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La filosofía política contemporánea puesta en el espejo. Entrevista a Felipe Curcó Cobos

Felipe Curcó Cobos es doctor en Filosofía Política por la Universidad de Barcelona, con especialidad en Teoría Política Contemporánea. Fue becario Fulbright y profesor de Ética y Filosofía Política en dicha Universidad. Desde 2007 es profesor e investigador en el Departamento Académico de Ciencias Políticas del ITAM, donde actualmente imparte cursos sobre psicología política, teoría política clásica y teoría política post-rawlsiana. En su destacada trayectoria filosófica ha examinado el pensamiento teórico político de Richard Rorty, situándolo en el debate contemporáneo en torno a la modernidad y sus críticos. Por otro lado, su obra publicada se ha centrado en el análisis teórico del constitucionalismo, la relación entre el liberalismo y la democracia, el análisis normativo de la política contra la inseguridad en México, la ética del discurso, la filosofía de la liberación latinoamericana y el debate jurídico en torno al modelo de racionalidad antiguo respecto al moderno. Recientemente sus indagaciones han explorado el comportamiento político y electoral (por ejemplo, desde la perspectiva de la psicología política) a través de una propuesta cuyo objetivo es nutrir la ciencia y la filosofía política con nuevos andamiajes epistemológicos que apuestan a superar algunas de las premisas de la teoría de la elección racional que fue predominante a finales del siglo pasado. Con motivo del XXI Congreso Internacional de Filosofía de la Asociación Filosófica de México, A.C. celebrado del 6 al 10 de noviembre de 2023 en la ciudad de Guanajuato, tuvimos la oportunidad de coincidir y platicar alrededor de una hora bajo el silencioso jardín de la Escuela de Idiomas de la Universidad de Guanajuato. En la presente entrevista exploramos su visión de la filosofía política, en particular en México, también abordamos las tesis esenciales de sus libros individuales, que pueden ser de interés general, debido a que abordan el análisis de cuestiones tan relevantes como el tema de la seguridad y la teoría del voto desde un enfoque filosófico; y no fue posible omitir su prospección sobre el proceso electoral de 2024, ya que sus interpretaciones pueden dar cuenta de una posición filosófica singular. De forma sencilla y austera, cerramos el diálogo centrándonos en su propuesta pedagógica, poniendo especial atención en el rumbo y las líneas de investigación en las que actualmente se encuentra concentrado.

Ramsés Jabín Oviedo Pérez. Buenos días, es un gusto que estés esta mañana aquí en Guanajuato acompañándonos en el XXI Congreso Internacional de Filosofía. Quisiera comenzar abordando algo personal. ¿Qué experiencia te motivó a estudiar filosofía como una opción de vida?

Felipe Curcó Cobos. Bueno, la verdad es que llegué a la filosofía de manera casi accidental y no como resultado de un proyecto conscientemente planificado. Originariamente yo estaba inscrito en la carrera de Filosofía y en la de Ciencia Política al mismo tiempo. Las cosas tomaron el rumbo que tomaron a partir de que un profesor (por quien tuve la enorme fortuna de ser formado) marcó de manera decisiva mi trayectoria profesional. Me refiero al Dr. Fernando Salmerón [1], quien a través de su influencia y apoyo contundente, me impulsó a introducirme plenamente en la filosofía para dedicarme de lleno a esta actividad. Posteriormente tuve la posibilidad de combinar mi inquietud inicial, que era hacia la Ciencia Política, con la filosofía, realizando mis estudios de posgrado (maestría y doctorado) en filosofía política. De esa manera he podido combinar las dos inquietudes por las que inicialmente siempre me sentí atraído.

¿Consideras que la filosofía política tiene tradición en México?

Qué buena pregunta. Sin duda existe una profunda tradición. De hecho, México ha sido especialmente prolífico en contenido y desarrollo filosófico. Primero, con el Ateneo de la juventud mexicana, la asociación cultural que, a principios del siglo XX, y en el ocaso del porfiriato, aglutinó a mentes de la envergadura de Antonio Caso, Alfonso Reyes, Vasconcelos o Pedro Henríquez Ureña. A ellos debemos que clásicos como Kant, Rodó, Walter Peter o —críticos del positivismo— como Émile Boutroux y Henri Bergson, comenzaran a ser leídos y asimilados en México. Años más tarde nuestro país se vio favorecido (por no decir bendecido) desde el exilio español. Una serie de jóvenes formados en el magisterio de José Gaos, dio lugar a conformar el conocido grupo Hiperión. El Hiperión estuvo conformado por gigantes del pensamiento (como mi propio profesor Fernando Salmerón), filósofos todos ellos que hicieron escuela en México, entre quienes han destacado (por mencionar sólo algunos nombres) pensadores de la talla de Emilio Uranga, Jorge Portilla, Leopoldo Zea, o Luis Villoro. Otros grandes filósofos que no fueron propiamente hiperiones vinieron también con el exilio, tal fue el caso de Eduardo Nicol. A ellos (Nicol, Gaos, Salmerón) debemos en buena medida la introducción de la fenomenología en México, así como la creación de una de las instituciones que más han contribuido a enriquecer la vida cultural de la nación: la Casa de España en México, desde donde generosamente se ofreció refugio a los intelectuales españoles que, como consecuencia de la mala guerra española, se vieron forzados a llegar a nuestro país. Posteriormente, y gracias a las gestiones de Daniel Cossío Villegas, la Casa de España se convirtió en lo que hoy conocemos como el Colegio de México.

¿Qué tipo de relación observas tú entre la filosofía política y la ciencia política?

