Pensar México: Notas - MilMesetas

2. De la palabra “México”

En primera instancia, México es una palabra. Es una forma mental que une sonido y/o figuras (pensemos en los sordos de nacimiento que logran usar palabras) con significado como parte de un código comunicacional. Mucho se ha dicho y se puede decir acerca de las palabras, pero aquí solamente se dirá algo elemental de una de ellas.

“México” es una palabra que proviene del náhuatl. De uno entre centenas de idiomas nativos, vivos y autónomos de América (todavía hay que resaltar su autonomía para continuar diluyendo el desdén hacia ellos). Tan solo en el país nombrado con dicha palabra, hasta estos inicios del siglo XXI, hay 68 de esos idiomas. Y tal diversidad en el pasado, de América y de México, llegó a ser aún más grande.

Un tanto más específicamente, “México” es una palabra del náhuatl vertida a letras latinas. Una palabra usada, amoldada y registrada en el idioma español. Aunque, no por lo anterior deja de ser náhuatl, como bien lo distingue el Diccionario del náhuatl en el español de México, publicado en 2007 y coordinado por Carlos Montemayor, obra en la cual se ofrece una clara y breve explicación etimológica de tan peculiar y difundida palabra:

México. Lugar de Mexitli. Mexi-co. De Mexihtli, nombre alterno de Huitzilopochtli, –co, part. locativa (interpretación que registran, entre otros, Clavijero, Rémi Siméon, Cecilio A. Robelo y Luis Cabrera). También: En el ombligo de la luna (interpretación que registra Sahagún). Metz-xic-co. De metztli, luna, xictli, ombligo, –co, part. locativa. DF.

En esta entrada tenemos dos etimologías que abren un amplio y complejo horizonte para las interpretaciones históricas, simbólicas y poéticas acerca de México. Entre una deidad solar y un símbolo lunar. Huitzilopochtli, “colibrí izquierdo”, hijo de Coatlicue o, en otras versiones, de Ometeotl (suprema deidad dual) y hermano de Quetzalcoált, es el que manda fundar una ciudad donde los peregrinos provenientes de Aztlán encuentren un águila devorando una serpiente sobre un nopal. La luna, el astro más prominente de la noche, aunque muchas veces no visible, con diversos vínculos simbólicos, por ejemplo, con el maguey, planta con múltiples funciones y beneficios, y el conejo, presencia dinámica que atraviesa la existencia humana. El ombligo, que remite al nacimiento, la centralidad, la tierra… Y es posible encontrar otras etimologías, bien asentadas o no (Gutierre Tibón en su Historia del nombre y de la fundación de México, cuya tercera edición es de 1993, registra 70 variantes etimológicas de “México”), que pueden ampliar tal horizonte.

Ilustración del autor

Aun en aproximaciones elementales como la presente, no se tiene que dejar de lado que el uso antiguo de “México” era en conjunción con otras palabras y, al parecer, nombraba a más de un lugar: México Tenochtitlan, Tenochtitlan: lugar de Tenoch (caudillo mexica) y México Tlatelolco, Tlatelolco: terraza.

Algo claro, es que “México” es un topónimo tanto en náhuatl como en español.  Un nombre de un lugar. (No siempre en las apropiaciones de palabras entre idiomas se mantiene la misma función, por ejemplo “Yucatán”, un locativo, viene de la frase verbal “no te entiendo”) El uso referencial del topónimo “México” fue ampliándose y diversificándose en el transcurso de la historia: de ser nombre de una ciudad o zona, pasó a también ser nombre de un valle, el Valle de México, de una región política, el Estado de México, y principalmente de un país sumamente diverso, México. Y tal palabra también fue integrada en el nombre oficial del orden político instaurado en el país referido a partir del año de 1824: una república que actualmente tiene poco más de 2 millones de kilómetros cuadrados de territorio, incluidas aguas marinas, los “Estados Unidos Mexicanos”. Pero, estrictamente, en este último caso sí cambió la forma y función de “México”, de sustantivo a adjetivo, con todos los problemas semánticos y simbólicos que ello implica.

Muy en general, se puede decir que la palabra “México” está fuertemente enraizada a una cosmovisión, una civilización y una historia específicas y que invoca nociones como las deidades mesoamericanas (que pueden interpretarse como un otro superior con lo que se puede tener relación dentro de un orden amplio) y los astros (como lugares reales y simbólicos). “México” es una palabra difícil de asir llanamente con el pensamiento, así como sucede con lo mucho que ella refiere. Es, pues, una palabra que nos pone en un terreno etimológico, semántico y simbólico no completamente delimitado. Aunque, esto no es necesariamente malo; puede ser tomado como un llamado a conocer el enorme bagaje del que dicha palabra es heraldo.

Fuente de la portada: “Pared al sur de Ciudad de México”, fotografía del autor

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