunas ideas del alemán y aterrizándolas a mí desgracia, me atrevo a decir que mi amor por ti no produjo amor recíproco; éste amante no se convirtió en amado, ergo, éste obrero generó un plusvalor sentimental que no fue acumulado por tus ganas…
Por Javier Hernández.
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