En todas las ciencias (ocurre en matemáticas, física o economía) hay áreas de especialización empírica y áreas de especialización teórica. Lo mismo ocurre con el estudio de la política. Indudablemente existe una muy importante trenza entre ciencia política y filosofía política. Siempre les digo a mis estudiantes que la ciencia política sin la filosofía es ciega porque no sabe hacia dónde encaminarse, no sabe hacia dónde dirigirse, carece del aparato crítico normativo capaz de razonadamente señalar qué es lo que debe hacerse; pero también les digo que la filosofía política sin la ciencia política es manca, porque carece de los datos empíricos en los cuales apoyarse y soportarse. Creo que una formación adecuada para la gente interesada en estudios políticos debe ser capaz de profundizar en ambas áreas: la teórica que brinda el aparato crítico, y la empírica que ofrece el soporte positivo que permite a la reflexión no derivar en mera especulación.

La manera en que yo siempre explico esto, es: la filosofía política consiste en una forma de pensamiento esencialmente negativo, en el sentido de que su función se orienta a negar el statu quo para superarlo. La finalidad esencial de la filosofía política, por tanto, consiste en cuestionar, dudar; su meta es rebasar y mejorar lo dado (la crítica es siempre el motor del que nace todo progreso). En cambio, la ciencia política es una forma de pensamiento fundamentalmente positivo, es decir, su tarea consiste en medir lo positivo, lo que puede calcularse o corroborarse; su finalidad es trabajar con datos, cuantificar, establecer coeficientes de correlación entre variables. Se trata de formas de actividad intelectual complementarias, no excluyentes.

Y tú como investigador en ambas áreas, ¿qué temas emergentes estás observando en los últimos años que impactan en los estudios electorales?

Mi área de especialización es en filosofía, no en ciencia política, por tanto, mi enfoque siempre es normativo, aunque claro, como te digo, una cosa no excluye la otra. No es posible hacer análisis teórico sin partir de una base empírica, y el uso de todo protocolo o procedimiento empírico siempre supone asumir una determinada filosofía. Respecto a la pregunta. No tengo duda que una de las áreas de estudio más urgentes en mi disciplina (tanto en la ciencia política como en la filosofía política), es aquella que se ocupa del análisis de los temas electorales. Precisamente el tema del cual voy a hablar hoy en el Congreso [Internacional de Filosofía] gira en torno a la profunda erosión que actualmente podemos apreciar en la percepción que las personas tienen sobre la democracia. Los datos son alarmantes. Por ejemplo, según el Latinobarómetro y Eurobarómetro (que desde hace décadas miden las percepciones políticas de los ciudadanos) el apoyo hacia la democracia en América Latina ha caído un 48%. Alrededor de un tercio de los consultados se declara indiferente entre una forma de gobierno libre o dictatorial. Por si fuera poco, ha habido un aumento dramático en el número de personas que dicen preferir “un líder fuerte y carismático que no sea molestado por el Parlamento ni el poder judicial y que no tenga que convocar a elecciones”. Es urgente diagnosticar a qué se debe eso y por qué está ocurriendo, así como tratar de encontrar paliativos, soluciones o alternativas a ese fenómeno que apenas comienza a ser seriamente estudiado desde el ámbito del pensamiento normativo.

Ahora abordemos un tema que has explorado en investigaciones previas, a saber, la seguridad. ¿Podrías explicarnos qué importancia tiene dentro de la filosofía política la seguridad?

Sí tiene mucha importancia, es un tema fundamental porque generalmente en México se trata de una cuestión que ha sido abordada exclusivamente desde la perspectiva cuantitativa, cuando lo cierto es que hay una parte de ese problema usualmente ignorada y que de nuevo compete a la dimensión normativa. Específicamente requerimos emprender un análisis ético de la narrativa institucional y oficialista desde la que se pretende dar cuenta de este problema.

Esa fue una de las tareas a las que me aboqué en ese libro que publiqué hace ya años[2]: explorar el discurso de simulación articulado desde las instituciones oficiales. En el momento que yo escribí ese texto me refería a cómo se manejaba la narrativa entorno a este problema desde el Gobierno de Felipe Calderón. La estrategia central consistía en ofrecerle a las personas aquello que en su momento el sociólogo Fernando Escalante denominó en su libro —El crimen como realidad y representación— un “nuevo lenguaje”. Parafraseando al sociólogo, este nuevo lenguaje debía ser una especie de lengua franca o vehicular en la que hechos y eventos aparecieran simplificados: una especie de cuento o ‘épica de la lucha contra el narco’ que todo el mundo fuera capaz de entender. La finalidad era elaborar un relato soportado en dos o tres trazos muy simples, con villanos, por un lado, y autoridades dispuestas a combatirlas y establecer el orden por el otro. El propósito de esto es doble; por un lado, brindar un atajo heurístico, y por el otro generar la impresión de que hay autoridades que entienden y saben lo que hacen, cuando de hecho no es así. Desde Calderón a la fecha no ha habido un solo gobierno que parta de un diagnóstico claro y posea una estrategia definida orientada a reducir la violencia criminal en México. Las supuestas estrategias se han basado en el uso y abuso de la manipulación de datos y la demagogia discursiva, ocultando con ello el verdadero origen del colapso en que se halla sumido el Estado y cuya raíz se localiza en la colusión y complicidad endogámica que en nuestra nación se ha trazado entre poder político, poder empresarial y criminalidad organizada.

