Un amante de la edición: Miguel Aguilar Carrillo. Conversación con Ramsés Oviedo - MilMesetas

En el verano de 2022, el poeta y editor Miguel Aguilar Carrillo me recibió en su casa, escondida en las fauces de la Colonia Las Brujas, Querétaro. Desde encuentros previos habíamos tocado el tema de su trayectoria editorial en el Estado superficialmente, por lo que le propuse agendar otro día para ahondar en esa conversación. Entonces amablemente me invitó a comer y a tomar algo. Durante más de una hora, platicamos de su vida como editor, su relación con el medio literario y su visión de la producción editorial. Miguel Aguilar Carrillo nació en la Ciudad de México, en 1954. Se graduó como Químico Farmacobiólogo en la UNAM. Editó revistas literarias, creó talleres literarios y dirigió la Escuela de Escritores de Querétaro. Con una obra poética que rebasa la docena de libros de poesía, su obra ha sido reconocida en varios momentos: Premio Universitario de Poesía UAQ, 1998; Premio Internacional de Poesía Desiderio Macías Silva, 2009; así como Premio Internacional Letras del Bicentenario “Sor Juana Inés de la Cruz”, 2011. A continuación, dejo al descubierto su faceta como editor, tan comprometida como la de su amor por las letras.

A usted lo han reconocido afectuosamente como poeta, sobre todo, pero a lo largo de su historia también ha hecho periodismo literario, docencia y la actividad que sigue haciendo hasta la fecha es la labor de editor. ¿Cómo podría explicar o describir el origen de su amor por los libros?

Es muy fácil, mi padre era un gran amador de libros. Eso ya lo he comentado en otras ocasiones, no sé si en entrevista, pero por lo menos a los amigos. Mi padre era —podríamos decir— un vicioso del libro, le gustaban las ediciones bien hechas. Yo creo que el estar en la casa paterna, y estar rodeado de libros, a algo me llevó. Luego me enamoré saliendo de prepa y traté de expresar mis sentimientos de este enamoramiento. A mi madre también le gustaba mucho cantar, tocaba el piano, la guitarra, nos alegraba las fiestas, cantaba muy bien. Yo empecé tratando de componer unas canciones, pero no pude porque no sé música. Y mi padre me llevaba, me atraía para explicarme algo de Rubén Darío, de López Velarde o de Rafael López (el poeta olvidado de Guanajuato). Más que explicarme el poema me explicaba cuestiones de métrica, asuntos más bien técnicos de la poesía. Cuando yo entré a la UNAM a estudiar química —en ese tiempo por las huelgas universitarias hubo un período de 9 meses desde que yo salía de prepa hasta que podía entrar a la Universidad— me fui reuniendo con amigos que también eran afines y quisimos hacer una revistita literaria con un nombre muy pomposo: Dilema. Arte y Letras. Buscamos a los amigos para que nos patrocinaran y si tú patrocinabas el proyecto pertenecías al Consejo Editorial. Conseguimos dinero. Sacamos un primer número. Lo estuvimos vendiendo ahí en, no me acuerdo bien, pero principalmente en la Facultad de Química. Luego salió otro número de Dilema y los otros ya no quisieron colaborar porque no es negocio. Entonces se acabó el proyecto.

Pasaron los años, acabamos la carrera y un amigo, compadre, me dijo: ¿Te acuerdas, Miguel, cuando íbamos a la imprenta a revisar las pruebas, el olor a tinta…? Todavía no estaba el offset, estoy hablando de los años 73-74, no recuerdo ahorita bien. Ya habíamos acabado la carrera, él es ingeniero químico, yo químico farmacobiólogo, y con otros dos amigos que uno era —parece ser— una lumbrera, un doctor en química, y otro, su hermano, quisimos formar otra revista. Pero como nos reuníamos a escuchar rock and roll —más bien rock, rock progresivo, blues, cosas así— en la casa de este compadre que ya se había casado, ahí nos quedábamos los sábados en la tarde oyendo rock y pensamos en hacer otra revista. Ah, porque este mi amigo me dijo: ¿No extrañas el olor a imprenta? Le dije sí. Y empezamos, nos juntamos los cuatro y buscamos hacer otra revista, esta se llamó Frondas. Estaba hecha en un formato que imitaba el formato del Disco de 45 revoluciones (un formato como de 20cm x 20cm). Cuadrado. El primer número de la revista estaba metida en el estuche del libro. Y lo estuvimos difundiendo. Como mi compadre José Antonio y yo trabajábamos, poníamos el dinero para la revista y los otros seguían estudiando, entonces no ponían. Lo sacamos y el primer número se llamó “El barco ebrio”, si no me equivoco. Era el nombre general de la revista —como si fuéramos un grupo de rock— y [el título] se llamaba “El barco ebrio” en homenaje a Rimbaud. Después sacamos otro que se llamó “El Fresno Iggdrasil”. Este estaba en formato de los discos que se abrían de varias partes porque eran discos dobles o cosas así. Y el tercer número, nos cansamos de que los otros hermanos no pusieran ni un quinto, se quedó en prensa y se iba a llamar “La Venus de Emilio”. Ya no sé qué pasó con los archivos ni nada, a lo mejor por ahí los encuentro.

Pasó esa época. Después estaba yo trabajando en una transnacional de Aguas Negras. Luego me vine a Querétaro, y me dediqué a trabajar en otras cosas, en decoración, hasta que entré a la Escuela de Escritores. Allí el gusto por la labor editorial me hizo crear unos cuadernitos. Ya había publicado mis primeros libros (el primero fue Oficios de la luz (1996) que tuve la suerte que me lo publicaran a nivel nacional en la colección Los cincuenta). Y después dije: Ya no tengo con quién publicar, voy a publicar a mis amigos. Entonces hice una pequeña editorial que se llamó Fuera de Comercio.

Miguel, ¿cómo comenzaron esos inicios? Si usted ya tenía conocimientos editoriales, platíquenos cómo los implementó después.

