Antifaz - MilMesetas

Apenas es martes y ya traigo seca la garganta, pero el año pasado por fin terminé quedándome sin amigos, así que no tengo con quien destapar la primera cerveza, y tampoco me apetece convivir con los mismos personajes de siempre; conozco de memoria sus deprimentes discursos donde no hacen otra cosa que echarle hartas flores a sus fracasos pasados más idealizados que Juan Escutia y la bandera, y otros todavía no pueden olvidar al amor de su juventud y le siguen llorando cada vez que beben. También estaría excelente ir a las loncherías del metro Candelaria y escuchar a Rigo Tovar mientras se abren las caguamas, pero Tania ya no quiere saber de mí, y ella era la única cómplice que tenía para visitar lugares tan inmundos, la extraño, quizá algún día le ofrezca disculpas… Creo que mejor iré solo al río de la plata, hace tiempo que no voy a esa cantina, desde aquella vez que me agarré a madrazos con el personal de seguridad porque no les pareció suficiente lo que dejé de propina y ahuevo querían más dinero para dejarme salir. Ojalá no se acuerden de mí, o que ellos ya no trabajen allí porque traigo antojo de un buen gin-tonic.

Mi iPod shuffle tiene buena carga, aguanta bien el trayecto de ida y regreso para no escuchar el murmullo de la gente. Recién acabo de agregar “Crónicas bizarras y requintos calavera” del Palomas (me caía bien hasta que el puto gordo me sacó de su grupo por criticarlo un poco, pero es que el güey se pone a modo despidiéndose de los escenarios cada año. El señor parece drama Queen necesitada de atención. Bien dijo mi tío Nietzsche que el artista es sólo el estiércol del que la obra de arte nace, porque si te inmiscuyes en su vida, descubres que realmente es una mierda como persona, y justo es el caso de Armando Jiménez), ese disco es un buen soundtrack para este martes del ya agonizante y casi eterno enero.

Metro Constitución no está lejos, así que iré caminando, a ver si no me infarto subiendo las escaleras, no quedé tan bien de los pulmones después de tanto pinche covid (ya cinco veces me ha dado. De haber un Dios, me odia el muy hijo de puta). Hay poca gente en el vagón, hasta me puedo sentar en el asiento individual destinado a los minusválidos para no estar en contacto con nadie más. De verdad detesto el contacto cotidiano con otro ser humano. Qué buen bombín trae ese tipo. Siempre he querido un sombrero de esos, pero voy a parecer payaso indigente.

Que bien escribe este pinche Palomas, lástima que sea tan mamón, pero vaya, tampoco es que lo fuera a conocer en algún momento, y toda su música la he bajado gratis, así que no me puedo poner exigente con él. En lo que a mí respecta, tiene todo el derecho de mandar a la chingada a quien sea en sus presentaciones en vivo, de cualquier forma jamás pagaría por verlo. ¿Y éste güey qué quiere? Ya es la cuarta vez que choca su rodilla con la mía y sonríe. ¿Qué estación es esta? ¡Ay güey! Ya voy en chabacano.

–¿Otra vez, cabrón? Ya te gustó estarme pegando. –Le dije al güey que no paraba de golpear mi pierna.
–¡Perdón! Han sido sin querer.
–Una más y el que te va poner unos madrazos soy yo.
–No te enojes, por favor. Oye, ¿a dónde vas?
–¡Que te importa, güey! –Respondí intentando ponerme los audífonos nuevamente.
–¡Espera! Oye, ¿te parece si te invito unos tragos en señal de paz?

¿Unos tragos? Justo a eso voy, a beberme unos gin-tonic. No sería la primera vez que bebo con desconocidos. ¡Qué diablos, vamos a hacerlo!

–¿De casualidad no eres gay o de la fauna LGBT?
–¿Por qué? ¿Se me nota mucho?
–Ya decía yo… ¡Pinche suertecita que me cargo con ustedes! –Mejor me pongo mis audífonos y sigo escuchando la balada del purgatorio.
–¡NO! ¡Espera! Sí soy gay pero sólo busco amistad, no lo tomes como acoso.
–¿Y cómo quieres que lo tome entonces? ¿Cómo halago? ¡No mames!
–Mira, aquí en metro salto del agua hay un bar, vamos y te invito unos tragos y platicamos, todo es en buena onda. Cero acoso, lo prometo.
–¡Vamos, pues! De cualquier forma iba a embriagarme y si tú pagas, te acompaño.
–¡Sí! Vamos.