Todo lo que dije en ese libro hace años es plenamente vigente hoy en día, porque en realidad nada ha cambiado, si acaso podríamos decir que actualmente el discurso de simulación se ha vuelto mucho más cínico pues ya no se esconde el hecho de que el Estado ha decretado un régimen de ‘barra libre’ para la criminalidad, donde ningún ilícito ni grupo criminal es perseguido ya. Hay que decirlo muy claro: donde hay criminalidad organizada ello ocurre porque detrás hay un aparato político que le permite a la criminalidad organizarse. El poder político teje hoy un cinturón de protección que rodea a todos los grupos criminales. Si antaño la relación entre política y criminalidad correspondía a aquello que Lupsha denomina vínculo predatorio o parasitario, hoy la relación corresponde a eso otro que también Lupsha describe como vínculo simbiótico, en otras palabras, políticos, empresarios y criminales anudan hoy en México una trenza amalgamada e indistinguible. Jamás hubiera anticipado en aquel entonces que este Gobierno terminaría por rendir y postrar el Estado, alimentando y alentando los vínculos cómplices entre los políticos consentidos del nuevo régimen y la delincuencia organizada. Si Calderón se lanzó a combatir a la criminalidad sin antes depurar las instituciones que debían servir de ariete o palanca para combatir a la delincuencia, centrando toda la acción del gobierno en intervenciones policiales y militares (dando lugar con ello a que los grupos criminales simplemente pudieran redireccionar sus recursos para destinarlos a la cooptación y la aceleración del proceso de captura de Estado (lo que Buscaglia[3] ha llamado la “paradoja del castigo esperado”), AMLO simplemente ha decidido establecer una relación de contubernio con la criminalidad política y empresarial. A cambio de no molestar al crimen, el crimen opera en todas las elecciones a favor del partido oficialista.

Entonces, y en resumen, lo que tenemos es un Estado completamente capturado por el crimen que simula estar atendiendo el problema, ya sea con acciones militares (como eran los primeros sexenios), ya sea como supuestamente hoy día (atendiendo el origen o las causas sociales que originan este problema), cuando en realidad lo que ocurre es que la raíz del asunto, que es la colusión entre poder político y poder criminal, sigue manteniéndose intacta. Y ningún partido político se muestra interesado realmente en atajar la raíz del problema, que es la complicidad que se da a todos los niveles entre política y criminalidad.

Con todo lo que comentas, queda claro el trasfondo filosófico de la seguridad.

Sí hay ahí un tema ético y normativo. Porque una vez que la criminalidad se ha adueñado y apoderado del Estado, llega un momento en que ya no hay punto de retorno. Eso ocurre cuando fiscalías, jueces, circuitos judiciales, magistrados, congresistas, presidentes municipales, policías y militares operan a favor de las mafias. Un gran filósofo de la política, Roberto Espósito, suele aplicar el modelo inmunológico al análisis de la política. “Cada época y sociedad se caracteriza por desarrollar sus propias enfermedades emblemáticas”, suele decir. Cuando un cuerpo (como el Estado mexicano) se halla ya enteramente gangrenado, las únicas alternativas disponibles son aquellas que han sido exploradas por otros países, por ejemplo, en Guatemala. Tal y como en su momento argumenté en un artículo publicado en Foreign Affairs,[4] un cuerpo gangrenado sólo puede encontrar el apoyo que necesita en prótesis externas. La Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala arrojó en su momento resultados asombrosos. Pero ello requirió acudir a tribunales internacionales, grupos de especialistas y de juristas foráneos a los que además hubo de cederles parte de la capacidad jurisdiccional del Estado. La resultante de esto, sin embargo, y como bien sabemos, no fue feliz, pues la CICIG acabó siendo expulsada de Guatemala por el presidente Jimmi Morales (presidente mafioso de ese país que precisamente en ese momento se hallaba bajo investigación judicial). La ecuación es muy fácil. Mientras que los principales beneficiarios del statu quo sigan siendo aquellos que podrían cambiarlo, el statu quo nunca va a cambiar. Eso es también lo que ocurre en México.

Ahora pensando en los planteamientos esenciales de tu tesis doctoral sobre Rorty y la democracia liberal,[5] ¿cuál consideras tú que es la raíz del giro hermenéutico de la política contemporánea?

Hay una tradición en filosofía y en teoría política muy respetada: la tradición que normalmente solemos llamar representacionista. Supone que el pensamiento debería de capturar la realidad tal cual ésta es para lograr representarla adecuadamente. De este modo la función del discurso filosófico consistiría en ser capaz de radiografiar o fotografiar la realidad correctamente. Frente a esta tradición surge otra, para la cual el principal objeto de estudio no debe ser ya la realidad, sino nuestro pensamiento (al fin y al cabo, sólo podemos acceder a lo real a través de lo que pensamos o percibimos). Por tanto, aquello que nos es accesible de modo directo, en sentido estricto, es el pensamiento (nuestros estados de consciencia), pero éste a su vez nos es accesible solamente a través del lenguaje y la expresión verbal. De ahí que el giro hermenéutico pueda ser parcialmente descrito como un giro lingüístico en la filosofía. Ello implica reconocer el lenguaje (junto a las categorías heurísticas y hermenéuticas que lo integran) como el primer objeto de análisis filosófico. Lo cierto es que resulta difícil entender que podría querer decir ‘estudiar o representar el en sí mismo de las cosas’. Si la realidad se halla completamente interpenetrada por nuestro lenguaje y las herramientas conceptuales que usamos para interpretarla, a la hora de describir la realidad, dos de los elementos más importantes que se hallan siempre presentes en ella (como lo son nuestro lenguaje y pensamiento) no pueden estar ausentes de las descripciones que hagamos del mundo. Y eso, curiosamente, conecta con lo que decía yo anteriormente respecto al enfoque desde el cual he abordado el problema de la criminalidad: cómo la narrativa o las narrativas que se construyen desde el Estado y desde las instituciones permean y penetran la percepción que las personas tienen sobre la realidad, en la medida en que la realidad está configurada por la suma y por la intersección de las distintas percepciones que las personas tienen de la misma, las descripciones que hagamos de ese fenómeno no pueden hacer abstracción de los elementos lingüísticos que usamos para representarlo (de ahí también el título que mencioné Escalante escoge para su libro El crimen como realidad y representación)[6]. Una de las tesis de ese texto es que la narrativa oficialista que busca dar cuenta de ese fenómeno carece de soporte en lo real, pues su hilo de construcción es siempre circular y autorreferencial. Por ejemplo, en ese libro Fernando Escalante analiza una noticia (digamos una masacre en tal lado), luego va a ver la fuente (supongamos) el Washington Post, posteriormente revisa de dónde sacó la información el Washington Post (imaginemos que de un periódico de Chihuahua). Hasta que al ir a averiguar de dónde extrajo información el periódico de Chihuahua descubre que… ¡fue del Washington Post! Al final lo que hay es una mera representación, una narrativa circular cuya base está solamente en el lenguaje.