Lo que pasa es que ya dentro de la Escuela de Escritores me encargaron dirigir unas páginas en los periódicos, “Magapalabra” y “El Ruido de las Letras”. Las dos fueron páginas dentro del periódico. Pero un amigo mío, Paco Garrido, el buen periodista y su esposa, me enseñaron los programas de diseño (viejísimos, el PageMaker, cosas de esas). Aprendí a diseñar, pero como yo tenía el contacto con libros, lo que trataba de hacer era de imitar esos mismos formatos. Organicé las dos páginas.

“El Ruido de las Letras” había sido formada inicialmente por Paula de Allende, y en el Noticias tenía que hacer “El Ruido de las Letras” para seguir con la tradición. Publicaba a los compañeros de la Escuela. Creo que yo ya era coordinador académico de la Escuela de Escritores Adolfo Torres Portillo. Ahí empezamos con esa situación de hacer la página. La otra me la había dejado Enrique Jaramillo Levi, un escritor panameño que regresó a su país. La “Magapalabra” era en el Diario de Querétaro y “El Ruido de las Letras” en el Noticias. Me pagaban cualquier cosa, pero hacía las páginas. Y como no me gustaba cómo diseñaban los periódicos, yo las diseñaba. Entonces, por ahí empecé a diseñar de manera amateur.

Seguí con ellos hasta que me las quitaron, se cansaron y cosas así. Ya después en la Escuela empecé con la cuestión de hacer pequeñas plaquettes en fotocopia. Conseguí el apoyo, yo diseñaba los libros y Manuel Naredo me pagaba las copias, él era el coordinador del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes, y me patrocinaba las copias. Y hacía cuadernitos tanto de autores poco conocidos como de alumnos de la Escuela. Hice creo que cerca de 40 títulos en Fuera de Comercio. Algunos títulos de autores de Guanajuato que yo conocía (como Benjamín Valdivia, y otras unas traducciones de él también), y de autores de Celaya que yo conocía en los encuentros de escritores que en ese tiempo me invitaban mucho. Ya no me acuerdo por qué terminó la editorial. Luego traté de hacer algunos intentos, pero no funcionaron hasta que Ignacio Padilla me quitó la Escuela de Escritores por ciertas venganzas contra la SOGEM.

Durante ese momento también como coordinador académico, ¿qué experiencia tuvo con la revista Desde la Torre?

Desde la Torre fue una revista. Pero, a mí el problema con las revistas era la periodicidad que tenían que tener. Por eso yo no me arriesgaba, pero los muchachos ahí de la Escuela quisieron hacer una revista, y yo los apoyé. Juntaron sus centavitos. Hicimos creo que dos números de Desde la Torre publicando a alumnos de la Escuela. Ya te digo, hubo algunos intentos después de Fuera de Comercio hasta que llegó Federico de la Vega a proponer una revista. Yo estaba dando un taller en el CEFAC [Centro Estatal de Formación Artística y Cultural], y allí fue a buscarme Federico de la Vega para hacer una revista.

¿Hablamos de la revista Separata?

Hablamos de Separata. Él quería hacer como un cartel de poemas y pegarlo en las calles y cosas así. Nos reunimos en su casa, estuvimos platicando y se me ocurrió que por qué no mejor lo hacíamos en un sobre. Acuérdate que cuando se publica un libro académico a los autores les regalan unas separatas —ya no sé si se siga esta costumbre—. Antiguamente, al autor de alguna compilación de artículos académicos se les hacía una edición especial con su artículo o su ensayo académico y eso se le llamaba una separata. Entonces se me ocurrió que le podríamos poner el nombre de separata y hacer esos pequeños cuadernitos de cuatro páginas. A los demás que estaban ahí les gustó la idea. Empezó Federico como director, yo en el Consejo Editorial junto con otros amigos. Separata duró más de cuatro años, debe haber unos 70 títulos. Era mensual y había que sacarlos. Primero lo patrocinó una inmobiliaria, DRT; luego, el Dr. Gilberto Herrera desde la Facultad de Ingeniería, un hombre muy preparado que yo creo hizo mucho bien para la Universidad.

Dentro de Separata se le ocurrió a José Rafael Blengio Pinto algo. Me dijo que por qué no le publicaba un libro reuniendo sus sonetos. Yo le dije: Sí, con la condición de que le pongas el nombre a la editorial. Entonces él me propuso varios nombres. Me gustó el de Calygramma —cal y grama con faltas de ortografía—. Y así salió el primer libro. Luego, con los apoyos estatales del Apoyarte le publiqué a César Cano Basaldúa un libro, a Roberto Cuevas otro libro y así empecé a publicar en Calygramma. Después Benjamín Valdivia, mi amigo de Guanajuato, nos envió una convocatoria que se llamó EPRO-Libros. Federico también ya estaba muy interesado con el apoyo del Dr. Gilberto Herrera en publicar una serie de títulos, pero nos llegó esta convocatoria y propusimos 15 libros.

Déjeme hacer una breve pausa sobre el tema del editor de revistas literarias y culturales, porque yo creo que usted es bien consciente de que la vigencia de una revista cultural se expone a muchísimas cosas. Por antecedentes, usted ha sido un activo promotor de revistas, desde Dilema (1974) y Frondas (1979), pasando por Desde la Torre (1994), hasta Separata (2012-2016). ¿Cómo ve la evolución de su trayectoria como editor de revistas literarias?