Pinches escaleras cómo me cuestan trabajo. Además de sentirme sofocado, la rodilla izquierda me truena y se me zafa. Ojala no esté muy lejos porque no tengo mucha condición.

–¿Dónde es? ¿Falta mucho? –Pregunté en la esquina del eje central y salto del agua.
–No. Es aquí adelante, es más, ya llegamos.
–Pero esto es un edificio, no veo ningún bar.
–Está adentro, hay que tocar y subir las escaleras.
–¡No mames! Aquí parece locación de alguna película de Tarantino. Vi toda la saga de Hostal y en sitios como este secuestran a la gente para venderlos al mejor postor.
–¡Relájate! El puto soy yo, no tú.

Este lugar está muy extraño, subiendo las escaleras, hay una puerta que dice “bodega” y otra que tiene un antifaz fluorescente pegado y dice “Jale”. ¡Ah!, es aquí. Entramos.

–Buenas tardes. Dos, por favor. –Dijo en la taquilla mi nuevo amigo.
–Oye, allí dice que sólo se permite la entrada en bóxer.
–¿Y qué tiene? ¿Nunca has estado en un lugar así?
–No. Y yo no uso calzones. No voy a andar encuerado aquí dentro.
–Pues, de eso se trata amigo, de andar libres.
–Disculpa pero esto es demasiado extremo para mí. Mejor me largo.
–No te vayas, te va a gustar el ambiente. Date la oportunidad de conocer algo diferente. No todo son chelas banqueteras.

Ese último comentario sí me dolió. ¡Este pendejo quién se cree para criticar mis caguamitas banqueteras! Y siendo honestos, he estado en agujeros peores que éste –pasé decenas de noches embriagándome en la azotea del Spartacus mientras veía a transexuales aparearse, así que esto no me impacta, ni me preocupa volver a perder la credibilidad en mi heterosexualidad–. Hagamos esto por la anécdota y por mero experimento sociológico-antropológico, además venía escuchando al Palomas, y antes de ser interrumpido, me dijo al oído: “No me gustan los bares que huelen a alegría, prefiero los lugares que pecan por peacar”, y qué mejor lugar que este para seguir su consejo, así que vamos a hacerlo, si quieren ver mi deforme cuerpo de mariachi, los que se van a asquear son ellos, no yo.

Lo único que no me quité, fueron mis Timberland. Ahí andaba yo caminando con los huevos y el pito colgando, investigando el sitio que estaba acondicionado con pequeños cubículos hechos de tablaroca, algunos tenían puerta, y otros una cortina, pero en cada uno de ellos se hallaba un catre con bastante historia… ¡Chingadamadre! En lo único que pienso, es en Ximena… le habría encantado conocer este decadente y sucio agujero del infierno que pondríamos en los primeros lugares de la lista, y a mí me habría encantado chuparle el culo y cogérmela en alguno de estos catres, y que todos estos jotitos escucharan –e incluso vieran– cómo la penetraba para al final llenarle la boca de leche. Es una lástima que se haya conseguido un novio sin huevos pero con futuro. Ella y yo la habríamos pasado tan bien juntos… Quizá si me hubiera dejado someter a su voluntad, se habría quedado. Quién sabe.

–¿Te gusta el lugar? –Me preguntaba mi nuevo amigo del que aún no sé ni su nombre.
–He estado en peores apéndices de Sodoma.
–¿Quieres que nos quedemos en un cuarto?
–No. Yo vengo a beber. Tú me invitaste.
–Podemos pedir que nos traigan las bebidas aquí.
–No vengo a coger contigo. No me gustan los hombres, lo dejé claro. Estoy aquí por morbo y por pendejo, no en busca de placer.
–Está bien. No insisto más. Si quieres vamos allá arriba, ahí está la barra.
–Vamos.

Después de caminar encuerado por unos minutos en ese hoyo huérfano de Dios, ya me siento como pez en el agua. Me identifico con esta gente rota, solitaria y malhecha que no tiene esperanza, aunque yo no comparta su amor por la verga. Creo que sí soy el raro del lugar; hasta para ellos es repugnante mi deformidad y el hecho de mostrar mis huevitos sin reparo, pero ya pronto los descansaré sobre la silla que me asignen para beber harta cerveza.

Pues, así va mi martes.

Por Javier Hernández.

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