Hoy tuve una cita con una mujer en plan de amigos. Tantos años que no sucedía, que no recordaba lo que se hace en estos casos. Me acicalé lo mejor que pude; no es sábado, pero igual me bañé, aunque no hacía falta… También saqué mi anillo de calavera más bonito, uno que tiene un rubí en cada cuenca de sus ojos, ese que estaba guardando para estrenar en una ocasión especial, hoy fue el día y lo puse en mi dedo anular derecho, para que ahuyentara mi mala suerte con lo rojo de su mirada.
Llegué cinco minutos tarde a su encuentro, es la primera vez en mi vida que llego tan retrasado a una cita, la culpa fue del metro y sus paradas que parecen eternas cuando llevas prisa. Ella estaba ahí esperándome; cabello lacio y suelto, teñido al tono de la hojarasca de su piel, anteojos de pasta, chaqueta de mezclilla, jeans ceñido al capricho de lo espléndido de sus caderas, y zapatos deportivos. Aun con su aspecto austero, se veía lindísima…
Una cafetería fue nuestro destino, el mesero pecó de honesto y no nos recomendó nada de la carta, algo que nos alegró el momento. Un americano para mí y un árabe para ella fue nuestra órden, y mientras nos poníamos al día en tanto los eventos que han ocurrido en nuestras vidas desde la última vez que nos vimos, un cantante callejero interpretaba “Yo te propongo” de Roberto Carlos.
Yo tenía planeado hacerle saber que hace 17 años la pienso, sin esperar reacción alguna de su parte, sólo quería verbalizar el sentimiento para que me pesara menos, pero las palabras simplemente no me salieron. Es lamentable tener que vérselas con la dificultad de articular una frase coherente al ser deslumbrado por tanta estrella, y peor aun, ya teniéndola en la punta de la lengua, no tener el valor de soltarla sin ayuda del alcohol. Supongo que jamás volveré a tener esa oportunidad.
Quizá pasen otros 17 años teniéndola entre las ganas sin que ella se entere, y aunque algún día lo sepa, es muy probable que ni siquiera le interese habitar en el pensamiento de un hombre tan roto, tal vez hasta le resulte repulsivo saberse inquilina de mi deseo. Creo que es mejor seguirla teniendo en la gaveta de mis imposibles, y conjugar eventualmente su imagen con el detestable subjuntivo “hubiera”.
Por lo pronto, aquí estoy, mirando fijamente los ojos de ese pinche anillo de calavera que no me ayudó hoy día, y disfrutando de la ansiedad que me provocó la cafeína de esos dos americanos que me bebí.
Este jueves no fue mi jueves, esta vida no ha sido mi vida…
Por Javier Hernández.
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