De revistas actualmente yo veo que la cultura en Querétaro está olvidada. Es decir, no hay apoyos culturales durante los últimos dos sexenios. Se han modificado las políticas, no entiendo qué sucede. Cuando yo me gané el Premio de trayectoria —mi trayectoria poética—, ese premio en lugar de ser para una sola persona, era para tres. Empezó para una persona, el primero en ganar fue Chava Alcocer. Yo creo que Manuel Laredo, un excelente promotor cultural y promotor literario, trató de establecer ciertos parámetros para que no le estuviéramos dando lata con la publicación y con los apoyos, y creó el Apoyarte. Cuando Chava Alcocer estuvo muy grave, y tenía que estar en un asilo de ancianos, entonces creó —esa es mi suposición— el Premio de la trayectoria. Después no he sabido quién más se los ganó, pero cuando llegó Pancho Domínguez lo dividieron en tres. ¿De dónde sacaste tres por año…? Cuando yo gané el Premio a la trayectoria tuvimos una ceremonia con Francisco Domínguez. Yo le expliqué algo que he pensado siempre, que hay tres clases de cultura: la “cultura popular”, que crea símbolos y estos símbolos crean unión en las comunidades y es muy positivo, estos símbolos ayudan a que una comunidad se identifique entre ella para lograr su armonía como sociedad (que se ha perdido mucho últimamente con el neoliberalismo y todas estas cosas que nos afectan ahora). Después hay una que llaman la “cultura Disney”, la cultura del entretenimiento, que no nos deja nada más que entretenimiento y pesos — a los productores les deja mucho dinero—; no genera ni vínculos sociales ni crea otro tipo de aspectos que van a ser relevantes sin el reconocimiento de la actividad cultural de un país. Y, yo le decía al gobernador, luego está la “alta cultura”. La alta cultura es profética, prevé o se da cuenta de ciertos acontecimientos. Cuando se publica Las desventuras del joven Werther (1774) de Goethe se produce una serie de suicidios entre los jóvenes. Lo que supo ver Goethe fue que había un problema social grave, lo retrató en la novela y los jóvenes se identificaron con esa novela. Lo mismo sucede con otras novelas o con otras obras de teatro o con otras obras literarias. Yo le decía al gobernador, ¿quién es la figura más importante del período colonial mexicano…? Sor Juana Inés de la Cruz, una monja, que creó la gran cultura en México, y después cuando su protectora —porque la alta cultura necesita de algún protector— Condesa o Duquesa de Paredes se tuvo que regresar a España, un obispo misógino la puso a trabajar en labores de monjas, contrajo la enfermedad y murió a los 40 y tantos años. Le decía, ¿quién es el personaje más importante de ese mismo período en España? Es un tipo de ficción, es Don Quijote, que se sigue estudiando y nos sigue dando lecciones. Es un libro inmortal.

Pero regresando al tema, nos llegó la convocatoria de EPRO-Libros y propusimos 15 libros. Entre ellos —ya no voy a decir nombres— había una muchacha en México recomendada por otro cuate aquí en Querétaro, y a su libro —la labor editorial es también seleccionar los textos y hacer las correcciones necesarias para los textos— le quitamos más de la tercera parte y ella la aceptó. Quien no lo aceptó fue su amigo que nos la recomendó. Pero fue labor editorial. Luego tuve un problema con un autor queretano que no quiso modificar algunas cosas. Quiso hacer realismo mágico sin saber lo que es realismo mágico. Y luego salió una gran novela —que yo como editor ahí sí puedo decir su nombre, Carla Patricia Quintanar—, Incienso de seis a nueve (2013) que, desgraciadamente porque somos una editorial pequeña, hay pocos distribuidores que se arriesguen a la distribución de esta novela y de estos libros. Bueno, ahí se publicaron 15 libros, pero como somos tan malos comerciantes, produjimos en lugar de 15, 19, y nos interesaba más la literatura. Le publicamos a Juan Cameron, un gran poeta chileno, a Mauricio Beuchot —que tú debes saber de él—, y otros dos libros que ahorita no recuerdo, ah, a Félix Suárez, que era editor también de allá del Estado de México; y otro libro. Después de eso nos ganamos dos apoyos en años consecutivos para proyectos culturales de la Secretaría o del Instituto de Cultura (creo que todavía no era Secretaría en este tiempo en lo Federal) para producir libros que creo son indispensables, como la obra completa de Vicente Gerbasi, la obra de este gran poeta brasileño, ahorita se me van los nombres… El caso es que produjimos 6 libros. Ah, los ensayos completos y la poesía completa de Octavio Armand —que Federico lo había conocido—. Esa fue una recomendación. Ah, el cuarto que faltaba era de Armand. Federico llegó a ir a Venezuela, lo conoció, una gran persona —nos felicita cada año en Navidad y luego ya podemos hablar así por email—, un gran poeta y un gran ensayista.

Después yo tuve problemitas con la Agencia de ISBN. Federico se quedó con Calygramma, le puso Calygramma y Compañía. Y yo abrí la editorial Mandorla y ahí empecé a publicar algunos libros de creación y también algunos libros de investigadores, coediciones con la Universidad de Guanajuato. Ahí sigo.

¿Usted cómo resumiría el panorama editorial de México de finales del siglo pasado y principios del actual? Es el contexto que usted conoce más.

Es una pregunta difícil. Hay varios hechos editoriales que transformaron el país: el primero de ellos, Poesía en movimiento de Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Alí Chumacero [y Homero Aridjis], patrocinado por Arnaldo Orfila (que lo habían corrido del Fondo de Cultura y formó la editorial Siglo XXI). Ese fue un gran libro porque es una antología que todavía se sigue creo que reeditando. Nació inicialmente en el 67. Luego hay otro que se llama Asamblea de poetas jóvenes de México (1980), que hubo un boom —ahí por los setenta— de poetas. Esa antología fue hecha por Gabriel Zaid.

¿En cuál participó con seudónimo?

