A Fredi Zavala Delgado
Un año es, básicamente, el tiempo que tarda un planeta en dar una vuelta alrededor del sol respecto al cual gravita. En nuestro planeta corresponde, aproximadamente, a 365.242 días, aunque normalmente se cuenta como 365 y, para retomar las fracciones no contadas, cada cuatro años se agrega un día.
Entre una y otra de las millones de vueltas de nuestro planeta alrededor del Sol suceden cambios naturales con cierta regularidad y mucha calma. Desde la perspectiva del ser humano, hay aún más cambios entre año y año que pueden parecer más acelerados que los cambios naturales: los de la propia existencia humana y las consecuencias de ella. No obstante, los cambios pueden no ser tomados en cuenta. O, por otro lado, cualquiera de ellos puede señalarse como inicio o novedad. Así, pues, el comienzo de un año se puede tomar de varios modos, desde con una completa indiferencia hasta con el más fervoroso deseo de cambios drásticos.
La conciencia de poder señalar un comienzo (que implica la consciencia de que las cosas momento a momento cambian) abre la posibilidad de provocar más cambios de los que natural o inercialmente suceden. Pero ello también requiere la intención de hacerlos, la intención de aprovechar un cambio básico o formal para comenzar cambios grandes o profundos. Esto, en realidad, se puede ejercer, además de en los comienzos de los años, en los comienzos de los meses, de los días o en este mismo momento. Porque cada momento es distinto a momentos anteriores. Cada momento es un nuevo comienzo.
Comenzar para mejorar, me parece, requiere, además de las mencionadas consciencia e intención, la revisión sincera de lo previo, para tener claro cómo hacer mejor las cosas, y el gozo de la capacidad de acción, por mínima que sea, para hacer las cosas con cuidado y armonía.
Cabe resaltar que siempre podemos obtener cosas buenas de lo que hacemos, incluso de las torpezas (por no llamarles errores o daños) que cometemos, por ejemplo, podemos obtener autoconocimiento. Precisamente, una de nuestras muchas torpezas es dejar de tener presente que cada cosa buena, por pequeña que sea, tiene gran relevancia y perdura mucho más que aquello que consideramos malo.
Fuente de la portada: “Vivir y florecer juntos”, fotografía del autor
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