Ahora bien, ¿qué propuesta encontraremos en tu libro recientemente publicado, Teoría del voto e ignorancia racional? [7]

Bueno, de eso voy a hablar precisamente hoy en la tarde. El libro lo que hace es partir del diagnóstico que mencionaba yo hace rato: la grave erosión que actualmente observamos en la estimación que las y los ciudadanos hacen de la democracia.

Durante varios años, la literatura abocada a analizar las causas que explican esta crisis se centró exclusivamente en el lado de la oferta política. Los analistas pusieron excesivo énfasis en señalarnos que el agotamiento democrático era responsabilidad de la estructura institucional, los partidos, los gobernantes y las malas políticas que en general se ofertan a los ciudadanos. Ejemplo paradigmático de este diagnóstico lo fue el auge del republicanismo en la década de los 90 (y su énfasis en la pérdida de control de los ciudadanos sobre sus gobernantes); o las teorías del agente-principal y su señalamiento de que en democracia los intereses del agente —el representante— y el principal —el ciudadano— no están alineados, además de que la asimetría de información entre ambos siempre perjudica al último.

No niego que en esta línea de diagnóstico hay estudios que nos ofrecen información reveladora. Przeworski, por ejemplo, ha mostrado que mientras en los años posteriores a la Guerra (1948-1970), la productividad laboral y la compensación salarial por hora crecieron a un ritmo proporcional y paralelo, a partir de la década de los 70 (época que pone fin a los acuerdos Bretton Woods y da inicio al proceso de financiarización del capitalismo con el consiguiente el desplazamiento del capital productivo por el capital especulativo), hay un decrecimiento constante del salario respecto a la productividad (y también una caída significativa de la participación de los salarios en el PIB regional de EU y Europa).

Se trata de datos que sin duda hay que tomar en cuenta para explicar algunas de las causas que inciden en el desencanto ciudadano hacia la democracia. Sin embargo, y con todo, creo que la literatura ha errado en el enforque que ha adoptado a la hora de intentar explicar este desencanto. La hipótesis en mi libro es que el problema de fondo no se halla del lado de la oferta democrática (lo que instituciones, partidos políticos y políticas públicas ofrecen a las personas de a pie), sino del lado de la demanda ciudadana. En concreto, creo que la literatura teórica debe comenzar a enfocarse en examinar con mayor seriedad y amplitud el grave desafío y el grave problema que para la democracia representa lo que (a falta de un mejor término) he denominado ‘ignorancia racional’.

En términos muy amplios, generales (e insisto) muy simplificados, mi hipótesis es que -contrario a lo que buena parte de la literatura ha tendido a afirmar- los malos resultados en democracia no suelen tener su raíz en lo que el poder ofrece a los ciudadanos, sino en aquello que los ciudadanos suelen demandar del poder. Dicho con toda claridad: el origen de la crisis democrática no parece estar en que los representantes den la espalda al pueblo o se nieguen a hacer lo que sus electores les piden, sino precisamente en lo contrario: en países con elecciones libres, uno a uno, los malos resultados en democracia parecen seguirse debido a que los gobernantes realizan exactamente aquello que el electorado les exige. Trump nunca impuso medidas proteccionistas, discriminatorias y xenófobas contra la voluntad de sus electores, sino atendiendo a la voluntad de éstos. Cuando David Cameron prometió en 2015 celebrar un referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea, él no quería que la nación saliera de Europa: fueron sus votantes quienes le impusieron esa decisión. El gobierno integrista polaco de Kaczynski declaró violenta ofensiva contra la homosexualidad no como una medida ajena a los intereses de su base de apoyo, sino en cumplimiento de las peticiones lanzadas por ellos. El gobierno ultraderechista de Orbán ha avanzado en la consolidación de un régimen autocrático en Hungría desmantelando, uno a uno, los pilares del gobierno democrático gracias (en gran medida) al enorme apoyo electoral con el que ha contado desde que llegó al poder. Lo mismo sucede en México con las medidas dirigidas a estrangular presupuestalmente al árbitro electoral y al poder judicial: se trata de acciones que atienden un reclamo popular, al igual que el proyecto dirigido a eliminar el poder judicial para convertir a ministros y magistrados en diputados (pues eso es lo que realmente sucedería si se les elige por votación directa, ya que estos dejarían de ser jueces o árbitros cuyo misión consiste en controlar al poder y a las mayorías, para en lugar de ello emanar y estar al servicio de las propias mayorías que deberían controlar —algo así a como si en un partido de futbol el árbitro fuera designado por el equipo que tiene la afición más numerosa—.