En esa, ahí participé como José Miguel Carrillo. Porque mi papá —todavía no me titulaba— me decía que primero era mi título, y para que no se enterara de que estaba escribiendo y haciendo revistas literarias (Risas), me puse eso. Cuando salió la Asamblea de poetas jóvenes, me dijo: ¿Por qué te quitas el Aguilar? Pero ya estaba titulado y la responsabilidad de mi padre era darme un título. Entonces, ya por eso firmé Miguel Aguilar Carrillo. Y además hay en el prólogo él menciona que hay muchos homónimos, pero el colmo son los Migueles Aguilar: Luis Miguel Aguilar —el hermano de este mafioso Héctor Aguilar Camín— y había allí un poeta de San Luis que no conozco, Miguel Ángel Aguilar. Pues ya éramos muchos Aguilares, entonces estaba bien que yo me hubiera quitado el Aguilar. Eso dijo el comentario de Gabriel Zaid.

Pero volviendo al panorama editorial…

Yo creo que ahorita lo que sucede es que hay mucha dispersión, ha bajado la calidad editorial. Yo creo que estuvo mucho mejor en el siglo pasado. En primer lugar, porque la población era menor, porque había mayor gente ocupada de ser editor —verdaderos editores, no comerciantes de libros—. Yo creo que actualmente sí existen muchas editoriales de las que se le llama independientes o marginales, están produciendo bien, pero las grandes editoriales están buscando el negocio. Yo no sé qué vaya a pasar con el Fondo de Cultura Económica. Espero que salga a flote después de tener ese director —que es comunista, pero comerciante, es un comerciante comunista—, y quiere libros para el pueblo. Si ahí está el libro vaquero, ¿para qué quieres libros para el pueblo? Ni modo, así nos pasa. Así son luego las decisiones.

Yo creo lo que sucede es que hay tal diversidad de opciones y tan mala distribución en las librerías, que es muy difícil darte idea de cómo está el ambiente cultural, no solamente literario. Yo creo que hay editoriales que siguen bien como Siglo XXI, [Ediciones] Era, de las más conocidas. Pero dentro de las editoriales mexicanas comerciales, que tienen un buen sistema de distribución, como que hay una baja. Por ejemplo, comprar un libro de Planeta, Grijalbo o cosas similares es arriesgarte. Muchas veces tienes que confiar más en el autor que en la editorial. Aunque todavía seguimos dependiendo mucho de las editoriales españolas —eso también es otra historia—, creo que en México las editoriales importantes están fuera del circuito comercial. Ve, por ejemplo, los libros de Mantis Editores o Bonobos Editores, ¿dónde los encuentras?

En su experiencia, ¿a qué se debe que haya formado diferentes marcas editoriales? Ya mencionó dos, Fuera de Comercio y Calygramma, pero muy poca gente conoce que también tiene otros sellos editoriales, sobre todo interesados en las letras, y yo por orden de sucesión, mencionaría: Fuera de Comercio, Rara Avis Editores, Montazonte Editores, Manantial Editores, Calygramma y Mandorla. ¿De dónde surge esta necesidad de hacer ya varias editoriales?

Sí, pero eran jueguitos, un poquito de autopublicación y de cosas así. No podría decir que eran un proyecto armado y con una idea muy clara, eran más bien formas de autopublicación. Se publicaban 20 ejemplares o cosas así, con mi dinero.

¿Cuál diría que es su marca editorial más madura?

Yo creo que Calygramma, sin duda alguna. Calygramma tiene un catálogo bastante bueno. Lo malo es que se publica principalmente poesía y ensayo. Además, es normal que si alguien es novelista prefiere lanzar a ver si se lo publica alguna editorial de las comerciales, porque va a tener una mejor distribución y a lo mejor hasta va a tener ventas.

Además de la amistad y el compadrazgo, ¿hay algo que usted busque en los autores que publica?

A veces el compadrazgo es difícil, porque te obligan a aceptar cosas que tú, como editor, no puedes aceptar. He tenido problemas, he tenido rompimiento de amistad con algunos autores. Porque una cosa es que te lleves bien con el autor y otra cosa es que aceptes sus escritos. Yo me puedo llevar muy bien con alguien, pero si lo que escribe es bastante flojo, le digo: Oye, discúlpame, pero no puedo.

Supongo que esto le ha orillado a tener una ética de trabajo. ¿Cuál es?

Claro, sí.Por ejemplo, yo me mantengo en parte de hacer coediciones con la Universidad de Guanajuato, son libros técnicos sobre diseño, arquitectura y cosas así. Ahí no puedo yo decir: Oye, aquí la fallaste. No. Son libros que ya están avalados por una serie de personas y que confían en mí porque sé hacer libros. Yo funjo nada más como el diseñador, corrector de estilo, diagramador.

Ya que toca esos temas técnicos, ¿usted tiene alguna ruta establecida para hacer la gestión editorial?

Ahorita en los tiempos están muy difíciles. ¿Cuál es la ruta establecida? Cuando uno publica poesía principalmente o ensayo (no ensayo académico, sino ensayo literario), tú sabes que aquí hay un problema y el problema es la distribución. Una vez fuimos a El Sótano a ver si nos distribuían los libros hace años —no aquí en Querétaro, sino en El Sótano, México—, y nos ponían una serie de trabas burocráticas y cosas que para ellos les convienen: que teníamos que tener un representante en México (quién paga el representante en México); y bueno, las comisiones, que son las que alteran el precio del producto. Por eso, uno sabe cuál es la gestión, pero uno sabe también cuáles son las posibilidades. Es lo que no sé yo bien cómo está. Yo creo que más que ser un profesional de la edición, soy un amante de la edición. Y como amante, gozo haciendo los libros. Más que pensar en que el libro va a tener tantas ventas o que tengo que trabajar con varios distribuidores o todo eso, es el placer de hacer el libro, y el de olerlo cuando sale de la imprenta, el de saborearlo, el de tenerlo acá (señala su corazón), muy dentro.

Miguel, ¿su forma de trabajar cada libro varía dependiendo del género? Por ejemplo, en poesía, en narrativa, en ensayo o en trabajo académico.

