Una pequeña ciudad en el sur
Aquí está, abandonada a la melancolía, aunque a veces anda como despreocupada. Otras veces, sin necesitarlo, se perfuma y se da retoques de color. Pero en cualquier momento puede llorar. Llora más de lo que llueve en ella.
A veces olvida su soledad y los golpes obtusos del pasado.
A veces se prende en deseo, ¿cómo evitarlo en esta región?, y aparece bella en su desaliño.
Aquí se incendian los tristes, queman sus más recónditos anhelos. Aunque, las más de las veces, se enojan porque el fuego no cambia nada de lo que son.
Llegar al Cerro de las Ranas
Tiemblan mis nervaduras,
giran mis círculos;
como peregrino devoto
de una bella emoción.
Encuentro, mejor dicho, colisiono
con múltiples matices,
brillantes y afilados,
que esbozan preciosas burbujas irregulares.
Súbitas y cálidas presencias
detienen mi disolución,
rompen el fulgor medieval
de estas construcciones robustas
y agitan esta emoción bella y beata
que escurre por imprevisibles laderas.
Lago purépecha
Presencia fresca, a veces inquieta
y otras veces en calma indefinible,
que mezcla tiempos y recuerdos.
Viejo milagro de azul y verde.
Anciano reverdecido, casi adulto joven,
que parece serio y sencillo,
pero en los descuidos
juega bromas contundentes.
Prodigio por cerros abrazado.
Adolescente endurecido, casi joven adulto,
que gusta los abrazos fuertes y las ideas generosas.
Joven geometría de aire, agua y tierra
atrayente del fuego de la vida humana.
Juego de regularidad,
gesto casi espontáneo, casi meditado,
que reverbera en música centenaria.
Fuente de la portada: “Lejos y cerca”, fotografía del autor
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