¿Estas decisiones se dan simplemente porque el electorado es idiota? (utilizo el término en su etimología original idiotes, no como insulto, sino para referir a aquellos que no se toman los asuntos públicos con la seriedad debida). Mi respuesta tajante es que no. Las malas decisiones en democracia no se deben a que las y los electores sean irracionales. Es un exceso de racionalidad, más que un déficit, lo que genera que los votantes no encuentren un móvil que los impulse a intentar actuar o decidir mejor. Las personas nos esforzamos por incrementar nuestro conocimiento sólo cuando hacerlo tendrá algún impacto en nuestros intereses. Debido a que el impacto estadístico que un voto individual tienen en el resultado de una elección numerosa es cercano a cero, esto hace que votar pagando el elevado costo de enterarse y reunir evidencia se trate de algo que no reporte ninguna ganancia en términos de bienestar material para el elector. Al mismo tiempo, son muchos los beneficios psicológicos que derivan de formar creencias políticas irracionales (brinda confort espiritual, nos hace sentir patriotas, astutas, nos hace reforzar la imagen que tenemos de nosotras o nosotros mismos). Afirmar el creacionismo y negar la teoría de la evolución, culpar a los migrantes a grupos raciales o a los neoliberales de todos los males que aquejan a una nación, no es algo que tenga impacto material en la vida de alguien y en cambio es algo que puede contribuir a reforzar la imagen que este alguien tiene de sí. Defender creencias inadecuadas respecto a temas políticos (religiosos o deportivos) no es como sostener creencias inadecuadas respecto al efecto del consumo de gasolina en los humanos. Mientras que sostener una creencia irracional de este tipo me llevará con seguridad a la muerte (p.ej si pienso que es saludable beber un litro de combustible al día), nada de esto sucederá si, digamos, soy terraplanista. Esto es lo que llamo ignorancia racional, es decir, una forma de ignorancia que obedece a un cálculo bien racional capaz de balancear adecuadamente costos y beneficios.

Entonces, y volviendo a lo que inicialmente señalaba, la paradoja es que las democracias pueden morir suicidándose si por regla de mayoría deciden eliminar la regla de mayoría. Precisamente es por eso que existen los controles constitucionales. Przeworski dice claramente que la primera función de una Constitución es fijar límites a lo que las mayorías pueden decidir. Justamente el sentido de un control constitucional es, entre otras muchas cosas, impedir que las mayorías se erijan en mayorías permanentes.

A la luz de todo esto, una de las conclusiones de mi libro es que hay que cambiar la ingeniería política de la democracia desde la cual se generan los incentivos que hacen se reproduzca esta forma de ignorancia racional que te acabo de describir. Ya es hora de que la teoría política empiece a abordar la tarea de ofrecer alternativas y formas de decisión colectivas que eliminen estos vicios, sugiriendo el diseño de nuevas matrices de decisión que den lugar a otros estímulos. Las propuestas que elaboro apuntan a sugerir, entonces, la utilización de modelos alternativos de democracia no electoral.

En este contexto, Felipe, ¿por qué ocurre el abstencionismo electoral?

Yo creo que sin duda la razón principal tiene que ver con lo que estoy diciendo, las personas nos implicamos en un problema cuando tenemos manera de conectar ese problema con nuestras necesidades e intereses más vitales y básicos. Joseph Schumpeter,[8] un gran teórico de la democracia, pero también un gran teórico de la elección racional decía algo clave, a saber, que invertimos más energía racional en elegir una licuadora o en comprar un coche, que en decidir sobre temas que no son muy distantes y lejanos, como lo es pronunciarnos acerca de si nuestro país debe o no permanecer en la Unión Europea. Esto último es algo que el ciudadano promedio ve alejado por completo de sus intereses más vitales. Al analizar este tipo de problemas siempre ocurre que nuestros niveles de prestación mental se reducen, lo cual no sucede cuando analizamos problemas que nos son cercanos como, por ejemplo, determinar si deben de pavimentarse o no las calles de nuestro barrio. ¿A qué escuela debemos llevar a nuestros hijos? ¿Quién debe ser nuestra pareja? A ese tipo de problemas que conectan directamente con nuestras necesidades le invertimos enorme capacidad racional, esfuerzo, etcétera.

La raíz del abstencionismo, creo, se localiza en esta misma línea: las personas no tienen interés en implicarse en procesos o en decisiones, en este caso electorales, cuando los temas a decidir abordan cuestiones que éstas perciben enteramente distanciadas o alejadas de sus necesidades más elementales y básicas. Algo importante, entonces, es acercar a las personas a decisiones que sí les atañen y sí les afectan directamente (por ejemplo, a través de la descentralización administrativa). Por eso, insisto, es que en el libro exploro distintas maneras alternativas de democracia no electoral (sistemas de elección por lotería, creación de públicos deliberativos, etc.) Muchas de estas propuestas ya se han aplicado con un éxito razonable en lugares como la Columbia Británica, Islandia, Buenos Aires y diversas partes del globo (democracia no electoral significa democracia que no necesariamente pasa por el momento de las elecciones)

En general, y sin entrar en los detalles del libro, ¿de qué forma los organismos públicos electorales podrán tener una injerencia en cierta medida con esa educación de la ciudadanía?