En ocasiones sí. En los trabajos académicos, a menos de que el autor me pida un cierto tamaño, no. Hay una cosa que a mí me gusta y creo que les gusta también a los investigadores, es que yo dejo márgenes amplios. Porque una vez le leí a George Steiner que ahora los libros tenían márgenes muy pequeños. Y si es un libro de ensayos o de artículos académicos, o de lo que tú quieras, tiene que tener un margen amplio. ¿Por qué? Porque ahí puedes hacer anotaciones, porque ahí puedes subrayar, porque ahí puedes jugar también con el libro. Si tienes márgenes estrechos, tendrías que ponerle nada más estos, cómo se llaman, posticks para poner tus notas y pegarlas. Pero ya el libro no te permite trabajar con él. Y también ahora la cultura del libro electrónico, que es muy práctico, pero no se goza. Yo no puedo estar leyendo en pantalla —será por mis años— tanto tiempo. Yo tengo que tener el libro, abrirlo, cerrarlo, buscar información sobre algo que no sé del libro, jugar y trabajar con él. Yo no tengo instrumentos para leer los libros electrónicos más que la computadora, que a veces, pues sí, tienes que usar.

Fíjese que al hacer la búsqueda de las editoriales que ya mencionamos, me he dado cuenta que es difícil encontrarlas en la web y también en algunas librerías. Al respecto, ¿por qué la mayoría de los libros que ha editado en estas editoriales tienen escasa presencia en la web?

Yo te podría decir que por la edad. No es lo mismo un joven que ya está muy familiarizado, que uno que le tiene que estar buscando y buscando y buscando, para encontrarle la solución en la tableta.

¿Puede ser también que, como no le interesa convertirse en un comerciante de libros, sino más bien un amante de los libros, lo deje ahí y no le interese lo que hacen las editoriales comerciales, que es invadir todos los medios posibles?

Sí, fíjate que ahí podría culparme de que, por lo menos, con estas grandes cadenas comerciales que existen en la web, yo tratara de introducir los títulos para ver si cae un incauto.

Ciertamente, te pierdes de llegar a un público más allá de lo que la geografía permite distribuirlo.

Sí. He cometido el peor de los pecados (Risa).

¿Cómo se llamaría ese pecado editorial? (Risa)

No sabría decirte. Habría que pensar en darle el nombre.

En toda su experiencia vital, ¿cómo se ha relacionado su labor editorial y su quehacer poético?

Yo creo que son dos cosas distintas, dos cosas distintas que en algún momento dado se unen en algún punto. Tú empiezas a publicar algo de un autor, vas tomando notas, y esas notas te van a llevar a la construcción también de un libro. Ahorita tengo una trilogía inédita que su título sería “Conversación con los difuntos”, basado en el primer cuarteto de Quevedo: “Retirado en la paz de estos desiertos,/ con pocos pero doctos libros juntos,/ vivo en conversación con los difuntos/ y escucho con mis ojos a los muertos”. Uno sobre Lezama Lima, otro sobre José Hierro y otro sobre Octavio Paz (principalmente de Ladera este). Los tengo madurando, esperando que entraran a un concurso o encontraran una editorial para que sean publicados.

¿Para usted hay una relación accidental en su historia como autor y editor?

Podríamos decir que sí, pero hay libros que me gustan y dices por qué no les haces un homenaje a los autores, estos libros se basan que el tema de los poemas que me gustan, algunos versos los pongo como epígrafes, y trato de desarrollarlos en el mismo estilo del poeta.

¿Y a usted le ha interesado autopublicarse?

Sí, pero ahorita no hay dinero (Risas). Ahorita vivimos tiempos muy difíciles para la cultura. Porque, por un lado, el gobierno federal le ha dado mucha más importancia a la cultura popular. Está bien. Pero yo tengo un problema con los antropólogos: para ellos todo es cultura. Es su objeto de estudio, ok, que sea objeto de estudio, pero no objeto —cómo te dijera— de aprobación, de decir esto es lo que vale la pena. Sí es un objeto de estudio, pero a esta actividad de, por ejemplo, del poeta, la poesía en sí no sirve para nada. Aunque hay algunos autores que dicen que la poesía es curativa y, en general, las artes. ¿Por qué razón? Porque vuelve aquello abstracto, lo vuelve concreto.

Te cuento una anécdota. Yo estaba muy deprimido y mi hermana me prestó un casete que me iba a ayudar para salir de mi depresión. El casete era la lectura hecha por un español de los poemas de San Juan de la Cruz. Pero los acentos y todo eso me fastidió. Entonces tomé mi ejemplar de la poesía completa de San Juan de la Cruz. La leí y comprendí algo que era bueno. ¿Otra anécdota? Una vez tuve que ir al psiquiatra en el IMSS para que me aceptaran una medicina para dormir. Y le pregunté al médico: Oiga, ¿por qué los lunes me siento como más deprimido? Ah, pues es fácil decirlo, porque empieza otra vez la rutina. Después de eso, le dije: Ah, Neruda tenía razón. “Por eso el día lunes comienza como un petróleo, con su cara de cárcel…” No me acuerdo ahorita bien. “Por eso el día lunes arde como el petróleo/ cuando me ve llegar con mi cara de cárcel,/ y aúlla en su transcurso como una rueda herida,/ y da pasos de sangre caliente hacia la noche”. Y ahí continúa. ¡Es cierto!, ¿no? El lunes arde como el petróleo. Tú lees eso y dices: Sí, es cierto, el lunes arde como petróleo cuando me ve llegar con mi cara de cárcel… Eso ha hecho que mis lunes sean menos terribles (Risas).

