Dejad que los niños vengan a mí - MilMesetas

Esta madrugada, durante uno de mis tantos insomnios, activé nuevamente mi cuenta de parejas en Facebook, y al despertar, ya había hecho match con una señora muy favorecida por los filtros en sus fotografías, así que me atreví a invitarla a comer apelando a mi buena suerte. Subí a mi moto y pasé por ella a la colonia Maravillas en Nezahualcóyotl, y no, la fortuna no estaba de mi lado; una mujer en un entallado vestido verde olivo, el cual era muy indiscreto para disimular su faja que intentaba, de forma muy mediocre, dibujarle una cintura ficticia, me esperaba en la ubicación enviada previamente por ella. Ya no podía decirle que siempre no, así que le pedí que se subiera. Lo hizo, pero en honor a la verdad, debo confesar que la decepción fue mutua; ella al verme, para hacer notorio su descontento, no hacía contacto visual conmigo, y comenzó a mascar su chicle de forma exagerada, cual vaca intentando machacar de lado a lado, por toda la extensión de su hocico, esa pastura seca con la que es alimentada.

–¿Dónde quieres ir a comer? –Pregunté amablemente ya teniéndola en el asiento del copiloto.
–Pues no sé. Vamos a plaza jardín.

No sabía de la existencia de ese centro comercial hecho exclusivamente para nosotros, la gente color paleta payaso, sólo conocía plaza Ermita. Obedecí sus indicaciones para llegar a ese punto geográfico que algún día fue un gran tiradero de basura. Al entrar al estacionamiento y buscar sitio para dejar mi Harley –no me gusta perderla de vista–, una pareja junto al espacio destinado para motocicletas, descendía de un descontinuado Bora; ambos llevaban en la mano, un litro de anticongelante color azul en vasos transparentes escarchados con algún derivado de tamarindo, y bebían de ellos muy contentos –no sé cómo no murieron por intoxicación–, en el medio de ellos, un pequeño les acompañaba.

Ya dentro de la plaza, al caminar por sus pasillos, yo quería decirle que no se veía igual a la mujer de las fotografías, y que tampoco aparentaba tener los 32 años que dijo, sino varios más, pero que diablos, ya estaba yo ahí y creo que para un señor de mi edad, una mujer así, ya es mucha mujer…

Yo quería un ribeye y quizá un par de cervezas, pero ella prefirió entrar a un buffet de comida china, así que buscamos uno.

Ya instalados en nuestra mesa y con platos servidos, algunas palabras pude sacarle, y me enteré de que era separada (algo que no me extrañó), que su expareja la abandonó por su prima no importándole la hija de escasos meses que tenían, y que la había dejado endeudada en varias tiendas que aceptan pagos semanales, y con la mafia de prestamistas colombianos (cosa que tampoco me asombró). El mundo es chico. Nuestros vecinos de mesa, eran justo esa pareja de dementes que habíamos visto minutos antes bebiendo refrigerante para automóvil.

La charla entre nosotros no era muy profunda ni trascendía más allá de los típicos lugares comunes. Para mi desgracia, mis ojos se posaron sobre la mesa de nuestros vecinos, y pude mirar un espectáculo bastante desagradable; la mujer, cubierta de cuerpo completo por una ridícula licra falsa marca Gucci, masticaba su alimento con la boca abierta mientras hablaba con su marido, él, la ignoraba riendo por alguna tontería que veía en la pantalla de su teléfono. La escena de la mujer tragando, me provocó náuseas; no podía disolver de mi mente la imagen de sus fauces colmadas de alimento despedazado, así que dejé de comer.

Mi recién conocida continuaba mentándole la madre a su exesposo mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. Yo no tenía necesidad de eso, de verdad que no. Juro que no la invité con la intención de coger, sólo quería romper la acostumbrada rutina depresiva de mis domingos, pero algo salió mal. El hijo de mis vecinos comenzó a berrear a muy altos decibeles desde las alturas de su sillita de madera, pero ellos hicieron caso omiso a sus gritos.

–Disculpa –le dije a la chica que nos atendía–, ¿Podemos cambiar de mesa?
–¿Hay algún problema?
–Sí. Me molestan los gritos de ese niño. Ya me duele la cabeza.
–Claro, no hay ningún problema. Pueden pasarse para allá. –Dijo señalando una esquina del lugar.

Los ojos de mi acompañante cambiaron de vidriosos, a enfurecidos; su ceño se fruncía al tiempo que me gritaba:

–¡¿NO TE GUSTAN LOS NIÑOS?!
–No. Me provocan repulsión.
–Sabes que yo soy madre, ¿verdad?
–Sí. Me lo acabas de decir hace un rato.
–¿Y qué haces conmigo?
–Comiendo.
–Ya lo sé. En mi perfil dice claramente que busco a alguien que acepte a mi bendición y me ayude con ella.
–No leo perfiles, sólo mando corazones a discreción, y tú y yo somos compatibles, según el algoritmo de segmentación que le asigna a cada usuario lo que le es más afín.
–¿Qué? No te entendí.
–Que tú eres la mujer que merezco, según Facebook.
–¡Estás pendejo! Jamás podría estar con alguien como tú. ¿A qué mierda de persona no le gustan los niños?
–Aquí, presente. –Le dije levantando la mano.
–Ya me voy.
–Adelante. No te detengo.
–¡Pues pídeme un Uber!
–jajajaja
–¿De qué te ríes, pendejo?
–¿No que las mujeres ya facturan? Tengo el deber que me dicta la conciencia de pagar la cuenta y de regresarte al mismo lugar donde te recogí porque yo te invité, y si esperas, por mera educación, lo hago. Antes de ser una mierda, como bien dices, soy un caballero, y muy posiblemente también soy un pendejo, pero no soy tu pendejo, así que si requieres Uber para irte, págalo tú.

Me dio la espalda mentando madres y aventando las sillas, se fue. Sigo sosteniendo que todos los que usamos cualquier aplicación para conocer a alguna posible pareja, somos gente caducada, averiada e inservible, material defectuoso que nadie más quiso. También creo que el algoritmo de segmentación falló ésta vez; yo no reciclo luchonas, y ella no tenía necesidad de conocer a un tipo tan desagradable como yo.

Pinche Facebook, nos categoriza en grupos “homogéneos” con base en características socioeconómicas, culturales, psicológicas, geográficas y de comportamiento, pero yo más bien creo que sólo utiliza el pantone y nos separa como pelotas en máquina de Galton según color de piel.

Tanto lío porque no me gustan los niños y evito la paternidad –biológica o sugerida–. No es obligatorio que deba ser así para conocer a una mujer.

El güey de Mateo dijo que Jesús dijo: “Dejad que los niños vengan a mí, porque de ellos será el reino de los cielos”. Qué bueno que no estoy interesado en ese puto lugar, así no tendré que soportarlos después de dejar este mundo.

Por Javier Hernández.

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