Yo creo que hoy día en México los organismos electorales tienen una tarea muy complicada debido a que padecemos un gobierno que mantiene a estos organismos bajo constante asedio. La intención estatal claramente consiste en alimentar un proyecto dirigido a reescribir las reglas del juego democrático con la finalidad de inclinar sistemáticamente el campo de juego en contra de cualquier oponente. De ahí la intención de someter a los ministros y jueces a la lógica mayoritaria con el propósito de que todo dependa de la palanca de las mayorías (lo cual es grave, pues una democracia que carece de poderes que puedan resistir, controlar y regular a las mayorías deja en ese mismo instante de ser una democracia). En medio de este clima de intimidación, considero que las instituciones electorales han cumplido razonablemente bien su papel y su tarea. Así lo muestra, pienso, las marchas de apoyo que en su momento hubo en diversas ciudades para defender precisamente a dichas instituciones electorales. Me atrevería a decir que, hasta donde me alcanza, no existe país en el mundo donde la ciudadanía haya salido a defender sus instituciones y al árbitro electoral del acoso gubernamental. En un ambiente en que el gobierno tiene una base electoral muy amplia, donde se está buscando hacer colapsar la justicia electoral y jurisdiccional a través de un estrangulamiento presupuestario, y en donde además —también hay que decirlo— comienzan a verse grupos de intimidación muy bien organizados, hay renovados motivos para buscar apuntalar nuestro sistema de arbitraje institucional

Entonces, puntualmente, ¿qué deben de hacer las autoridades electorales? Creo que denunciar lo que está ocurriendo, pero sin renunciar a su rol de árbitros imparciales, desde un equilibrio que no será fácil de lograr. Utilizar los pocos recursos que les están dejando. El grueso de la gente no entiende que la finalidad de un árbitro es precisamente mediar entre la mayoría y la minoría. A mucha de la base electoral de MORENA le escapa la importancia de todo esto. Regla de oro en la política es no crear instituciones que puedan resultar lesivas en manos del adversario. La herencia que el nuevo partido de Estado dejará al país será una institucionalidad centralizada y autoritaria, con una sociedad civil desmovilizada y un régimen de autonomías en extinción y en extremo debilitado. El problema que hay con la captura institucional es que, al rato, cuando a los votantes de MORENA los abusos del poder ya no les favorezcan (o directamente les perjudiquen) hallarán que ya no hay reversa.

Sí, totalmente de acuerdo en ese planteamiento. Ahora, más allá del marketing y de la agitación, ¿cómo crees que las redes sociales han reconfigurado el diálogo político?

Yo soy muy pesimista en eso. Byung-Chul Han tiene un texto que creo que muy importante difundir. Se titula En el enjambre.[9] Lo que básicamente dice en ese texto es que mientras hoy nos embriagamos con los medios digitales, no nos damos cuenta de que la hipercomunicación digital genera solo ruido carente de contenido y de coherencia El mundo de las redes, con sus bots y la intimidación y acoso que estos generan, es (parafraseando a Faulkner) un universo de ruido y furia, un mundo de tormenta que torna imposible todo diálogo verdadero (shitstorm es el término que él usa para describirlo). Este ruido imposibilita que puedan generarse los contenidos coherentes y sustantivos que son indispensables para dar lugar a plataformas estratégicas en donde las personas puedan reconocerse y unirse en torno a planes de acción y de contra-poder capaces de cohonestar esfuerzos y unir voluntades. A quienes con voz optimista sostienen que las redes ofrecen hoy una posibilidad para democratizar el espacio público, Byung-Chul Han responde que el ruido y caudal de porquería, emociones, sentimientos, filias y fobias que encontramos en la esfera digital, cumple el propósito de enlodar y entorpecer, lejos de favorecer, la acción conjunta de masas. Detrás de todo ese ruido y vociferación, no existe la menor posibilidad de construir una base común que eventualmente detone una acción conjunta.

Te quiero preguntar algo muy complejo y amplio. ¿Cómo ves el panorama rumbo a las elecciones del 2024?

Veo un panorama francamente desolador. Soy muy pesimista. Porque lo que creo que ha ocurrido es que cuando observamos el guion conforme al cual regímenes hegemónicos o populistas han logrado desmantelar todos los pilares de la democracia, uno ve que el guion se está cumpliendo con perfecta exactitud en México. Además, y esto sería lo más preocupante de todo, ello sucede sin que se aprecie ninguna resistencia enfrente. Tan crítico soy del oficialismo como de la oposición. Hay un libro clásico muy conocido, se titula Por qué las democracias mueren.[10] En el libro hay una parte que suele ser muy poco citada —es como si nadie la hubiera leído— donde los autores señalan que ahí donde el populismo ha triunfado, eso siempre ha ocurrido gracias a la complicidad de una oposición debilitada. En México la oposición no solamente está desprestigiada. PRI, PAN y PRD gobernaron en contubernio descarado con la criminalidad. Saquearon y depauperaron a la nación. Su latrocinio, y rapacería no se nos olvidan. Son el antecedente inmediato que explica el triunfo de MORENA. Lejos de asumir un discurso crítico y de ruptura con ese pasado vergonzante, la oposición insiste hoy día en nutrirse de un discurso autorreferencial. Nuestra oposición se habla sólo a sí misma. Cuando se dirige al morenista lo hace únicamente para insultarle, no para argumentarle ni seducirle. Ni por un segundo la oposición es capaz de hablar y dirigirse al electorado de MORENA con la intención de convencerle.