Lo que sucede es que la utilidad de la poesía y la utilidad de la obra de arte es en este sentido: que esto que tú tienes dentro que te causa un malestar o a lo mejor hasta un bienestar [lo vuelves concreto]. La otra vez en un taller que dirijo nos pusimos a leer las Odas elementales (1954) de Pablo Neruda y una de las participantes andaba medio deprimida. Nos pusimos a leer al azar y la “Oda a la madera” a una de ellas le encantó y me dijo que se acordaba cuando había ido a Chile. Eso que era un recuerdo medio abstracto lo volvió concreto, porque muchas casas eran de madera, el olor a madera te invitaba también a la reconciliación con tu misma soledad. Y además ya una habitación —podríamos decir— es una especie como de útero donde tú sales, sales a la vida, pero regresas al vientre materno. Y encuentras dentro de tu soledad esta seguridad que de otro modo no podrías tener y entonces ya es soportable la soledad y la felicidad también. Te puedes poner a leer a Carlos Pellicer, y claro, ¡ahí está la felicidad! En ese tipo de poemas que son tan gratos, tan felices de Pellicer, aunque también tienen su parte oscura.

Ha comentado sus inconvenientes con los antropólogos, pero ¿su trabajo editorial se inspira en alguien? ¿Tiene de referencia a alguien que le inspire a trabajar como editor?

Actualmente, fue ese el gusto de enfrentarme, fue perder el trabajo, fue entrar a buscar ya algo que se pudiera obtener yo recursos para vivir, fueron los estímulos económicos que recibimos (porque también fue con Federico) varios años. Y ahorita yo creo que estamos en una crisis, tanto dentro del Gobierno federal, que le pone más atención [a la cultura popular], debido a los antropólogos (a la antropóloga que dirige esto no me acuerdo, cómo se llama, Socorro Venegas); como al nombramiento de Paco Ignacio Taibo II. Hay un descuido en lo que es la cultura en sí, lo que consideramos nosotros la alta cultura, no sé si sea alta o baja, o si Sabines y Efraín Huerta sean alta cultura, pero yo los considero que sí, son grandes poetas. Si lo pones en nuestro espacio aquí en Querétaro, por ejemplo, ves que es de manera bastante superior el descuido por la cultura. No hay recursos.

El tema que coloco sobre la mesa tiene que ver con personas. No sé si su generación tomó de referencia a Carlos Barral, a Esther Tusquets, a Gastón Gallimard, a Max Perkins, a otros de estos editores del siglo pasado o hasta el propio Orfila, que se convirtieron en referentes. Y no sé si usted de más joven o actualmente diga: para mí la labor de este editor de alguna manera me ha servido, me ha apoyado, me he inspirado…

Sí, pero mira, cuando Orfila salió del Fondo de Cultura fue porque publicó un libro que se llamó Los hijos de Sánchez (1961), que según Díaz Ordaz —que era un tirano— ofendía a México. Porque era de un antropólogo que hablaba de las condiciones en que vivía el lumpen mexicano. Y lo sacaron. Como Orfila había hecho muy buenas amistades, se hizo una subasta de arte para que él tuviera los recursos necesarios para formar la editorial [Siglo XXI]. Hubo eso. Todavía no era tan difícil la comercialización. Y esto lo vino a quitar López Obrador cuando metió a Paco Ignacio Taibo II, eliminó el decreto de que no podían participar personas extranjeras (porque Orfila era argentino), para darle chamba a Taibo II o yo no sé. Pero si Paco Ignacio Taibo vende muchos libros —muy malos, por cierto—, ¿para qué quería la dirección del Fondo de Cultura? Yo creo que para perjudicarla. Porque yo creo que el Fondo de Cultura es —o era— la mejor editorial de América Latina. Acuérdate, en todas las dictaduras —lo dice creo que José Emilio Pacheco— ningún país ha soportado a sus poetas vivos. ¿Cómo creció la [Librería] Gandhi? La Gandhi antes lo que hacía era comprar libros (lotes de libros) de las editoriales argentinas, chilenas que estaban bajo las dictaduras y ponerlos a precios muy cómodos en México. Ya después de eso, el hijo de Mauricio Achar se dedicó a hacer la comercialización y ahora la Gandhi es una librería que vende novedades, pero que no vende verdaderos libros. Es lo que pienso.

¿Quiénes son para usted los editores más destacados que tiene México actualmente?

Yo creo que [Ediciones] Era… Yo no estoy dentro del ambiente, así como para decirte quién, pero yo creo que las editoriales pequeñas, las editoriales independientes o marginales, dentro de poco van a ser importantes, es decir, no porque sean un negocio para ellos, sino porque son libros que van a perdurar. En ese sentido, nos hace falta ver qué va a pasar. Ahora, te digo, a mi edad ya no soy lector de novedades sino relector.

Un lector de las retaguardias, diría yo.

Pues sí. Mira, yo estuve durante muchos años dirigiendo un círculo de lectura en donde leíamos los libros y buscábamos los temas. A veces nos encontramos con cosas muy buenas, por ejemplo, un escritor que se difunde poco, que cuesta trabajo, David Toscana. Es muy buen escritor. Pero yo no sé por qué La ciudad que se llevó el diablo (2012), creo que así se llama una, que sucede en Varsovia, que es una novela sobre un tema muy difícil, habla de la amistad. En una novela normalmente no se habla de la amistad, se habla del amor trágico o se habla del amor, cómo se llama ahora, romántico o sentimental, y son las que tienen éxito. Releí a Carlos Fuentes por esas épocas y me quedé pensando, qué mal estructurados son sus libros. Y me da mucha pena que Vargas Llosa, siendo tan gran escritor, se haya vuelto un fascista. Pero, ni modo. Como decimos, el tiempo cambia a las personas.

Miguel, ¿a usted le ha interesado formar editores?

Formé a Federico [de la Vega].

Cuando estuvo de coordinador y maestro en la SOGEM, ¿alguien de aquella época, de aquellas generaciones, a la fecha continúa en el trabajo editorial?

No sé, no creo. Bueno, Federico. Últimamente después de la pandemia estoy bastante alejado de todas estas actividades culturales, no sé ni qué editoriales hay en Querétaro. Sé que está Oliver Herring. Sé que anda Alejandro del Castillo, que hace libros bellos. Sé que por ahí hay algunas editoriales, pequeñas también. Pero no estoy del dentro del ambiente y no te sabría decir quién está haciendo las cosas de manera adecuada.

