A Amanda Márquez
Aquí mis últimas letras para usted, son suyas, siéntase libre de reírse de ellas, o de compartirlas. ¡Haga lo que quiera!
Jamás te hablé de amor, así que no podrías añorarlo. Mis intenciones para contigo, siempre fueron etílicas y venéreas, pero nunca románticas. Fui sincero. Tu piel canela me gustaba para desnudarla y medirla palmo a palmo, y de paso, aprender de memoria tus lunares. Siempre quise lamer tus labios bien abiertos, y subir beso a beso por tu vientre; después de despedirme de tu clítoris, mis manos se aferrarían a tus pechos pequeños, para comenzar a arrastrar mi lengua desde tu monte de Venus, visitar tu abdomen, hasta llegar a tu cuello, y por fin catapultarme desde tu barbilla, para caer directamente en tu boca y dejar que me embriagara tu saliva.
Cuando nuestras charlas no aludían al encuentro de dos cuerpos, te contaba algunas de mis historias, y tú, enmudecías para poner toda tu atención a mis palabras, en la medida que te lo permitía la ebriedad. Tú, solamente me dejaste ver una de tus semblanzas; tu abuela era puta de profesión, pero tuvo el coraje de aceptarte desde niña y criarte –a su manera–.
Nuestra imaginación emprendió el vuelo algunas noches al calor del alcohol, tú allá, bebiendo cerveza donde la vida no vale nada, y yo aquí, con un trago de whiskey queriendo que mi vida te valiera de algo. Lamentablemente no sucedió, porque ese hábito tan nuestro, lo hiciste de dominio popular, y lo conjugabas al mismo tiempo con esa legión de amorosos que le cuelgan flores a tus letras. Por ahí hubo uno que se me adelantó; un personaje analfabeta falto de entendimiento, sin sombra y sin color, aun así supo ganarte, no sé cómo, pero lo logró, supongo que fue el simple hecho de atreverse a ir a tu encuentro, no necesitó más.
”Déjame en paz” fue tu súplica al hacerte saber lo ligero de tus promesas. Y lo hice, espero hagas lo propio y jamás vuelvas a enviar un privado en tus madrugadas húmedas de alcohol. Me despedí de ti haciéndome a un lado, sin hacer ruido, como siempre hago cuando algo pierde todo valor, cuando ya es basura, no sin antes expresarte el profundo asco que me provocaba el haber escrito para ti, por eso insistí tanto en que fuera eliminado todo rastro de mi prosa ofrecida como tributo a tu estrella.
Hoy dices, de forma poética, que eres una puta del amor, la más baja y la más sucia. ¿Y qué otra cosa podrías ser? Te criaron vulgar; inconscientemente obedeces a tu instinto primigenio, no conoces otro mundo… Te doy la razón en tanto a tu propia percepción, pero creo que predicaste muy poco de ti. El saberte así, no te empodera, no te hace mi musa, ni especial, ni única, ni merecedora de mi gracia. Si supieras que tu conducta es el común denominador de las más… Ya ninguna mujer invierte en lealtad, me ha quedado más que claro en éste vagabundear por las ganas podridas de mis amadas.
No huiste de mí ni de mi verdad como anuncias, simplemente te vendiste al mejor postor, es válido, también es algo que todas hacen, así que quítate esa culpa fingida, que te va muy mal, y si realmente pusiste atención a mis palabras, de sobra conoces que una resaca duele más que el desamor, y creo que cerveza suficiente para sanar un ego roto, siempre tienes en tu hielera.
Yo por mi parte, sigo aquí, en el mismo sitio, viendo cómo brilla mi anillo de calavera mientras escucho al Palomas para empujar mis horas, pero sin la valentía de mantener contacto alguno con usted, y no por pensar que sangrará una herida, sino porque una pereza honda, mezclada con indiferencia, es lo que ahora me provoca su fantasma.
Espero le sea leve su decisión, y no le resulte agotador el llevar a cuestas las consecuencias de la misma.
Por Javier Hernández.
Déjanos un comentario