Esa oposición, hoy tan desacreditada, no ha sabido elaborar un discurso, primero, que le dote de identidad, y segundo, que le distancia del oficialismo denunciando todo lo que hay que denunciar (la corrupción desenfrenada, la captura criminal de lo institucional, el colapso del sistema de la salud, la violencia descontrolada). Creo que MORENA ganó las últimas elecciones porque era el único partido que tenía un diagnóstico correcto de lo que estaba ocurriendo. Era el único partido que con todas sus letras decía: “México es una mafiocracia”. Lo que muchas personas nunca nos imaginamos es que ese diagnóstico buscara poner fin a un régimen de privilegios para simplemente sustituirlo por otro, denunciar la corrupción en el adversario para tolerarla y promoverla en el correligionario.

MORENA ha dejado la cleptocracia incólume. Seguimos padeciendo en la actualidad el mismo régimen de cuates, el mismo régimen de corruptos, la misma complicidad con el crimen organizado. De modo que, frente a esa oposición languideciente, obliterada y erosionada, lo que preveo es un triunfo aplastante de MORENA que probablemente les permita tener la infraestructura electoral que requieren para eliminar los últimos reductos constitucionales, lo cual finalmente les permitiría lograr someter a todos los árbitros institucionales.

Ese es el escenario que yo veo, un escenario de clivaje donde lo que está en juego es la sobrevivencia del constitucionalismo y los residuos de democracia electoral en México. La disyuntiva, entiendo, es régimen de partido único de Estado —quién sabe por cuánto tiempo— o tratar de volver a consolidar lo que se había ganado en los últimos años.

Este contexto tan complejo me gustaría vincularlo con la tarea de la reflexión filosófica. Puntualmente la pregunta es, ¿qué tipo de retos implícitos tiene la reflexión filosófica frente a este escenario en términos de participación y compromiso social?

Yo creo que puntualmente la reflexión filosófica sí tendría que jugar aquí un papel muy importante en términos pedagógicos. Es fundamental explicarles a las personas que las instituciones contramayoritarias se diseñaron para resistir y controlar al poder y a las mayorías. Una democracia requiere de anticuerpos que garanticen que aquellas condiciones que hacen posible el juego democrático no desaparezcan. ¿Y cuáles son las condiciones que hacen posible el juego democrático? La existencia de instituciones que frenen a las mayorías cuando éstas, en un arrebato popular, tienen la posibilidad de instrumentar medidas que las conviertan en mayorías permanentes. Justo la finalidad de las instituciones contramayoritarias es garantizar que la característica esencial de toda democracia (ser un tipo de régimen donde los gobiernos a veces pierdan elecciones) no se elimine ni desaparezca.

Karl Jaspers decía que el autoritarismo es difícil de reconocer porque es un monstruo que va cambiando de forma. Históricamente ha mutado en nacionalismo, fascismo, estalinismo y, hoy, en populismo.

La academia debe arrostrar la defensa de las instituciones democráticas. No se trata de adoctrinar ideológicamente a nadie, sino simplemente de explicar con toda claridad lo que está en juego. Sin libertades no hay democracia. Pero para eso se requieren instituciones que protejan esas libertades. Estas instituciones principalmente son la Constitución, el catálogo de derechos que está incorporado en la Constitución y las instituciones que permiten que estos derechos sean exigibles procesalmente.

Desde tu experiencia académica, tanto en el ITAM con otras instituciones, ¿qué enseñanzas y aprendizajes te gustaría compartir a las nuevas generaciones de filósofos y filósofos?

Mi experiencia académica ha sido principalmente en dos instituciones, la UNAM y el ITAM, que son espacios radicalmente distintos. Me siento orgulloso de eso y de contar con el contraste que ofrece haberse dirigido y haber podido trabajar con públicos tan disímbolos. En todos los casos mi mensaje pedagógico ha sido siempre el mismo: rehuir de las ideologías. Creo que las ideologías son atajos muy peligrosos que las personas compramos debido a su carácter seductor. Las ideologías permiten simplificar la realidad, nos generan la sensación de que entendemos todo lo que está ocurriendo a partir de dos o tres pinceladas muy básicas y repetitivas, ofreciéndonos la impresión de contar con una base de seguridad que brinda certeza a todas nuestras decisiones y compromisos.

Prefiero la incertidumbre tambaleante del eclecticismo que la certeza dogmática de la ideología. La gente hiperideologizada cierra toda apertura y reproduce un entorno sofocante a cuya base, además, no se encuentra más que un egocéntrico orgullo narcisista. Las ideologías nos vuelven robots y nos roban toda capacidad de empatía. Es lo que el personaje de Lydia Tár (Cate Blanchett) en la película del mismo nombre define como “el narcisismo de las pequeñas diferencias” (sentirse moralmente superior al resto de las personas porque se es republicano y no demócrata, vegano y no carnívoro, Rotario y no León, de izquierda y no de derecha, ambientalista o cualquier otra cosa).

No significa esto condenar las convicciones, sino sugerir la importancia de relacionarse con ellas desde una posición de genuina modestia y humildad, lo cual, pienso es una de las principales enseñanzas que nos brinda la filosofía.

De acuerdo. ¿Podrías compartirnos algunos detalles de tus últimas investigaciones o tus hallazgos recientes en ese sentido?