Regresando a un tema que ya tocó hace unos minutos, ¿usted qué tipo de crítica ha pensado sobre el libro digital? Por ejemplo, existe mucho la nostalgia de la sensación del libro físico.

Decía Augusto Monterroso, los libros te corren de tu casa, porque piensas acumular libros y ya luego no sabes dónde ponerlos. Creo que con las viviendas más pequeñas que se hacen cada día, el libro digital viene a solucionar parte de este problema de lo que es la acumulación de libros. Yo creo que el libro digital sí tiene una función que está bien. Hay personas que se adaptan bien porque la tabletita no pesa, no ocupa espacio. Pero a quienes nacimos entre libros, queremos ver el libro. Hace un tiempo, antes de la pandemia, hubo una reunión en la casa donde había varios maestros de la Escuela de Lenguas y Letras, y dijeron: Es que el libro ya se va a acabar porque, pues en internet encuentras todo. Claro, encuentras los artículos, las críticas sobre los libros. ¿Pero qué pasa con la ocupación de estos maestros? ¿Su ocupación es trabajar sobre un autor y conseguir con eso su entrada al Sistema Nacional de Creadores? ¿O es por amor a las letras porque te apasiona alguien? Te pones a preguntar… Gabriel Zaid dijo hace muchos años que la poesía mexicana estuvo sana mientras estuvo en manos de médicos, abogados, farmacéuticos, luego que se metieron los literatos, se acabó (Risa). Y yo creo que sí tiene algo de razón. Porque ahora más que el valor de uso, está el valor de cambio, es decir, esto me produce un dividendo, que es estar en el Sistema Nacional de Investigadores. Pero a lo mejor no tengo interés en eso, en estudiar a fulano. Yo me acuerdo que le decía yo a una alumna que tuve en la SOGEM que hizo una tesis sobre Julio Cortázar. Y le dije: Oye, ¿para qué haces una tesis sobre Julio Cortázar? Las universidades gringas deben sacar 300 o 400 tesis al año, por lo menos sobre Julio Cortázar. Ponte a trabajar a otros autores locales, nacionales… Pero da más renombre hablar sobre Julio Cortázar, aunque ya no digas nada nuevo, que hablar sobre un autor.

Miguel, el tema del rol social del editor es polémico. Por ejemplo, Boris Spivacow, el fundador de Eudeba en Argentina, decía que ser “editor es un oficio como cualquier otro… ser editor es tratar de encaminar al público en cierta dirección, tratar de ampliar las cosas mejores que hay en su mente, en sus sentimientos —que halle en sus conocimientos las cosas que puedan ser útiles a la sociedad, que puedan ser útiles para él mismo”. Para usted, ¿cuál es el compromiso del editor en nuestra sociedad?

Eudeba, ¿verdad? Sí, tengo por ahí una enciclopedia de Eudeba, que es muy buena… Pero, es que los tiempos cambian. El público lector, en ese tiempo, era un público más reducido. El público culto, por llamarle de alguna manera, va en busca de tener una cultura. Ahora yo creo que la labor del editor o, por lo menos en mi caso, es producir belleza. Producir algo que cause un placer y que ese placer cause un conocimiento. Pasa que ese conocimiento puede partir del sumergirte en los infiernos, en un momento dado, para salir como Orfeo con un conocimiento. Vas teniendo este conocimiento y vas teniendo esta nueva realidad, partes del Hades para llegar otra vez a la tierra. Y eso te va a producir un cierto placer estético. ¿Por qué son importantes luego las novelas de terror? ¿Por qué Edgar Alan Poe llama la atención? Porque no eran historias, así como que muy conmovedoras, sino que te hacían que te metieras en tu lado oscuro, para salir de ahí como una especie de catarsis, yo creo.

Actualmente hay tantos distractores que es muy difícil que puedas dedicarte a la lectura, dedicarte a buscar la belleza en ese sentido. Hay un distractor de los jueguitos de internet y de los aparatitos para jugar en la pantalla. Decía Simone Weil, allá por los 40, que el obrero llegaba cansado a su casa, y entonces sólo le quedaban tres formas de solucionar ese cansancio: la convivencia con los vecinos, el arte y la religión. Ahora, ¿qué dice Byung-Chul Han? Estamos en la sociedad del cansancio. Estamos cansados, no queremos saber de nada, vemos la tele: Oye, ¿de qué se trató el programa? No sé. Atraparon al malo y ya. Pero haber platícame. No sé… Estás tan cansado y tienes tantas cosas que hacer, tienes tantas obligaciones, porque —volvemos a lo mismo— hay tal burocratismo, tales cosas, que no puedes tener una vida plena. Yo para meter algún documento tengo que sacar, si es aquí en el Estado, tengo que ir a sacar mi Carta de residencia. Me tengo que ir al Centro Cívico [de Querétaro], pagar $ 120, ir con el cuate este y decirme vuelva en una semana y entonces vuelves a ir la otra semana para llegar. Tienes eso. Vas al Banco a sacar una chequera y te piden tal cantidad de documentos. Vas al SAT y te piden tu carta de obligaciones fiscales, tu carta de opinión fiscal. Te pasas la mañana haciendo esas cosas en vez de ocuparlas en cosas que pudieran dar más placer. Entonces estamos cansados, llegamos agotados y decimos: ¿Sabes qué? Hasta aquí, ahora un tequilita y una chela y un programa de TV, porque no puedo ni leer, no me puedo ni concentrar.

En general, ¿usted cómo plantea la relación que hay entre política y quehacer editorial? Y por política, siendo específico, me refiero a las acciones gubernamentales de un partido determinado en la sociedad, actividades sexenales a nivel municipal, estatal y federal. ¿Usted cómo ve esta relación?

