El sexo y el amor son dos conceptos que pueden ir juntos o separados, pero suscitan a su alrededor debates que no parecen tener solución. ¿El amor debe acompañar al sexo? ¿Es mejor el sexo entre quienes se aman que entre meros desconocidos en busca de placer? ¿El amor garantiza la calidad de las relaciones sexuales? El presente texto es sólo una aproximación a esta relación. No pretendo concluir ni dar por zanjado el problema que percibo en las relaciones amor/sexo.
La otra cara del amor
En las redes sociales se escribe mucho acerca del amor. Se entiende como una especie de fuerza esencial y universal que dignifica y otorga valor a todo aquello sobre lo que se coloca. Cualquier cosa que se haga, proyecto que se emprenda o relación que se comience, tiene la garantía del éxito si va acompañada del amor. El amor todo lo puede. Al mismo tiempo, se habla mucho de responsabilidad afectiva y se argumenta a favor del poder revolucionario de la ternura y el cuidado. Más que definir estos conceptos, mi intención es apuntar que la responsabilidad afectiva se concibe como el ingrediente básico y necesario del amor. Así, quien ama de verdad tiene responsabilidad afectiva.
Todo esto parece indudable y hasta obvio. Sin embargo, la duda se manifiesta al interrogar estos conceptos. ¿Detrás del amor y la responsabilidad afectiva no se esconde, sutilmente, el deseo de conservar modelos de relaciones sexoafectivas que sean únicamente de pareja? ¿Detrás no se esconde una defensa inteligente de la familia tradicional y el miedo a formas disidentes de relacionarse afectiva y sexualmente?
El concepto de responsabilidad afectiva se esgrime contra lo que se entiende como una perversión del capitalismo, que reduce los cuerpos a meros objetos de consumo. Es como si el capitalismo nos hubiera arrebatado las formas más auténticas de relacionarnos sexual y afectivamente. Las ha sustituido por relaciones sin contenido y vacías, por relaciones entre simples objetos, por relaciones de consumo supeditadas a la oferta y la demanda. Seguramente esto es cierto. El amor y la responsabilidad afectiva, entonces, se entienden como las armas necesarias para combatir la reducción de lo humano al consumo de los cuerpos.
Muchas veces, al hablar del amor como forma de resistencia anticapitalista, se da por sentado que es un valor esencial y universal. Parece como si existiera flotando en el espacio y no necesitara ser discutido ni problematizado. Aunque estas reflexiones entienden el amor como algo que se puede sentir hacia prácticamente todo (la naturaleza, la profesión, el arte, la familia, los amigos, etc.), se sobreentiende también que una forma paradigmática del amor se halla en la construcción de relaciones de pareja sólidas.
Muchos posts que he leído sobre responsabilidad afectiva y amor están ilustrados con dibujos de parejas que se muestran cariño, viven juntas o comparten actividades. Desconozco si esto se debe a que dan por supuesto que, en general, todo mundo quiere formar una pareja, o porque sin darse cuenta defienden el amor como un vínculo propio de parejas. Las ilustraciones de estos posts se pueden explicar porque el amor implica el establecimiento de vínculos con los otros, y, claro está, las parejas son formas obvias del vínculo entre el yo y el otro/los otros. Sin embargo, ¿dónde quedan otras formas de relacionarse mediante el sexo y el afecto?

Otras formas de vivir el sexo
En las redes sociales, parece ser necesario ubicar el sexo en relación con el amor. Se argumenta que el sexo con amor es mejor, como más trascendental y significativo, dotado de un tipo de aura que lo vuelve importante y especial. Por otro lado, el sexo casual, aquel que ocurre sólo una vez o con desconocidos, por ejemplo, es interpretado como una forma de degradación y objetivización capitalista de las personas. El sexo con amor y en pareja pasa a ser el modelo ideal del sexo y de las relaciones interpersonales; siempre tiene un plus, algo que lo magnifica y eleva sobre la mera corporalidad. En cambio, el sexo por placer, sin pizca de amor y desprovisto de compromisos con el otro/los otros, es interpretado como un descenso al vacío y como la entrada al reino de la cosificación y la insignificancia.
Me pregunto, un poco en broma y un poco en serio, si quienes defienden el concepto de responsabilidad afectiva como cimiento del amor, podrían validar una relación sexual que involucre numerosas personas que consienten plenamente, pero no se aman ni desean comprometerse.
Mi hipótesis, ante esto, es que el sexo es disfrutable y agradable de las dos maneras, con amor y sin amor. El amor no es necesario ni suficiente para un buen sexo. Basta imaginar dos escenarios: una pareja que se ama, pero cuyas relaciones sexuales son insatisfactorias. O basta pensar en alguien que disfruta del mejor sexo de su vida con un perfecto desconocido. El sexo por mero placer no es una degradación ni una forma capitalista de restar valor a lo humano. Es un modo de relacionarse con los demás que pone en juego la totalidad de la persona misma que consiente en participar en tales o cuales prácticas. Su humanidad no desaparece ni disminuye en el momento del sexo, sino que se manifiesta plenamente.
El sexo por placer, el sexo sin amor, más que una forma capitalista de destruir lo que hay de esencial y valioso en los vínculos humanos, es un modo de estar en el mundo y de posicionarse frente a la vida y en la vida. La responsabilidad afectiva es fundamental para construir sólidas relaciones entre las personas, pero hay que insistir que no todas las relaciones sexuales que decidamos tener deben estar marcadas bajo el signo de la responsabilidad afectiva o del amor. Existen otras formas de coger y de disfrutar del placer. Que la culpa jamás nos impida disfrutar.
Imagen de portada: fobia-sexo.jpg (936×496) (juliapascual.com)
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