Copias al carbón - MilMesetas

Un alcohólico fracasado como yo no puede ni desea aspirar a mucho en ningún aspecto de la vida, me basta con sentir el efecto de cualquier trago resbalar por mi garganta para sentirme más que satisfecho, por esa razón es que me he reflejado múltiplemente en las vidas de algunas muñecas rotas, porque me funcionan a modo de espejo donde se reflejan mis demonios. Ellas son veneno puro, pero en sus caderas hallo el sitio donde encuentro verdadero sosiego.

Ya he hablado mucho de mis putas, hoy es mi deseo vaciar este cúmulo de palabras mal escritas sobre un amigo, y sí, se lee incongruente si tomo como base mi máxima más repetida, esa que dice que no existe el mejor de los amigos, pues todos tienen –tenemos– fecha de caducidad cual vil lata de atún; simplemente dejamos de ser importantes para el otro en algún momento y eso es inevitable, y qué bueno que sea así, porque las más de las veces, los amigos son anclas de un pasado que nos obliga a permanecer donde ya no pertenecemos, donde ya no queremos estar, donde ya no debemos estar. Lo he sabido desde siempre, por eso le doy un peso tan ligero a la amistad no importando la dimensión o la duración de ésta. Tengo muy bien calibrado el desapego como para que me importe una mierda el que ya se fue, el que se va a ir, o el que va llegando, sencillamente disfruto el instante, el presente.

Éste amigo, no es el mejor de los amigos, no podría serlo gracias a mi forma tan pendeja de pensar, pero es buen amigo. Llama mucho mi atención que ambos hemos experimentado prácticamente las mismas vivencias, pero cada uno por su lado, y que el alcohol, un buen día nos supo reunir. Ambos hemos intentado llevar una vida dedicada al adiestramiento físico desde jóvenes, pero nuestras mejores intenciones de conseguirlo se vieron truncadas infinidad de ocasiones gracias al más hermoso de nuestros descubrimientos, un maligno tubo de acero empotrado de piso a techo en el que divinos y voluptuosos cuerpos femeninos, palpitantes llenos de perfume barato combinado con sudor, resbalaban sobre toda su cromada extensión mientras se iban despojando de sus ropas permitiéndonos contemplar su desnudez. ¿Cuántas veces habremos pagado la salida de la puta más hermosa del bar para disfrutar de sus mieles? A veces corríamos con suerte y despertábamos sobre sus camas sin pagar un solo centavo. ¿Por qué nunca nos cruzamos si visitamos los mismos congales?, misterios de la vida.

Los dos desarrollamos un excelente gusto por la música heavy metal al mismo tiempo que nuestros pies eran cubiertos por botas de piel inglesa cosidas con hilo amarillo, somos portadores de la misma maldita alopecia que ya dejó al descubierto nuestros cráneos, y somos tan alcohólicos, que tuvimos que sentarnos a escribir nuestra vida durante un par de noches frente a una vela bebiendo mucho café fingiendo arrepentimiento para salir bien librados de esa horda de “padrinos” mientamadres.

Hoy, ambos somos prófugos de alcohólicos anónimos y por el momento no nos interesa volver a militar en esos grupos de auto-ayuda, preferimos la auto destrucción con cerveza ejerciéndola con plena consciencia de daño. Piloteamos motocicletas en estado de ebriedad conservando el equilibrio para no caer, aunque al día siguiente no recordemos cómo llegamos a casa. A los dos nos han corrido de eventos, sitios y corazones gracias a nuestros excesos, y a los dos nos ha hecho tambalear una mujer –no la misma–, que dicho sea de paso, las dos grandísimas hijas de puta, regresaron con sus respectivos exnovios haciendo vida con ellos hasta el sol de hoy…

Tanta coincidencia ya no es coincidencia, dijera mi abuela. Bien dicen por ahí que los alcohólicos somos copias al carbón…

Ojalá que el hígado nos dure muchos años más, porque tenemos pendientes algunas borracheras que quedaron incompletas.

Por Javier Hernández.

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