El que escribe y el que escribe bien, la literatura y la literatura buena dice la verdad. O, como diría Nietzsche, no hay hechos, hay interpretaciones. Y al político le gusta ocultar las cosas. Por eso, luego las relaciones entre poder y creación —o en esta cuestión editorial que trata de producir buenos libros—, están peleadas. Porque el buen libro te va a decir una verdad o te va a interpretar una verdad, y al político no le interesa o no, le molesta. Te digo lo que habíamos dicho: ningún poeta ha sido amado en las dictaduras. Ve el caso de García Lorca. Se fue a esconder con un amigo suyo fascista y ahí lo encontraron y lo mataron. ¿Por qué? Porque era un gran poeta, era una celebridad, era músico, actor, dramaturgo. Ha de haber sido delicioso conocerlo. Pero no lo soportaron. A otros, que hay que soportarlos, antes se acostumbraba a mandarlos de embajadores o de encargados de alguna embajada. Ahora no, se han vuelto ya tan descarados los políticos que los hacen a un lado. Tú publica un poemita en Facebook y vas a tener 50 likes, y tú vas a decir: Ay, cincuenta que leyeron mi poemita. Y algunos que te lo pusieron por compromiso. Pero yo creo que el político se ha vuelto más descarado. Lo vemos en el actual Gobierno del Estado, no les interesamos para nada.

Si usted pudiera cambiar algo en la política editorial de Querétaro, ¿qué sería? ¿Y por qué?

Pues que hubiera un editor en el Estado, alguien que supiera de libros. Porque hace cuánto que no hay un editor en el Estado… Editor en ese sentido de ser una persona crítica sobre el libro que vas a publicar, es decir, tú vas a tener los recursos, te vienen, ahora ¿qué criterios vas a tomar tú como editor al frente de una oficina gubernamental…?

Es difícil encontrar a un editor con esa característica actualmente.

Pues sí.

Si le pidiera casi para cerrar un mensaje a los futuros editores de Querétaro y de México, ¿qué le diría?

Que trabajen con amor, que sigan haciendo lo que ellos gusten, que el libro no va a desaparecer, que la poesía es más necesaria cada vez cuando estamos en crisis. Ah, se me olvidaba mencionarte, cuando salió la Asamblea de poetas jóvenes, un amigo, ahorita se me va el nombre, decía: ¿Por qué hubo tal explosión de poetas después del 68? Porque era la única manera de expresarse sin que te tuvieran en la cárcel.

O desaparecido…

O desaparecido, sí. Yo no sé por qué no se puede detener tanta violencia en el mundo, en México y en ciertos Estados. Ya nos acostumbramos a la violencia. Yo nací en 54, en el 67 entré a la secundaria. Yo caminaba hacia avenida Insurgentes, tomaba mi camión. Me iba a la escuela. Regresaba en mi camión y llegaba a la casa. No había desconfianza. Ahora dime tú, si a una muchacha, por ejemplo, de 12-13 años la dejas que se suba en un camión aquí. ¡No! Yo lo veo con mis nietas. ¿Cómo se van a ir solas en un camión…?

Yo creo que la poesía por lo menos —la literatura en general y el arte— denuncia. Pero cada vez hay más distractores. Ah, y otra cosa, lo que hacen las grandes corporaciones es volverlo comercial. El grito de Munch, una gran obra contestataria que te muestra el dolor del mundo, lo han hecho artículo de consumo. Ya hay playeras, rompecabezas con el grito de Munch. Ya ha perdido su valor contestatario para volverse un objeto de consumo. ¿Qué es lo que hacen los grandes poderes, no sólo el gobierno, sino las grandes empresas? Volver aquello que es contestatario, volverlo objeto de consumo. El neoliberalismo es terrible.

Se traga todo el capitalismo y el neoliberalismo, hasta la poesía y el arte. Y ya para ir cerrando, Miguel, ¿podría comentarnos qué proyectos editoriales vienen en camino?

Ahorita la editorial está prácticamente parada por falta de recursos. Espero que se solucionen las cosas en Guanajuato para poder seguir manteniéndome. Y también que en el Gobierno federal haya los apoyos. Te iba a comentar algo. Ángel Rama, un crítico de arte de allá los 50-60 que murió en el avionazo junto con Jorge Ibargüengoitia, decía que dos de los principales factores del boom latinoamericano habían sido la revolución cubana y la industria editorial española (sobre todo los catalanes, hay muchas editoriales que son de origen catalán en Francia). Decía, la revolución cubana porque les dio a los intelectuales de esa época una esperanza para salir del capitalismo (que era mucho menos severo que lo que es el neoliberalismo). Dice, Franco permite que se desarrollen las editoriales Seix Barral, Siruela —que eran de gente rica— para que produjeran libros, pero que no se distribuyeron en España, sino que se distribuyeron en América porque en España no podía ver esa literatura. Los Tres tristes tigres (1965) de Cabrera Infante no se distribuyeron en España y otros libros fueron censurados. ¿Cuándo es cuando nace la nueva literatura española? Cuando se rompe el franquismo, se crea la democracia y hay competencia de partidos. Y es que los grandes poetas fueron expulsados: José Ángel Valente se tuvo que ir de España, [Pere] Gimferrer también; y los otros se quedaron en la obscuridad, hasta que murió Franco y salieron. Es decir, ¡aquí toy! (Risas) Como José Hierro. Pero en este momento, vuelve España otra vez, según me cuentan, vuelve a ser otra vez de extrema derecha.

Me gustaría finalizar con una asociación de palabras. Yo le voy a decir unas palabras y usted va a hacer una asociación con una sola palabra.

Editor: Idealista.

Libro: Conocimiento.

Tequila: Descanso.

Ciencia: Mito.

Querétaro: Fraternidad.

Literatura: Salvación.

Biblioteca: Iluminación.

Cigarro: Pensamiento.

Imprenta: Cultura.

Vida: Plenitud.

Gracias por contarnos otra faceta suya, la del editor, para que las generaciones que vienen lo conozcan.

Gracias a ti.

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