El libro más reciente que he escrito es Teoría del voto e ignorancia racional. En los próximos días va a distribuirse otro, que ya ha sido publicado digitalmente y cuyo título es Psicología política.[11] Este nuevo volumen quizá podría leerse como la segunda parte del primero, pues hay una dimensión, un área muy descuidada tanto en la ciencia como en la filosofía política, que es la que tiene que ver con las emociones y los mecanismos psicológicos intencionales y sub-intencionales que nos mueven a tomar decisiones. Muchas de las causas que dan lugar a fenómenos sociales como el populismo o a síntomas sociales como la apatía, el hiper-consumo, la falsa actividad, o la demagogia y la ideología, tienen su origen en tales mecanismos. Cosas como el miedo, la envidia, el temor, el resentimiento, la promesa o esperanza de goce, la representación simbólica que hacemos de la autoridad, constituyen ejes todavía poco estudiados en filosofía

Eso es lo que ahora estoy investigando, áreas que, insisto, han sido poco exploradas por la filosofía política y que la ciencia política jamás toca porque no conoce. Especialmente en México hoy más que nunca urge analizar la dimensión simbólica de la política, pues la transformación que nos ofreció la “4ta T” en realidad no ha consistido más que en una pantomima de simbolismos escenificados cada mañana. Para este gobierno gobernar no es realizar acciones o dar resultados, sino construir relatos. La actividad es sustituida por la narración. Los telones de los programas televisivos despliegan una coreografía de símbolos donde, tal y como ocurre con el parloteo neurótico, la voz del pueblo que anuncia el cambio es invocada sin cesar para garantizar que, más allá de la escenografía, nada cambie. La incesante actividad simbólica (el estruendo, las consignas, las arengas ideológicas) se vuelven eficaz recurso para que el orden estructural mantenga su inamovilidad. La teatralidad frenética permite dejar intactos los privilegios, las corruptelas, la injusticia. Desde esta política —lo ha expresado con su magistral pluma Silva Herzog— decretar es realizar. En el parloteo ideológico es como si se pensase que en las palabras del líder “hay una fuerza mágica que produce realidad […] hablar es hacer”.[12] Por eso es por lo que la voz del dirigente moldea la realidad. Convertir la política en un reality show permite que desde la actividad del espectáculo se permita al ciudadano sentarse a gozar el placer pasivo del que se nutre el espectador inmóvil. Como ocurre con ‘las risas enlatadas’ de las bandas sonoras en las comedias, el televidente se transforma en un partisano paralizado

Va a ser muy interesante leer todo eso. Para cerrar, tengo pensado un juego de asociación libre. La idea es que te dé un par de palabras y tú con la primera espontánea.

Imaginación: Política

Democracia: Conflicto

Viajar: Aprender

México: Dolor

Historia: México

Racionalidad: Emociones

Filosofía: Emociones y pensamiento

Escribir: Ser

Felipe: Proyecto

© Felipe Curcó Cobos

[1] Fernando Salmerón nació en Córdoba, Veracruz, el 30 de octubre de 1925. Licenciado en Derecho (1948) por la Universidad Veracruzana (UV), maestro (1955) y doctor en Filosofía (1965) por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Fue fundador (1956), profesor (1956-1963) y director (1956-1958) de la Facultad de Filosofía y Letras de la UV. Entre sus obras destacan La doctrina del ser ideal en tres filósofos contemporáneos: Husserl, Hartmann y Heidegger (1965), La filosofía y las actitudes morales (1971) y Ética y análisis (1985). Ingresó a El Colegio Nacional en 1972. Fernando Salmerón murió el 31 de mayo de 1997 en la Ciudad de México (COLNAL, 2023).

[2] Véase el libro de Felipe Curcó: La guerra perdida. Dos ensayos críticos sobre la política de combate al crimen organizado 2006-2010 (Ciudad de México: Ediciones Coyoacán, 2010).

[3] Para más información, véase el artículo de Edgardo Buscaglia: “La paradoja mexicana de la delincuencia organizada: Policías, violencia y corrupción”. Revista Policía y Seguridad Pública, 1(2), 275-282, 2012. http://dx.doi.org/10.5377/rpsp.v1i2.1365

[4] Véase el artículo de Felipe Curcó: “Estados débiles en América Latina”. Foreign Affairs en América Latina, 25(4), octubre-diciembre, 2015.

[5] La tesis doctoral de Curcó Cobos, intitulada “De zorras y erizos. Ironía y democracia liberal en Richard Rorty”, fue defendida en 2006 en la Universitat de Barcelona y dirigida por José Manuel Bermudo. Posteriormente se publicó como Ironía y democracia liberal. Rorty y el giro hermenéutico en la política (Ciudad de México: Instituto Tecnológico Autónomo de México / Ediciones Coyoacán, 2009).

[6] Véase el libro de Fernando Escalante: El crimen como realidad y representación (Ciudad de México: El Colegio de México, 2012).

[7] Véase la novedad editorial de Felipe Curcó: Teoría del voto e ignorancia racional (un argumento contra las elecciones) (Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2023).

[8] Joseph Schumpeter (1883-1950) nacido en República Checa, fue un reconocido economista y politólogo austro-estadounidense. Su obra estuvo marcada por el estudio de la innovación y su impacto en los ciclos económicos. En Capitalismo, socialismo y democracia (1942), Schumpeter se cuestiona la viabilidad del capitalismo hacia el futuro. Prevé que a futuro surgirá una élite intelectual que concentrará la labor empresarial (Economipedia, 2019).

[9] Véase el libro de Byung-Chul Han: En el enjambre (Barcelona: Herder Editorial, 2014).

[10] Se refiere al libro de Daniel Ziblatt y Steven Levitsky: Cómo mueren las democracias (Argentina: Ariel, 2018).

[11] Véase el e-book de Felipe Curcó Cobos: Psicología política: temas de filosofía política contemporánea (Ciudad de México: Bonilla Artiga Editores, 2023).

[12] Véase el libro de Jesús Silva-Herzog Márquez: La casa de la contradicción (México: Taurus, 2021, p. 165).

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